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Ángel Resa
Miércoles, 8 de abril 2015, 11:30
Como cada primer lunes de abril se conoció el desenlace de la locura de marzo. Es la fecha en la que todo el baloncesto estadounidense dirige el foco a un solo punto de Google Maps, concretamente el inmenso estadio cubierto donde se dirime el título ... universitario. Hasta la NBA detiene por una noche su frenética centrifugadora- -esta vez se disputó un partido aplazado por la meteorología adversa del invierno- para sumarse a la efervescencia que genera la gran final del torneo colegial. Todo estaba predispuesto para un duelo entre la invicta Kentucky (38-0) esta temporada hasta su derrota del sábado y Duke, pero el pronóstico obedeció solo a medias. En efecto, ganaron los Blue Devils del ya legendario Mike Krzyzewski cómodamente a Michigan State (81-61), pero no así los Wildcats, que cedieron frente al juego académico de los Badgers (64-71). De este modo, los cachorros de John Calipari hincaron la rodilla el día menos conveniente para hacerlo y se privaron de derribar la puerta de la historia como entran los elefantes en una cacharrería. Es lo que tiene de cruel el sistema de eliminatorias directas, que desatiende el récord apabullante gestado durante los meses anteriores.
De todos modos, quedó un encuentro sin retorno más intenso, físico y emocionante que bueno, seguido por más de 71.000 espectadores en el grandioso Lucas Oil Stadium de Indianápolis. La relativa sorpresa volvió a batir sus alas con el 39-48 a favor de Wisconsin en el minuto 27. Pero Coach K, campeón olímpico en verano, pidió uno de los numerosos y eternos tiempos muertos. Y a partir de ese paréntesis, la Duke de las defensas alternativas recondujo la situación a través de un tapado, esa figura habitual en las finales que acude a la fiesta sin la tarjeta de invitación. Fue el escolta Grayson Allen, autor de 16 puntos decisivos, forjados de casta, valentía y acierto. El base Tyus Jones (23) rubricó con el tiro exterior el triunfo de los diablos azules (68-63) y levantó el trofeo que distingue al mejor hombre del partido. Un título individual que, de triunfar Wisconsin, hubiese izado el pívot Frank Kaminsky. Pero las jerarquías cambian de bando según el marcador. ¿Justo? Discutible, al menos. Creo que esta nueva edición de la NCAA permite la apertura de ciertos capítulos. Como la influencia de los pívots, las distintas filosofías universitarias y los excesivos parones del juego. Por partes.
PÍVOTS.- Hubo unos cuantos en la Final Four, por supuesto. Pero quiero centrarme en Jahlil Okafor (Duke), que apunta a los puestos más nobles del draft de la NBA, y a Frank Kaminsky (Wisconsin), vencedor moral en la ciénaga de la derrota. El grandote de los Blue Devils encarna como pocos la figura del cinco puro. Domina en la zona, recibe balones dentro, usa su cuerpo de manera inteligente para ganar la posición a un metro del tablero y se nutre además de los rebotes ofensivos y de los pases que le doblan sus exteriores bajo el aro tras las penetraciones. Perdía su duelo definitivo con Kaminsky, pero anotó dos canastas fundamentales al final que sellaron la victoria de los diablos azules. En cambio, al pívot adversario solo pudo detenerlo J efferson, que se sacrificó en favor del equipo con una defensa ejemplar. El interior de los Badgers encarna la versatilidad y la inteligencia sobre una cancha de baloncesto. Mete triples frontales, saca faltas cerca de la canasta rival, es paciente si no encuentra soluciones a la primera y firma unos reversos espléndidos, largos de pies como la danza de un bailarín y extensos de brazos. Los fundamentos técnicos que enseña su gran entrenador, Bo Ryan, quien ha empeñado su vida en transmitir a sus chicos las esencias del juego.
FILOSOFÍAS.- Dejando un tanto al margen a Michigan State, un equipo muy meritorio que fue abatiendo favoritos hasta alcanzar las semifinales, conviene centrarse en las ideologías distantes que separan a Kentucky de Duke y, sobre todo, Wisconsin. Los Wildcats se asemejan a los poderosos clubes futbolísticos que recurren al talonario para fichar a los mejores. La NCAA veta el cobro económico a los jugadores, pero Calipari saca cada año su señuelo a pasear. Podrá debatirse su propuesta, pero es transparente como el agua del manantial. Recluta a las promesas más destacadas de los institutos y les dice a la cara. Venid un añoconmigo, vamos a la Final Four y de ahí saltáis a la NBA. Un reclamo poderoso para chicos que quieren atajar hacia el dinero y la gloria. El técnico de Kentucky arma plantillas muy jóvenes y físicas, exprimidas atrás, veloces en las transiciones y abanderadas del juego aéreo. Duke acaba de conseguir su quinto título, los mismos que ostenta el venerable Coach K, con el respeto a las tradiciones de siempre. Krzyzewski suele adoctrinar jugadores durante cierto tiempo, pero esta vez se ha rodeado de chicos de primer año. Una muestra más de su capacidad para adaptarse al medio. Mención aparte se merece Wisconsin, un programa riguroso con los valores de la canasta. En los Badgers no se ve a los veteranos como ejemplares excéntricos o en peligro de extinción. Ryan es partidario de la cocina a fuego lento, de la inteligencia por encima del físico exuberante, de los ataques elaborados, el juego en media pista y el baloncesto terrestre. Sus chicos perdieron la final como bien podrían haberla ganado. Y casi nadie hubiese considerado injusto el premio para un equipo tan respetuoso con las esencias.
PARONES.- Durante temporadas lejanas no existió el reloj de posesión y, así, la historia registra marcadores ridículos en el desenlace de los títulos. Después (1985) se decidió establecer el tope de los 45 segundos, que dan para ducharse y beber el primer café del día. Y en 1993 se rebajó a 35, un tiempo aún excesivo que rebaja con agua el vino de la pasión. Siete puntos de desventaja a falta de dos minutos parecen insalvables con tanta manga ancha para lanzar. Solo el sistema del 1+1 en los tiros libres al entrar en bonus ofrece algún resquicio a la esperanza. Todo es objeto de debate, claro, pero apuesto por las posesiones de 30 segundos dejando el resto tal cual: dos tiempos de veinte minutos. Por otra parte, la inflación de tiempos muertos perjudica seriamente la salud del espectáculo. Aparte de los cinco de los que dispone cada entrenador, eternos y largos como las jornadas sin pan, piden paso los de televisión, inoportunos a más no poder porque sajan de raíz las rachas dinámicas de un baloncesto que requiere revoluciones superiores. Escritas estas disquisiciones, que viva la locura de marzo que desemboca en el mes de abril. Ese que robaron a Sabina.
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