El cura de Bilbao que salva vidas de niños en la antesala del infierno

Doñoro, estudiante en Maristas y la Universidad de Deusto, fue ordenado presbítero a los 25 años. Fue párroco en Cuenca, pero pronto empezó a trabajar como capellán de la Guardia Civil. Ejerció una década en Gipuzkoa, durante los años de plomo, también en Intxaurrondo. «Estaban dispuestos a dar su vida no solo por los suyos, también por los que les perseguían. Son unos grandes de nuestra libertad», confiesa el cura de los hombres y mujeres del cuartel. Sufrió la pérdida de muchos compañeros asesinados por ETA y el dolor de las familias en primera línea. Su labor como capellán castrense le condujo también a misiones humanitarias a Bosnia y Kosovo, además de a otras expediciones a Tánger, Colombia y Mozambique en las que rescató a niños en exclusión.

En 2002, comisionado en El Salvador, se enteró, por casualidad, de que un niño de menos de 14 años, llamado Manuel, iba a ser vendido por sus propios padres para extraerle los órganos por 25 dólares. Sufría una parálisis extraña. Necesitaban el dinero para alimentar a sus otras hijas. Alquiló una camioneta, les pagó 26 dólares y se lo llevó. «En una semana se recuperó en una clínica. Entonces, me di cuenta del mundo que hemos creado. Miramos para otro lado, pero hay asesinatos y traficantes de órganos y muchos niños que salvar». El padre Ignacio siguió trabajando en la Academia de Oficiales de la Guardia Civil de Aranjuez (Madrid) y fundando casas de rescate. En su última misión a Kosovo, en 2008, la ya fallecida ministra Carme Chacón le motivó para solicitar una excedencia para cumplir su sueño, ayudar a los más pobres. Y lo hizo.

En enero de 2011 dejó todo. Primero se asentó en Puerto Maldonado, en Perú, «la antesala del infierno», invadido por bandas de delincuentes. Allí comenzó a rescatar niños del tráfico. Cuatro años después, tres individuos de uno de los grupos le dieron una paliza de muerte. Fingió haber fallecido y se fueron. «Les estaba quitando su negocio», relata. Tuvo que trasladarse a otra zona del Amazonas. Ahora, seis casas componen el Hogar Nazaret, que él mismo dirige y que se sustenta con donaciones particulares. Allí trabajan 22 mujeres y residen 300 niños, que son derivados de 4.000 comunidades.

«Todos de telediario, víctimas de la pobreza material extrema que deriva en pobreza moral». Les proporcionan cuidados médicos, alimentación, educación y el respeto por las mujeres. Llegan «totalmente rotos, con heridas físicas tremendas, pero sanan con bastante facilidad. Lo más complicado es que sanan sus corazones y son capaces de amar y perdonar». Con el tiempo, pueden regresar a sus comunidades de origen o quedarse. Se convierten «en agentes de cambio, una verdadera revolución social». La pandemia ha sido horrible en el Amazonas. No hay atención sanitaria y la gente perece sin oxígeno. Él mismo contrajo el covid y escribió el libro 'El fuego de María' (editorial Nueva Eva), donde relata sus vivencias a modo de despedida. «La vida es muy corta. Hay que vivirla con intensidad. ¿De qué vale durar cien años si se está con las manos vacías, sin amor?», se pregunta.