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Buena orografía. La zona del barranco de Trapagaran fue un lugar idóneo para disfrutar con los trineos. IÑIGO GÓMEZ
Malabares con los hijos

Malabares con los hijos

Con 131 colegios cerrados, la de ese día fue una mañana de apuros para los padres y de alborozo para los niños

Miércoles, 28 de febrero 2018

Bilbao amaneció ese día cubierta de blanco, con el ambiente sereno y amortiguado de los días de nieve, pero el clima en algunas redes sociales era justamente el opuesto. En WhatsApp, los grupos de padres echaban humo, entregados a una actividad frenética que parecía impropia de una hora tan temprana. Se cruzaban mensajes contrapuestos -que había clase, que no- y el bulo de que el Gobierno vasco había ordenado cerrar los colegios asomaba una y otra vez la cabeza para zanjar discusiones. En otras redes sociales, las que no tienen que ver con la tecnología sino con la convivencia de verdad, también se registraba mucho movimiento, con abuelos que acudían al rescate y vecinos que se prestaban a cuidar a los niños durante unas horas.

«Son mañanas de mucha confusión -comentaba Estíbaliz Ruiz de Aguirre, directora del colegio Hijas de la Caridad-Nuestra Señora de Begoña, en Santutxu-. Nosotros decidimos en función de nuestra realidad: aquí abrimos, porque somos un centro de barrio, con un porcentaje alto de alumnos de la zona, pero no podemos garantizar que se impartan las clases en su totalidad, ya que habrá profesores que lleguen tarde o no puedan llegar». Por la puerta iban entrando niños que echaban una última mirada al exterior, nostálgicos ya de la nieve. «Llegan superemocionados, nerviosos, y tratamos de tranquilizarlos y devolverlos a la normalidad».

Muchos colegios situados fuera del casco urbano, que dependen de los autobuses, ni siquiera podían plantearse la actividad, pero en la ciudad abundaba un modelo intermedio, de escuelas abiertas pero funcionando a medio gas. «Yo ni siquiera me he planteado no traer a mi hija», decía Cristina Domínguez, una madre del Luis Briñas. En algunos casos, además, la hora de salida se adelantó porque las empresas de ‘catering’ no completaron sus itinerarios. Según el Gobierno vasco, cerraron 131 centros de Bizkaia, además de la UPV, que no reanudó la actividad hasta las tres.

Trineos en Iturribide

En Maristas, a mitad de Iturribide, se habían suspendido las clases pero había alumnos en las aulas. Otros, los mayores, habían convertido la calle en una tumultuosa exhibición de deporte invernal: aprovechando que ningún conductor se aventuraba por esa cuesta que más parece un puerto de montaña, los chavales se tiraban en trineo, en tablas de ‘bodyboard’, incluso dentro de un cajón recuperado de la basura. «Ha salido el coordinador y nos ha dicho que podíamos irnos. ¡Hoy teníamos examen de Física, de cinemática!», detallaba un alumno de cuarto de la ESO. Bueno, lo de deslizarse en trineo tiene algo que ver con esa materia, ¿no? «La verdad es que sí: aceleración, frenada...». En la enfermería del colegio, Mari Mar Aguilera velaba por los de dentro y por los de fuera. «Si se hacen daño, seguro que vienen aquí».

Ese día no era raro dar con el emparejamiento de niño sin clase y padre o madre que no había podido ir a trabajar. «Los he mandado a los dos al colegio, pensando que igual amainaba la cosa, pero no. Yo trabajo en Ortuella y no había manera de llegar. Y mi madre tenía que ir a un centro de día, pero tampoco», repasaba Mari Carmen Arranz. ¿Y dónde están los niños? «A uno lo tengo allí, ligando a bolazos, y al otro ahí, tirándose en un trineo que le han prestado», respondía, señalando certeramente a derecha e izquierda. También estaba con sus hijas Gorane Ruiz de Escudero, andereño en la ikastola Begoñazpi: «Mi intención era ir andando con las tres, a la hora que llegásemos, pero nos ha avisado antes el equipo directivo. ¡Viva las redes sociales! Yo puedo ocuparme de ellas, pero otras familias han tenido que hacer malabares con sus hijos».

En muchos casos, la salvación llegó de la mano de los abuelos, esos superhéroes cotidianos. Jesús Intxaurbe caminaba por El Arenal con el nieto pequeño en brazos mientras el mayor, de 4 años, se dedicaba a acribillarle concienzudamente la espalda a bolazos. «Ha llamado la madre al colegio y le han dicho que no había clase, así que hoy tengo trabajo doble. Pero, después de tantos años sin nevar así, es bueno que tengan un recuerdo de esto: ahora mismo me decía el mayor que no volverá a nevar hasta que él sea grande como aita».

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