Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Ángel Resa
Miércoles, 27 de mayo 2015, 12:07
Es muy probable que la ciudad de Cleveland, la franquicia de los Cavaliers, los compañeros de James y la afición del Quick Loans Arena canten a coro y con la mano pegada al corazón Sin ti no soy nada. Hace siete meses, cuando empezaba la campaña en la NBA, titulé que el rey LeBron alteraba el mapa de la Liga norteamericana. Porque solo al alcance de los elegidos se encuentra la posibilidad de virar completamente un rumbo colectivo por una decisión individual. El monarca absoluto volvía a casa después de devolver la gloria a Miami y con esa mudanza cambiaba los centros de poder del baloncesto. De repente, en ese anuncio de hijo pródigo, todos supimos que el sur de Florida dejaba de cotizar en la bolsa del campeonato por el trasvase de las acciones a Ohio. Y todo porque un fenómeno reventado de músculos y hasta arriba de jerarquía optaba por el retorno.
LeBron ha cumplido su parte del trato, números incluidos (promedios de 30 puntos, 11 rebotes y 9 asistencias frente a los Hawks). Mete a Cleveland en la final de la NBA (4-0 a Atlanta) aprovechando que él disputará su quinta consecutiva. James perdió con los Cavaliers la de 2007 frente a los Spurs de Tim Duncan, quien en el abrazo de despedida y cierre le auguró que la NBA sería suya en muy poco tiempo. Dicho y hecho. James se trasladó a Miami y los Heat enlazaron cuatro disputas por el título seguidas, dos de ellas resueltas con victoria. Huelga ya hablar de sucesores del divino Michael Jordan. Durante muchos años ese papel lo encarnó Kobe Bryant asombrosas las semejanzas de sus juegos- y desde una vertiente distinta lo viene ejerciendo el líder de Cleveland. Cada uno es cada cual, pero resulta irrebatible que LeBron ocupa un sitio de honor con mayúsculas en el altar sagrado de la historia. Es el Sumo Hacedor de los éxitos. Miami lo necesitó para reeditar sus tiempos de vino y rosas tras el anillo de 2006 del dúo Wade-ONeal. Y no cabe imaginar el regreso de los Cavaliers a la serie definitiva sin la omnipotencia de su redentor.
James se ha sentido en la obligación de reinventar un equipo mal confeccionado durante la pretemporada. El baloncesto en Ohio hasta mediados de enero (balance de 19-20) dejaba dudas muy serias por una defensa deficiente, nula confianza en el técnico que aún pinta poco (David Blatt), la lesión del pívot Anderson Varejao, la relativa decepción de Kevin Love y unos ataques de LeBron contra el mundo donde sus compañeros no sabían ni donde colocarse. No es que ahora haya variado mucho la dependencia ofensiva del fenómeno, pero sí que los demás asumen el sistema y aportan lo necesario. Sencillamente porque creen en su mesías con la fe de los convictos. En Estados Unidos se oye el deseo de muchos baloncestistas de jugar para un determinado entrenador. Aquí quieren hacerlo para el rey, el superhombre que se encarga de todo en la cancha y fuera de ella. Ejerce de director deportivo, de entrenador in pectore, de base, de escolta, de alero y de ala-pívot. Su ascendencia sobre el grupo y el propio club es infinita.
Mucho y para bien ha cambiado Cleveland en cuatro meses. Desde luego, por la habilidad para moverse en el caladero invernal, donde rescataron de los penosos Knicks a los exteriores Iman Shumpert y JR Smith y trajeron desde Denver a la montaña rusa, el pívot Timofey Mozgoz. Hombres, sobre todo los dos últimos, importantes en la evolución muy positiva del conjunto. Pero más fundamental aún que esos fichajes parece el empeño personal de James para enderezar el rumbo de un equipo del que se siente responsable absoluto, a tono con el carácter de su monarquía. LeBron ha ido moldeando el bloque a su imagen y semejanza. Vale, él asume todo en la pista, pero los demás han de abordar sus cometidos. Necesita aportaciones específicas de ciertos hombres, como la intimidación de Mozgoz o la soberbia pelea de Tristan Thompson en el rebote ofensivo. Y que algunos compañeros, como Dellavedova o Shumpert, brillen unos días sin temor a oscurecerse otros. O que salga a surcar la noche el alma libre de Smith, un tirador de rachas formidable con talento por castigo. Todo ello aderezado por una defensa firme y convincente, la que ha cortado los plomos de la fluidez a Atlanta, un equipo menor en las eliminatorias tras una temporada fabulosa por el movimiento de la pelota que liberaba tiros lejanos de alta precisión.
LeBron ha reinventado a los Cavaliers sobre la marcha con una capacidad insólita para resolver entuertos. El grupo ha barrido a los Hawks en la final del Este sin Love ni casi Irving, dos de los tres vértices del presunto Big Three. James sube la pelota, distribuye pases en el aire que solo se le consienten a él cuando amenaza con las penetraciones y dobla el balón a francotiradores apostados (James Jones, JR, Shumpert, Dellavedova), entra en las zonas con la sensación de que hará lo que le venga en gana o logrará cuanto se proponga, lanza triples, juega al poste donde el muy buen stopper Carroll parece un pigmeo a su espalda, rebotea, acelera y para, pide aclarados que a veces resuelve solo y otras en compañía, involucra a los compañeros Al contrario que el perro del hortelano, James juega y deja jugar. Fuera de su presencia omnímoda no cabe entender la vuelta a los focos de Cleveland, la ciudad que entona a coro Sin ti no soy nada en honor a su majestad.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.