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Ángel Resa
Miércoles, 25 de noviembre 2015, 10:07
Me resulta inevitable comparar esta semana el baloncesto y el fútbol. El jueves pasado, madrugada del viernes aquí, Clippers y Warriors disputaron en el Staples Center quizá el mejor encuentro que puede verse en el mundo. Al menos presuntamente y con permiso de Cleveland y ... San Antonio. Tanto de lo mismo cabe afirmar del que enfrentó Real Madrid y Barcelona sobre el tapete verde del Santiago Bernabéu. Desde el punto de vista teórico, el no va más que pronuncia el croupier antes de girar la ruleta del casino. Pues ambos duelos depararon sensaciones semejantes, acentuadas jornadas después por más episodios que retratan la crisis del nuevo rico angelino. El equipo de Luis Enrique mostró una superioridad insultante sobre su eterno adversario, un estilo exquisito y letal que consumió al deshilachado conjunto blanco en las brasas de la impotencia absoluta. Sin llegar a ese extremo, Golden State despachó al teórico gran adversario de la División del Pacífico en una de sus noches menos lúcidas, raro cuando vive en el desván de la excelencia. Pero ganó (117-124), igualó el mejor arranque histórico de la NBA y hace unas horas viene de superarlo.
Ningún bloque antes había arrancado la temporada con un balance tan inmaculadamente extenso (16-0). Los Warriors ya habitan en el reino de las fantasías y de las leyendas tras su repaso inmisericorde a los penosos Lakers (111-77). La imagen del enfrentamiento, la sencillez con la que Stephen Curry deja atrás a Kobe Bryant en un bote a zurdas, resume la cesión de un testigo. El viejo orden cede el paso al equipo sublime de un líder cuasidivino. El homicida deportivo de rostro infantil maneja la pelota con el arte hipnótico del malabarista y obra el milagro de la multiplicación cada noche. Donde otros ven dos canastas él saca seis sobrenaturales, impropias de este mundo. Sus triples lejanos e instantáneos como relámpagos deberían estudiarse en los tratados de artillería. No hay manera de pararlo, solo él mismo puede contenerse.
En Los Ángeles percutían tal vez la mejor plantilla del planeta (Clippers) y el actual campeón, un bloque antipático para los resultadistas que solo intuyen la luz a través de la fealdad. Los Warriors son mucho más que Curry, arman un bloque muy competitivo y juegan maravillosamente al baloncesto sin renunciar a la defensa que permite coronar las cumbres principales. Doc Rivers, el entrenador del Staples Center, maneja tanto fondo de armario que su quinteto titular debería optar, sin duda, al título y el siguiente, a pelear por alcanzar las últimas plazas de play off. Enfrente, el lúdico bloque de Oakland que no desprecia el rigor. Sin él jamás hubiera revertido un comienzo de encuentro tan adverso. El cuadro angelino llegó a dominar por 23 puntos, anotó 41 en el primer cuarto, lucía en el escaparate al mejor Chris Paul -un base excelente- y remachaba la faena con un Blake Griffin imperial. El ala-pívot va añadiendo texturas a su juego. Ha evolucionado de bestia física a clavar suspensiones peculiares se detiene horizontalmente en el aire antes de impulsar la pelota- y ahora añade a su arsenal ofensivo reversos formidables y tiros certeros a tabla.
Pero remar tiene premio. Que se lo pregunten a las traineras vascas en la bahía de La Concha. El arranque extraordinario de los Clippers fue degenerando en un engrudo de difícil digestión mientras Golden State ascendía en pos de la remontada. El triple de Klay Thompson que adelantó a los Warriors a 2.45 del final (112-113) fue el fruto de la entereza de ánimo, el convencimiento y la identidad ante un adversario que ni siquiera aprovechó las pérdidas de don Stephen (hasta siete) en forma de cascada. Según crecía el mejor duelo que sobre el papel puede programar la NBA chocaban la fluidez y la agonía fatalista, igual que vimos dos días más tarde entre el Barcelona y el Real Madrid. Un club que lo tiene todo, el de Los Ángeles, no logró frenar la sucesión rival en el reparto de papeles sin concesiones a los egos particulares. A Thompson primero le sucedió por fin Curry, y Harrison Barnes, y Draymond Green, y André Iguodala
Porque sí, a los Clippers no les falta de nada: el técnico que revivió a los Celtics de Allen-Pierce-Garnett, dos estrellas como Paul y Griffin, un pívot enorme en rebote e intimidación (DeAndre Jordan), el vestidor de una mansión de lujo, incorporaciones (Wesley Johnson, Paul Pierce, Josh Smith, Lance Stephenson) y un pabellón repleto que hace años mostraba demasiados asientos vacíos. Entonces solo el actor Billy Cristal, entre la constelación de Hollywood, apoyaba como un llanero solitario y valiente la causa del hermano pobre de Los Ángeles. Seguir a los Clippers significaba una extravagancia para frikis, mientras los Lakers de la púrpura y el oro eran el rey del glam, que antaba Alaska. Cómo hemos cambiado, que decían Presuntos Implicados.
Pero el club sucesor en Los Ángeles muestra las ínfulas de los nuevos ricos, como cierto carácter chulesco y pendenciero, una arrogancia sustitutoria de la simpatía que generan los modestos y que tantas enemistades le genera. Tres días después de sufrir el revolcón frente a los Warriors, los Clippers tocaron fondo con la visita de Toronto al Staples Center. Caían por 29 puntos en el descanso y solo anotaron 34 en los 24 minutos iniciales con unas sensaciones rayanas en el bochorno. Dejadez, apatía defensiva que autorizaba tiros absolutamente liberados de rivales a cuatro metros de la canasta, ataques deshilvanados sin una pizca mínima de agresividad, de y sentido colectivo Solo el conservadurismo cicatero de los Raptors (28 puntos tras el intermedio) niveló algo la contienda dentro de un segundo tiempo baloncestísticamente impresentable. El cuadro de Doc Rivers (7-7 tras un sexto de campeonato cumplido) tiene tiempo de aportar motivos a sus aspiraciones. El beneficio de la duda aún debería mantenerlo entre el póker de candidatos al anillo, junto a Golden State, Spurs y Cavaliers. Pero ha de someterse a una intervención de sus órganos internos. Igual que el Real Madrid de fútbol tras el paso de los Warriors por el Bernabéu. ¿O era el Barça?
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