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Pedro Ontoso
Martes, 12 de febrero 2019, 12:21
En 1998 Joseba Segura era un joven sacerdote de 40 años con una prometedora carrera eclesiástica ante su ojos, aunque su ambición no pasaba por los despachos episcopales sino por el trabajo junto a los más desfavorecidos. Dominaba el euskera y el inglés y acababa de regresar de Boston, donde había cursado un máster en Economía, que ampliaba su formación en Teología y Psicología. Fue entonces cuando Juan María Uriarte, su padre espiritual y gran amigo de la familia, le reclutó para la misión de su vida. Ayudarle en la mediación entre el Gobierno de Aznar y ETA para acabar con la violencia en Euskadi. No lo dudó. La lealtad siempre ha sido uno de sus valores.
Hubo contactos previos hasta la cita en Ginebra y en todo momento Segura fue la sombra de Uriarte, al que conocía desde sus tiempos como seminarista, cuando el obispo ejercía de formador y rector. Además, el prelado de Fruniz era muy amigo de su familia, a través de su tío Joseba Etxezarraga, también sacerdote. Aunque nacido en Bilbao, Segura tenía raíces por vía materna en Altzuste, en la localidad vizcaína de Zeánuri. En el caserío familiar, a los pies del Gorbea, Uriarte ha pasado muchos y muy buenos momentos. Ambos mantienen una relación afectiva muy especial.
Pese al fracaso de las conversaciones en Suiza, la Iglesia vasca fue requerida de nuevo para buscar caminos de paz. Joseba Segura volvió a tener un papel relevante en la tarea de recuperar contactos y tender puentes, una actividad que mantuvo hasta 2006. En esta labor le ayudaron sus conocimientos de Psicología, una disciplina en la que se licenció en la Universidad de Deusto. Su papel como facilitador lo compaginó con sus responsabilidades como delegado de Pastoral Social y Cáritas diocesana, cargos a los que accedió tras acompañar a las comunidades cristianas de Barakaldo y San Ignacio.
Segura, en efecto, se especializó en moral social –ha sido profesor de Ética– y le interesaba mucho la no violencia. Su tesis doctoral giró sobre la paz y el desarme, en plena época de la «guerra fría» en la que los episcopados publicaban pastorales sobre la paz. Su pensamiento se recoge en libros como 'Guerra imposible: ética cristiana entre guerra justa y no violencia' , 'Guerra moderna, disuasión nuclear y defensa occidental en el magisterio' o 'Ética en los negocios'. En una incursión en la banca solidaria fue vicepresidente de la Fundación para la Inversión y el Ahorro Responsable (FIARE).
Con todo ese bagaje en su mochila, en enero de 2006 dio una larga cambiada y se marchó a Ecuador, tierra de las misiones vascas, para impulsar la red de Cáritas. Allí ha trabajado en muchos escenarios y ha acometido proyectos de gran responsabilidad y vinculados al episcopado. Por ejemplo, a las órdenes de monseñor Julio Parrilla, misionero gallego y ahora obispo de Riobamba, emblemática sede que guarda la memoria de monseñor Proaño, abanderado de la Teología de la Liberación. Ahora es una diócesis muy conservadora. Se da la circunstancia de que Parrilla fue secretario general de Adsis, asociación de fieles laicos que nació en Bilbao en los años sesenta, y en su consagración episcopal participó el entonces arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui Yarza, de la localidad guipuzcoana de Oñate. Desde Ecuador sólo llegan elogios a su trabajo.
Pero tocaba volver y así se lo hizo saber Mario Iceta hace ya algún tiempo. Aterrizó en Otxarkoaga y, aunque pretendía hacerlo con suavidad, pronto empezaron a llamar a su puerta, en la parroquia de los Santos Justo y Pastor, gente que requería su presencia en distintos foros y proyectos. Le estaban esperando. En la diócesis, a la que ha seguido conectado, la gente no le ha olvidado. No es un recién llegado. Tiene mucho prestigio entre el clero y está muy bien valorado. Para muchos sigue siendo un gurú. «Y en este viaje ha vuelto de muchos sitios, ha madurado», interpretan algunos, que le ven «mucho más espiritual tras implicarse en otras realidades».
En lo personal pasa por ser un hombre de carácter. De temperamento fuerte y serio, puede parecer adusto. Y es muy exigente, a veces con planteamientos rígidos. El estrés lo combate, siempre que puede, con la montaña. En Ecuador ascendió al Cotopaxi, que se eleva hasta los 5.897 metros, con un grupo de alpinistas vascos.
No le asustan los volcanes. Tampoco las motos, aunque sean de gran cilindrada. En Quito ha contabilizado 50.000 kilómetros en una de ellas, mucho más modesta. Ahora se desplaza en bicicleta o en el metro. Todos coinciden en que Segura es muy inteligente y vale mucho. Mientrsa ha sido vicario general -su último cargo-, su identificación con Iceta ha sido clara. «Es de una fidelidad episcopal absoluta», sentencian en su entorno.
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