Tim Duncan, que sopesa jubilarse, resignado tras la derrota ante los Clippers
Lo mejor de la nba

Réquiem por un campeón

‘La canasta del cojo’, el superlativo Chris Paul, elimina a San Antonio en un séptimo partido que ya ha ingresado en el reino de la leyenda

Ángel Resa

Martes, 5 de mayo 2015, 11:34

El fútbol lo definió como el gol del cojo. Cuando se lesionaba un jugador y el técnico había agotado los tres cambios reglamentarios, colocaba al tipo de la pierna quebrada allá adelante, donde molestara poco y permitiese el repliegue militar de sus compañeros. Pero cuentan ... que hubo una vez que le tiraron la pelota y logró meterla en la portería. Habilidad y fortuna del sacrificado. Lo que ocurrió el sábado en el Clippers-Spurs rebasa todo lo imaginable para adentrarse en el territorio de la heroica. Chris Paul base del equipo angelino, uno de los mejores directores de juego de la NBA- sintió un pinchazo en la parte posterior del muslo derecho cuando subía el balón en el minuto 11. Cambio, paso por el vestuario y la sombra proyectada sobre la fe de los ruidosos seguidores de una franquicia que no hace tanto incitaba a la burla. Vuelve al banquillo durante el segundo cuarto para alumbrar el ánimo de compañeros y público, mete triples con la muñeca firme de un líder tantas veces cuestionado por no conducir a su equipo hasta la tierra prometida y contribuye a mantener un partido maravilloso. Otra vez retrasa la mano a la zona dolorida en el minuto 32, cuando su club y San Antonio cocían un encuentro formidable que aún atracaría en el puerto de la excelencia. El último cuarto reventó el techo de cristal. Nunca antes hubo tal concentración de baloncesto soberbio, intercambio de guantazos deportivos y emoción superlativa. Hasta el desenlace final, la canasta del cojo que escribió el réquiem por un campeón (Spurs) y ojalá que no la despedida del legendario Duncan, el mejor ala-pívot de la historia. Por favor, Tim, piénsalo.

Publicidad

El duelo entre dos conjuntos grandiosos se merecía vivir en ese equilibrio inestable. Paul recibe la pelota a falta de seis segundos, después de aguantar tantos minutos el dolor como líder espiritual de un club que esta vez envida a grande. Bota hacia el lado derecho, penetra, busca el contacto corporal con su defensor (Danny Green) y se saca un tiro en escorzo contra el tablero bendito recurso- para salvar el tapón de Duncan. Canasta. 111-109 y un segundo por disputar. San Antonio se dispone a realizar la acción nacida en la mente privilegiada de Gregg Popovich: un bloqueo ciego tras el saque de banda para el palmeo de Kawhi Leonard, el joven con hechuras de veterano, el heredero de las sagradas escrituras de un equipo angelical. Pero un error de la mesa permite que el reloj corra. Los Clippers ya conocen las intenciones de su adversario y Matt Barnes despeja como un portero de fútbol el intento postrero de los Spurs. Conclusión de un encuentro hermosísimo, digno de una espléndida final pese a tratarse de una primera ronda. Réquiem por un campeón, ese grupo texano que cautivó a todo el mundo con su baloncesto coral del año pasado, esa franquicia ejemplar que cree en la cocina a fuego lento y en el puchero de la abuela.

Resulta injusto, pero inevitable, condensar sensaciones de un partido excelso en la identidad de dos jugadores. Duncan encarna como nadie dentro de la pista Popovich lo hace desde el banquillo- el romanticismo del deporte, siempre al servicio de una misma camiseta. Reivindica la inteligencia y los fundamentos técnicos frente a tantos saltimbanquis que se disputarían las medallas en las pruebas olímpicas del atletismo. Y realza la capacidad camaleónica de adaptar las cualidades propias a los cambios ajenos del juego. Aquellos Spurs lentos y defensivos han evolucionado a un estilo de campo abierto sin perder el rigor ni las señas identitarias, basadas en un concepto colectivo a partir de la responsabilidad individual y un movimiento altruista de la pelota. San Antonio cayó con grandeza en el último segundo de un cruce extraordinario frente a un equipazo que abanderaba el cojo del Staples Center. El club texano ha purgado la floja campaña de Tony Parker, el base que ha controlado el baloncesto mundial con la apropiación del ritmo de juego y las penetraciones culminadas en bandejas de camarero. Y el ocaso físico evidente de Manu Ginobili, otro de esos jugadores formidables que reclaman un hueco en la memoria perenne de los aficionados. Quizá suenen tambores de relevo a la vera de El Álamo, pero entristece tanto descomponer una obra maestra

La jerarquía de Griffin

Y de los Clippers hay que hablar, desde luego. No solo por el ejemplo heroico de Paul, autor de una actuación individual portentosa. También por la jerarquía de Blake Griffin, la intimidación del enorme pero atlético DeAndre Jordan, la muñeca engrasada de JJ Redick, la profundidad de un banquillo que muestra una buena composición de plantilla y la sabiduría de Doc Rivers, el entrenador que devolvió la gloria a los Celtics. Solo de pensar en una final del Oeste entre el equipo angelino y los celestiales Warriors se ponen las glándulas salivares a trabajar sin pedir permiso. Porque ambos confirman su condición de favoritos frente a Houston y Memphis en unas semifinales por conferencias que se distinguen por el asalto de las canchas rivales a la primera oportunidad. Lo ha hecho Washington en Atlanta, Chicago con un notable Pau Gasol en Cleveland frente a unos Cavaliers disminuidos sin JR Smith ni Kevin Love- y los Clippers en Houston. Solo Golden State impuso su autoridad anfitriona en la visita de los Grizzlies.

Fue un ejercicio de impotencia del sobrio equipo que capitanea Marc Gasol frente a una avalancha de belleza, un alud de armonía, una aleación impoluta de eficacia y estética. Los Warriors necesitan suspiros para abrir simas en el marcador, apenas dos transiciones culminadas con triples. Practican un baloncesto precioso y muy bueno, divertidísimo, apto para todos los públicos, gentes que se asoman por primera vez a un pabellón y estudiosos del juego que apuntan defectos a la mínima. A este grupo de Steve Kerr no hay por dónde meterle mano porque a un ataque formidable suma una defensa capaz de competir con los abanderados de la contención. Por todo ello merece muchísimo la dicha, que no la pena, ver al equipo californiano. Pero bastaría Stephen Curry para abonar el precio de la entrada. El excelso MVP de la temporada tampoco resultaba injusto conceder el premio al barbudo James Harden- es socio de honor de los traumatólogos norteamericanos por la cantidad de caderas rotas que manda a los quirófanos con su bote a capricho, sus pases por la espalda y sobre todo- sus cambios de dirección con un simple amago que deben estar prohibidos por las jefaturas de tráfico.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad