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Ángel Resa
Miércoles, 16 de diciembre 2015, 11:27
Al concluir mi último artículo me comprometí a escribir sobre Golden State Warriors porque alguna noche de estas perdería. ¿O no? En ese escueto interrogante iba explícita la admiración suprema por un equipo que conjuga como pocos en toda la historia la belleza de alta ... gama y la eficacia demoledora. Y con el fin de cumplir la palabra, aquí viene una pieza de homenaje sincero al espléndido equipo californiano después de caer en su visita a Milwaukee. Pero permítanme un arrebato de cocina de fusión para mezclar este texto con otro conjunto maravilloso, San Antonio Spurs, y emplatar el resultado sobre un lecho de metáfora entre la política y el baloncesto al socaire de la campaña electoral. Sé que esta sección queda fuera de las trifulcas tabernarias de navajas y siglas y renuncio a meterme en harina de otro costal, pero sí aludo a la proximidad de las urnas antes de que llegue esa jornada de reflexión que usamos poco para cavilar. Que nadie busque recomendaciones subliminales donde no las hay y que cada cual haga el próximo domingo de su voto, o abstención, un sayo.
Supongamos que Spurs (21-5) y Warriors (24-1) representan sobre el escenario el cruce entre los partidos viejos y las formaciones emergentes. Ciñéndome solo a la cancha, y dejando completamente al margen los modos de entender la sociedad, me considero un old school, un seguidor de la escuela de toda la vida que apadrina mejor que nadie Gregg Popovich, el único Moisés al que reconozco capaz de separar las aguas del Mar Rojo. Entre las virtudes del viejo zorro se encuentra su adaptabilidad camaleónica al medio. Y como prueba, la evolución de San Antonio desde aquel grupo contenedor y devoto del baloncesto en media pista veinte años atrás hacia una versión más rápida y acorde con el estilo del Oeste sin renunciar nunca a los mandamientos incólumes del juego.
Recientemente, el ya legendario entrenador maldecía la transformación de los partidos en un concurso de triples que desprecia el poste bajo. Pero como no tiene una cana de tonto, Pop también ha basado una parte considerable de los últimos éxitos (títulos) de la franquicia texana en la puntería exterior. Siempre, eso sí, que los lanzamientos lejanos procedan de ese pase de más que en el baloncesto nunca está de menos. Un romántico de las esencias eternas ocupar los espacios, la jerarquía del pase sobre el bote que firma acuerdos posibilistas con los abogados del pragmatismo. Ganan adeptos los estudios que demuestran empíricamente la mayor rentabilidad del tiro de tres puntos con respecto al de media distancia. Y Gregg lo sabe, se adapta a las realidades mutantes mientras sus pívots tengan tela que cortar y sigue ganando.
Entiendo que los renovados tiempos políticos de aquí y el baloncesto norteamericano coinciden en una cuestión generacional. Los seguidores veteranos votamos más a los Spurs, aunque nos encanta el desenfado de la moda juvenil que cantaba Radio Futura y encarnan de manera sublime los Warriors. Ojo, un equipo de aire ye-ye con muchísimo contenido, incluida la defensa, debajo de una carrocería preciosa. Contemplar un ataque-tipo de Golden State de ritmo alto, movimiento de la pelota y remate de bomba sutil colma el imperio de los sentidos. No existe otro grupo capaz de identificar marcadores abultados con bacanales hedonistas, pero verlo proteger su aro también convalida estudios superiores de baloncesto. Y los nuevos aficionados, partidarios en las urnas del club de Oakland con próximo retorno a San Francisco, al otro lado de la bahía, admiten en voz baja que asistir a las obras representadas por San Antonio supone un auténtico placer. Ningún equipo recibe menos puntos que el de Popovich, el embajador del equilibrio entre el juego vistoso y el rigor que distingue a los campeones.
A Spurs y Warriors, los dos últimos triunfadores de la NBA, debemos la bendita tarea de mandar los maniqueísmos allá donde amargan los pepinos. ¿Por qué la reducción de elegir a Stephen Curry y desechar a Kawhi Leonard o viceversa? Bueno, al revés parece imposible. ¿Acaso no pueden las mentes libres y abiertas quedarse con el manejo hipnótico del balón y el tiro insuperable de uno y el catálogo completo de virtudes desplegadas como cola de pavo real del otro? Es sencillo comprender que ambos estilos, el de California y el de Texas, confluyen en el océano de la excelencia. Dos ríos de caudal infinito y discurrir armónico que van a dar a una lámina líquida de tono turquesa, el mar de las aguas separadas por Popovich en la final espléndida de 2014, el que agrandó hace seis meses Golden State con la sinfonía propia de los instrumentos de viento. Dos equipos que se estrecharían la mano después de confrontar sus propuestas en un debate sin alusiones a los mundanos defectos de la indecencia o la mezquindad.
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