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Ángel Resa
Miércoles, 4 de noviembre 2015, 11:46
Este artículo tiene algo de torpeza teológica a cargo de su autor. Me temo que habré de acudir al confesionario para recitar los pecados, pedir humildemente perdón y aceptar la penitencia que me imponga la curia baloncestística. Solicito disculpas anticipadas a los lectores por aprovechar ... el mismo espacio para dos acontecimientos tan relevantes que cada uno de ellos se merecería un capítulo entero. A Gregg Popovich, el hecho de centrarme en solo tres músicos de su orquesta sinfónica. También a Stephen Curry y sus Warriors, que bien podrían reclamar el monopolio del texto. Pero uno no es Dios ni pretende serlo, anda infinitamente distante de su omnipotencia que le reconocen los creyentes. Así que ensalzaré como la justicia deportiva demanda la marca universal del trío Parker-Ginobili-Duncan, quienes acaban de batir en comandita el récord de victorias (542) de la terna Bird-McHale-Parish, y aludiré al nuevo querubín de la canasta mundial. Hablo, por supuesto, del homicida con rostro de niño.
Iban un francés, un argentino y un tipo de las Islas Vírgenes Suena a ese chiste que enfrenta a nacionalidades cerebrales y avispadas, pero se trata en todo caso de una gracieta monumental. Juntos han sentado las bases graníticas de una dinastía ganadora, de la mejor franquicia profesional estadounidense en sus cuatro modalidades mayoritarias durante las dos últimas décadas. El supremo ala-pívot de la historia ya había ganado un título cuando se incorporó el dúo exterior a un club ejemplar por organización interna, sensatez a la hora de las contrataciones, filosofía de juego y respeto al colectivismo sagrado del profesor Naismith. No cabe duda alguna de que cualquiera del grupito habría obtenido bastante más dinero en otros clubes si en cualquier momento de sus carreras hubiese decidido romper esta bendita alianza de las civilizaciones. Sus miembros han sacrificado sueldos a favor de una gloria traducida en otros cuatro campeonatos y permitido con su moderación salarial a ver, que ganan un pastizal, pero inferior a sus valores de mercado- que el maestro Popovich armara plantillas compensadas con la inteligencia como único requisito en el derecho de admisión.
Me ofrecieron la oportunidad de escribir un extenso artículo sobre el ideólogo de los Spurs en una revista especializada. Y acepté el reto porque hablar de Gregg entra en el territorio de las palabras mayores. Expuse mi rendición incondicional al técnico de San Antonio y aderecé los argumentos con declaraciones de los protagonistas. Entre ellas, una de Ginobili. El argentino con estatua en Puerto Madero vino a confirmar que, una vez dentro, nadie quiere salir de la ciudad que acoge el Riverwalk y El Álamo. ¿Bondades urbanísticas? Más bien la conciencia plena de pertenecer a una organización envidiable, a una familia ferozmente competitiva. Los jugadores allí parecen nadar a gusto en el líquido amniótico del útero materno.
Con el respeto debido a todas las opiniones, pienso que durante casi dos lustros no ya ahora- Parker ha gobernado el baloncesto mundial desde el puesto de base sin necesidad de inflar su casillero de asistencias. Lo ha hecho con un sentido admirable para controlar el ritmo de los encuentros y una forma de penetrar a canasta insuperable durante un tiempo extenso. Arropado, eso sí, por jugadores de abundante materia gris y unas líneas maestras rayanas en el socialismo: la generosidad, la distribución de la pelota y la preminencia del pase sobre el bote que solo a él se le consentía. El escolta argentino es un prodigio técnico, un tipo comprometido y canchero porque el ardor va adherido al ADN de su nacionalidad. Siempre estirando un añito más su formidable carrera. Y nadie envejece como Duncan. Es lo que tiene depender tan poco del físico y fiarlo todo al equilibrio, el conocimiento espacial y la sabiduría. Muy probablemente se encuentren en el último baile de un equipo que ya pertenece a Kawhi Leonard. Pero no cabe entender la majestad de los Spurs sin Popovich y sus tres apóstoles, héroes del pasado y aún protagonistas del presente.
Libre de las coordenadas espaciales
Reclamo calma a la legión ingente de seguidores de Curry. El mejor hombre de la campaña anterior ha vuelto empeñado en buscar cimas superiores a la cumbre del Everest. 148 puntos en los cuatro primeros partidos, 93 de ellos en dos entregas casi consecutivas ante los damnificados Pelicans de Nueva Orleans. Definitivamente, su reino no es de este mundo. Vive fuera de las coordenadas espaciales que nos constriñen al resto. A veces pienso que ve el arco del triple achatado en sus extremos y no comprende la necesidad de gastar pintura en delimitarlo. A punto de perder el balón junto a la línea de banda y con un mostrenco físico enfrente como Anthony Davis, tiró de nueve metros como si nada. Un misil inmediato, elegante, bombeado, sutil. Solo un ejemplo de su catálogo, de la herencia genética para el tiro que le legó su padre. Solo que papá era un especialista de mecánica impoluta y excelente puntería, mientras que el hijo ha salido completo de fábrica por visión de juego, mirilla telescópica y manejo abrumador de la bola. Otra pelota que pareció extraviar en el centro de la zona acabó por arte y magia (literales ambas palabras) en las manos de un compañero. Un simple pase a espaldas por encima de la cabeza.
Su cara infantil invita a llevarle la merienda, pero este chico parece capaz de morder la mano que le da de comer si se encuentra en una refriega deportiva. Su baloncesto emparenta mejor con el universo de los videojuegos prodigiosos que con la carnalidad terrenal. Ofrece la sensación de que va a pasar continuamente a otra pantalla. Él, junto a la excelente plantilla que logró el título de 2015, tiene a los Warriors en lo alto de la tabla a base de promedios escandalosos. Veinticinco puntos de diferencia entre los 119 que anota Golden State y los 94 que recibe. No soy quién para recomendar algo a semejante genio, pero quizá deba llevar cuidado con los bailecitos y las risas en sus celebraciones. Cualquie día un rival carcomido por la inferioridad le puede estampar el protector bucal que muerde continuamente en lo más profundo de la garganta. Y bueno, hasta aquí el tributo conveniente a una franquicia entera (San Antonio) y a un equipo (Warriors) unidos por la deuda perenne de los aficionados. Ambos han recuperado el buen gusto, excelente más bien, para las huestes del baloncesto. Ya saben: van un francés, un argentino, un tipo de las Islas Vírgenes y un norteamericano y
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