Ángel Resa
Miércoles, 9 de diciembre 2015, 13:06
De la NBA se elogia su incuestionable capacidad para vender el muñeco, que diría el añorado Andrés Montes durante el teatrillo -escrito en el mejor sentido de la palabra- que organizaba de madrugada con su inseparable y sólido erudito Antoni Daimiel. La patronal ... del baloncesto norteamericano factura espectáculo. Lo sabe y lo mima. Grandes pabellones, jugadores formidables y mecanismos que procuran equilibrio y una relativa igualdad de oportunidades. Me refiero a la lotería del draft por la que algunos novatos han cambiado el curso de la historia (valgan los ejemplos de Michael Jordan y Tim Duncan, entre otros) para convertir a clubes de escasa trascendencia en franquicias ganadoras; el límite salarial y la tasa de lujo que castiga los bolsillos de los manirrotos. En los últimos 31 años hasta nueve equipos han hollado la cumbre de la Liga: Miami, Dallas, Lakers, Boston, San Antonio, Detroit, Chicago, Houston y Warriors.
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Pero la NBA aún debe extirparse dos quistes. Sorprendentemente, uno de ellos -la desigualdad Este/Oeste- parece encauzarse esta temporada. El otro, Philadelphia, es una úlcera sangrante para la que debe encontrar un modo de contener la hemorragia. Durante las dos últimas campañas y lo que llevamos de esta (1-21), los Sixers firman un balance desolador de 38-148 y presumen de acuñar el término tanking. Dícese de la disposición a perder partidos sin parar con plantillas que rayan el bochorno y sueldos muy por debajo del valor medio del mercado para acumular cada verano novatos de categoría. Pero los Sixers acostumbran a elegir tipos lesionados y forman quintetos recién salidos de la adolescencia e incapaces de remontar el vuelo del conjunto. No hay afición que resista semejante desvergüenza continuada de sus dirigentes cuando los socios más veteranos han visto allí a Julius Erving, Moses Malone, Charles Barkley o Allen Iverson. Qué profundidad habrá alcanzado el desastre que los dueños del resto de equipos piden a la patronal alguna medida de choque para poner coto a tal desvarío. Se quejan de que sus recintos lucen más butacas que gente en las visitas de Phila a la ciudad. Ni el abaratamiento de las entradas en este caso seduce para asistir a pachangas a medio gas cuando el personal quiere granujas a todo ritmo.
Geografía asimétrica
En cambio, y quizá sin intervenir, a la NBA se le está resolviendo un problema estructural. Hasta ahora un platillo de la balanza pesaba (Oeste) mucho más que el otro para perjuicio del presunto equilibrio. Durante las últimas campañas, la inferioridad de la conferencia menor era tanta que los aficionados y la propia organización meditaban sobre el acceso de los equipos a las eliminatorias por el título. En los enfrentamientos entre las dos mitades de geografía asimétrica, los clubes occidentales se apuntaban dos de cada tres. Y tal desequilibrio generaba situaciones injustas. Bloques del Oeste tomaban vacaciones en abril con balances de 48-34 (Suns en 2014) y alguno del Este alcanzaba la orilla de los play-off después de rentabilizar solo 38 victorias (Brooklyn, la campaña pasada). Solo el trasvase de LeBron James del lado oscuro al de la luz propiciaría la demolición absoluta del Este.
Veremos en adelante, que todavía faltan cuatro meses para concluir el ejercicio y quizá la resurrección oriental se quede en ojeada pasajera a un oasis del desierto. Pero los datos golpean con la contundencia que les caracteriza e indican que tras un cuarto del campeonato consumido hay una inversión de la tendencia. Por primera vez en demasiado tiempo, el Este domina por poco la batalla de las conferencias. Gana por 63-58 al sector opulento de la Liga, el que presume de las plantillas mejor armadas, los jugadores superiores y el espectáculo a través de un ritmo alto que propicia marcadores abultados. Ahora mismo los diez primeros equipos de la parte que mira al Atlántico presentan cuentas baloncestísticas positivas por solo seis de los que observan el Pacífico (teóricamente, que el mapa incluye en la Conferencia Oeste a franquicias más cercanas a Nueva York que a Los Ángeles). Boston y Detroit figuran en la zona de los desheredados pese al predominio de encuentros vencidos, mientras Utah y Houston habitan el sector confortable con mayor número de derrotas.
Los favoritos copan los puestos de privilegio en el Oeste. Salvo mínimas alteraciones, están los que son. Y, sin embargo, el Este muestra esta vez ese cosquilleo de emoción que se añoraba desde tiempos casi inmemoriales. Cleveland, por supuesto, encabeza la tabla y Chicago mantiene sus opciones de disputarle, desde un escalón inferior, el puesto que la NBA garantiza en la final al representante de la conferencia. Pero ahí figuran con la intención de dar guerra la veterana plantilla de Miami y los Pacers del recuperado Paul George, inmenso en la vuelta tras su espantosa lesión, más las candidaturas de Toronto y Atlanta. Los renacidos ocupan las plazas destinadas, en principio, a Detroit, Washington y Milwaukee. Muchos clubes en liza. Quién iba a pensar que la rebelión del Este, momentánea al menos, salvaría a la NBA de un problema estructural que tarde o temprano debería acometer.
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¿Y los Warriors? Muy bien, gracias. 23-0 y subiendo. Otro día escribiremos sobre las hazañas de Golden State. Cuando pierda el halo divino de la imbatibilidad. Porque ocurrirá, ¿no?
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