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Ángel Resa
Miércoles, 11 de noviembre 2015, 11:05
Memphis es la patria de los Gasol. Allí forjó Pau su leyenda como jugador sobresaliente de la NBA, aunque por su forma de interpretar el baloncesto se le localiza mejor en un laboratorio de mezclas sutiles que en una fundición. Con un liderazgo discreto, ... el mayor de la saga descorrió las cortinas para que una franquicia media contemplara, aun a cierta distancia, un paisaje de grandeza. El comportamiento de Marc resulta más directo. Dentro de su amplitud corporal y amueblada cabeza hay una jerarquía incuestionable que le ha valido una renovación millonaria como piedra angular de los Grizzlies. El mediano de la familia superó en 2013 el logro colectivo del hermano: condujo al equipo de Tennessee hasta la mismísima final de la Conferencia Oeste. Todo ello mediante las señas identitarias que configuran la personalidad de un conjunto rocoso, fiable y competitivo, a imagen y semejanza del de Sant Boi. El mismo que ahora destila sensaciones preocupantes y resultados adversos. Si se tratara de un boletín de calificaciones académicas, Memphis necesita mejorar.
Los Grizzlies dejan en el aire la impresión de que trabajan mejor en la cancha que en los despachos. Desde luego no se puede acusar al conjunto de dar bandazos sin sentido. Siguen apostando por el control, el estilo defensivo y el rigor que marcó en su día Lionel Hollins, excelente técnico allí que hoy purga en Brooklyn la inestabilidad de un club caprichoso y mal gestionado. David Joerger mantiene la senda del mentor, pero la franquicia se niega a convertir en añicos su propio techo de cristal. Memphis es uno de esos edificios nobles que imponen respeto pero al que le falta capacidad de seducción. Para ascender hacia objetivos superiores necesita algo más que labores de mantenimiento. Mientras otros bloques evolucionan por la táctica de apuntalar y cubrir grietas, los Grizzlies insisten en dejar la casa como está. Y claro, a poco que decaiga su trabajo de contención, las fisuras se muestran a la vista de todos. Uno de los mejores bloques defensivos de las últimas temporadas recibe 101 puntos de promedio y como continúan sus problemas para engordar la anotación, los números (balance de 3-5) desafinan. Solo cinco clubes marchan peor y las palizas frente a Cleveland (30) y Golden State (50) sonrojaron unos rostros poco acostumbrados a la vergüenza.
Problemas de perímetro
Si el baloncesto se resume en la palabra equilibrio (ataque-defensa, dentro-fuera), a la balanza en Tennessee le cuelga más un platillo que el otro. Memphis presume, y parece un motivo muy loable para hacerlo, de una de las mejores parejas interiores del campeonato (la inteligencia de Marc más el talento de Randolph) y se entiende su lógica de golear en el área pequeña. Pero renuncia de tal modo a percutir desde el perímetro que cae en el pecado mortal de la autolimitación. Se niega a abrir el abanico de su juego. Los Grizzlies requieren tiradores, esa estirpe del baloncesto a la que parecen despreciar vista su política de fichajes. Tradicionalmente forman el equipo que menos lanza de tres puntos en una época postmoderna que prima el triple. Warriors y San Antonio, los dos últimos campeones, basaron buena parte de sus éxitos ambos revientan de virtudes- en el baloncesto coral con un pase de más que libera a tipos capaces de encestar desde las esquinas. Porque aparte de levantar diques cuando el adversario ataca esto consiste en meter. Y para conseguirlo hay que tirar.
Pasó el verano sin que la franquicia de Tennessee reparara en la necesidad de contratar refuerzos de perímetro. Vale, firmó a Matt Barnes, un alero duro de viento racheado e inconsistente cuando se trata de sumar puntos desde fuera. Y a Brandan Wright, un pívot atlético -la plantilla todavía paga su inferioridad física con respecto a abundantes rivales- como reemplazo de los emigrantes Koufos y Leuer. Pero ni siquiera amagó con contratar alguna de esas mirillas telescópicas que tanto le convienen. Así, su pobre arsenal exterior se limita a la zurda del base Mike Conley y a los intentos contados de su suplente Beno Udrih. El presunto tirador, Courtney Lee, no le pega esta campaña a un bidón inmóvil y el veterano Vince Carter -otrora rey del mate, después fino ejecutor desde la distancia- ha pasado de reserva útil a ver los partidos con el chándal puesto en silla de pista.
Me gustan los concursos de triples cuando se programan durante el fin de semana de las estrellas y desconfío de los equipos que gastan tantas o más balas desde el arco achatado en las bandas que con canastas de dos. Pero en un extremo se encuentran las bacanales de lanzamientos lejanos y en el otro el desprecio de Memphis por sumar en tandas de tres. Claro que para lograrlo se requieren los tiradores que muchos tienen y a los Grizzlies les faltan por su filosofía reduccionista. Si la franquicia de Tennessee quiere escalar hacia esas cumbres que todavía no ha hollado debe añadir repertorio sin renunciar a sus muy válidas señas de identidad. Gente que apunta con el ojo entrecerrado, pistoleros del Oeste de gatillo fácil que arropen la rigurosa idea del juego que abandera como nadie Marc, su auténtico factor diferencial. Y, por cierto, a Memphis no le vendrían nada mal unos cuantos tiritos más de Gasol II cada noche.
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