Víctor Claver, con los Trail Blazers.

Claver o la cara agreste de la NBA

El valenciano cierra su paso intrascendente por Portland, donde ha purgado la falta de factores diferenciales

Ángel Resa

Miércoles, 4 de marzo 2015, 13:24

Muchos jugadores europeos contemplan la NBA como un gigantesco parque de atracciones desde el Atlántico hasta el Pacífico. Y así es para unos cuantos, incluyendo en el bando de los beneficiarios a un buen número de españoles que han hecho -algunos siguen en ello- estupendamente ... las Américas. Pero el campeonato norteamericano también puede mostrar su cara más agreste. Sobre todo con hombres que decidieron en su día saltar el océano sin una pértiga sobre la que impulsarse. El caso, por ejemplo, de Víctor Claver, que ha pasado por Portland con la liviandad propia de lo intrascendente. Apenas 82 partidos con minutos baratos de racionamiento y distribuidos en dos campañas y media de participación a la baja, como telonero de un equipo amplio que la mayoría de las noches lo dejaba en el banquillo vestido de calle. La conclusión puede sonar dura, pero el tres y medio valenciano ha cosechado de acuerdo con su siembra.

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A Claver le han perjudicado varios eslabones que componen toda una cadena nociva. Cierto que se trataba de un buen jugador con cierta ascendencia en su club de formación. Tanto como que ya entonces carecía de la fe y la casta que se necesitan para fabricarse un hueco digno en la NBA. Los Blazers le seleccionaron en el vigésimo segundo puesto del draft de 2009 y el levantino aún se mantuvo tres temporadas en la ciudad donde antes transcurría el Turia. Pero al fin sacó billete hacia el estado de Oregón, un enclave noroccidental maldito para compatriotas que ya habían estrellado allí sus frustraciones previamente. Desde Fernando Martín, aquel pionero admirable, a Chacho Rodríguez o Rudy Fernández. Incluso un genio como Drazen Petrovic (emperador de Cibona y Real Madrid) hubo de encontrar en New Jersey todo lo que Portland le había negado. Ninguno de los entrenadores de la franquicia (Terry Stotts, Nate McMillan) ha apostado un dólar por jugadores procedentes de la marca España.

Víctor no solo erró al entender que sus condiciones notables, pero no distintivas- le bastaban para jugar realmente en Estados Unidos. Tampoco acertó con el sitio geográfico donde mostrarse. Al fin, el equipo que lo eligió en aquella hornada de hace seis años. Tampoco le ha favorecido en absoluto su posición dentro de la cancha, un híbrido entre el tres tirador y el cuatro abierto que América tiene para consumir y exportar. Muy bueno o algo especial se ha de tener para que los clubes de la NBA opten, de verdad, por las importaciones de gente grande. Existen los ejemplos que alteran la norma, claro está. Sin ir más lejos los hermanos Gasol o el propio Serge Ibaka. Los primeros destacan entre otras muchas virtudes por una inteligencia natural para el juego que aporta cordura a plantillas descontroladas. Y el congoleño de pasaporte nacional dispone de su energía física y capacidad de intimidación al servicio de Oklahoma City.

Un somero repaso a los trece españoles que han participado o continúan haciéndolo allá (Mirotic, el último, está cuajando una temporada notable) explica algunos triunfos contundentes, otras intervenciones decorosas, alguna carrera americana reventada por las gravísimas lesiones (Raúl López) y el paseo insustancial de Claver. Al margen de los tres postes ya citados, el resto de los embajadores (salvo Jorge Garbajosa en su condición de falso cuatro) ocupan demarcaciones en el perímetro. Tres bases y un escolta presumen con argumentos sólidos del don de la genialidad. A saber, el propio Raúl López convocado para heredar el legado del inconmensurable John Stockton, Chacho y Ricky Rubio. Los tres ven claros donde el resto de los timoneles solo encuentra muros. Juan Carlos Navarro utiliza la varita mágica para anotar con mando en plaza del baloncesto europeo desde una estructura física conmovedora. El barcelonista se dispensó el gustazo de probarse allí y, satisfecho por el intento, regresó a sus orígenes.

Cuando un club compra a José Manuel Calderón está adquiriendo sentido común y fiabilidad. La propia de los coches que jamás le dejan tirado a uno sobre el arcén. Lástima que ahora purgue su notable carrera norteamericana en la ciénaga de los Knicks, la Gran Manzana podrida. El fichaje en su día de Garbajosa parecía una apuesta sobre seguro, el reclutamiento del tipo listo que abre la cancha, el hombre consciente de sus limitaciones físicas. El primer síntoma de la inteligencia consiste en explotar las cualidades y esconder las carencias tras reconocerlas. Y a Rudy Fernández un jugador-catálogo, un muestrario completo le sepultaron la mirada torva de McMillan y el overbooking de hombres en su puesto. Pero el mallorquín, una estrella de la Euroliga, cumplió como el resto de los delegados en Estados Unidos dentro de categorías diversas con nota su tarea de inmigrante vip.

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Resulta muy difícil, honestamente, escribir lo mismo de Claver. Al valenciano le han faltado signos diferenciales en su baloncesto y dosis de efervescencia. Las personalidades son tercas y cada cual lleva la suya. Tampoco le han ayudado en nada la extena plantilla de Portland, su afiliación a la conferencia del salvaje Oeste y la sobreabundancia de jugadores en su puesto. Al final ha recalado en el Khimki. Sí, el actual líder ruso, pero un conjunto de Eurocup, la segunda competición continental. Aguardó hasta última hora la oportunidad en la NBA que le han negado los Blazers durante dos años y medio y Denver, que prescindió de su contrato tras una operación entre ambas franquicias. Víctor ni siquiera ha encontrado acomodo en la Euroliga y las perspectivas con él tienden a engarzar el pasado con el futuro. Un buen jugador que no alcanza a rozar su techo previsto. Ojalá me equivoque, que ya lo hice con Chacho. Pensaba que su genio se había extraviado dentro una lámpara nada maravillosa. Y ya ven.

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