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José Mari Reviriego
Miércoles, 24 de febrero 2016, 12:55
Había dos planes para esa tarde, los dos fascinantes para un chavalín de pueblo: dar una vuelta por Bilbao y descubrir un mundo nuevo, un pueblo mucho más grande plagado de atractivas puertas todavía sin abrir; o atreverse a entrar en El Garaje, la sala ... de conciertos del barrio de San Ignacio donde iban a tocar los Cicatriz. Dos planazos, llenos de peligros los dos. Y de miedos, sobre todo para un menor de edad. Aventura asegurada pues.
Correría el año 1985, quizá 1986, época dura y de cambios radicales, aunque para la chavalería pasaran más desapercibidos. Unos marcharon rumbo a la ciudad a bordo del tren verde con asientos de madera y olor como a carbón. Viaje largo, pero divertido. El reto de la travesía consistía en curiosear por El Corte Inglés y echar un vistazo en la sección de complementos de la planta baja, donde, decían, siempre era más fácil pillar algo. Es decir, algo de recuerdo gratis. Toda una pieza de caza para alardear luego ante los colegas, pese al peligro real de acabar cazado por el personal de seguridad y ese, precisamente, no era tan comprensivo y digno como el vigilante que encarna Vicent Lindon en la película 'La ley del mercado'. Bien pensado, demasiados escalofríos ante el mostrador de las carteras de piel. Mejor salir fuera y tirar calle arriba.
El otro grupo se fue a El Garaje para ver a Cicatriz. Tocaban en la sala de moda en un momento en el que, pese a la efervescencia musical, pocos locales programaban conciertos en Bilbao. El Umore y el Gaueko estarían empezando. Y el Gaztetxe ahí andaría. Para un menor de edad ir allí imponía mucho. Temor a líos, empujones, ruido, botes de humo... La cosa es que los que fueron, fliparon. Cicatriz, procedentes de Vitoria, fueron posiblemente junto a Eskorbuto las dos bandas más diferentes del llamado Rock Radikal Vasco (RRV). Más cerca del rock quinqui que del reivindicativo, tocaron casi como vivieron. Salvajes.
Los vitorianos, liderados por el cantante Natxo Etxebarrieta, sacaron un discazo en 1986, 'Inadaptados', que resumía toda su filosofía. Cómo sonaba eso. Frente al sonido a lata de otros grupos, la guitarra de Pepín Arteaga, el bajo de Pakito Rodrigo y la batería de Pedro Landatxe atronaban en Cicatriz, acompañadas por una voz como de gaupasa. Sin límites. Había cortes de ritmo, marcha, rabia y guitarrazos cuidados. Todavía hoy 'Txota' suena más que bien «Has firmado tu declaración / y me has metido en un buen marrón / Cinco años me han caído / Y tú en la calle so cabrón».
En la canción 'Esto saldrá bien' cantaban: «Ya llegó el momento las cartas están echadas / con el fusco en la mano y la cabeza encapuchada / Tu colega esta nervioso y te agobian sus palabras, / pero la vida es muy dura y es tu ultima jugada / Esto saldrá bien, no puede fallar / todo este dinero para disfrutar». El vídeo, pese a su escasa calidad, nos retrotrae a aquella época, más próxima a Navajeros y el Jaro que a otra cosa. Los Cicatriz aparecen dando el palo al Banco Bilbao en un Renault 14 al que Natxo parece hacer hecho el puente. Luego, a desfasar con la tela y, después, la tragedia. Las más macabras de las vidas, como escribieron Eskorbuto en su ocaso. Tampoco es que lo ocultaran. En 'Inadaptados', los Zika se retrataba como «punkis mutantes» que se creían «felices» mientras se hacían un chute y privaban cerveza. El primero en flaquear por culpa de la heroína fue Pepín, que dejó en 1987 la guitarra a Goar Iñurrieta, un melenas que llegaba muy joven a la banda y al que se le notaba su gusto por el heavy.
Mientras tanto, la otra parte de la cuadrilla se aventuró a subir por Hurtado de Amézaga rumbo al Simago situado en los bajos de las Torres de Zabalburu. Un mundo peligroso y atractivo a la vez. Peligroso por la peña que pululaba por ahí, sus pasos subterráneos, pasadizos y las luces como de otro mundo que creaban atmósferas raras, como de otro lugar. Dentro del mercado la sección de discos creaba un magnetismo especial. Desperdigados mirando música y medio relajados echando un vistazo a las recopilaciones de Alaska y los Pegamoides vaya pintas más guapas llegó el susto. Otra cuadrilla, baldeo en mano y con caras de las que dan miedo, enganchó uno a uno a los asustados pueblerinos y los sacó al pasadizo para robarles lo que pillasen. Pardillos a los que dar el palo con facilidad, bajo el pasotismo de otros clientes del Simago, conocido entre la chavalería como 'simango'.
Con la puntas de las navajas bordeando la tripa de sus víctimas se llevaron más o menos lo que quisieron. La pasta, tampoco mucho entre 500 y mil pelas por cabeza; algún reloj digital, de esos de Casio; y el tabaco, sobre todo si era Winston americano de contrabando, el del sello azul uhmm, qué olor todavía. Uno a uno, los asaltados salían, algunos de ellos aún perseguidos. Saliendo por patas cruzando a lo loco la carretera para enfilar calle abajo en dirección a la estación de tren, donde la cuadrilla reagrupada iba dando cuenta de sus pérdidas aún acongojada. A ver a quién le habían robado menos. Vuelta a casa con el rabo entre las piernas mientras en San Ignacio atronaba.
«Estamos hartos de alucinar / con vuestra política de mierda / Democracia con sabor a podrido /para tener a la gente contenta / Cuidado burócratas del gobierno, / nuestras armas se están aburriendo / Antes con cruces gamadas / dictadura asegurada / Ahora yendo de rojillos / os llenáis bien los bolsillos». Eso decía Natxo en 'Cuidados burócratas' aún Reagan tenía en su mano el botón del «chispazo nuclear. Los Cicatriz también cantaron a la desobediencia pese a su alma macarra. Lo hacían en castellano, como la inmensa mayoría de los grupos del rock radikal, al menos al principio quitando Zarama y Hertzainak, que lo hacían en euskera. Treinta años después y toda una generación, se puede decir que esa corriente fue un movimiento ecléctico abarcó casi todos los estilos, desde el punk al folk, del heavy al funky. Muy divertido, a diferencia del punto depresivo y oscuro que trajo poco después el grunge y que tanto caló en las ruinas industriales de Euskadi. Y muy plural, aunque el RRV quedó agrupado en el Martxa ta Borroka que abanderaba la izquierda abertzale dentro de su frente cultural y su contrastada capacidad para capitalizar los movimientos en la calle, sobre todo cuando parecen huérfanos por dejación de otras sensibilidades políticas.
Poco tiempo después, los dos mundos parecieron confluir en un cámping riojano. Estando con la cuadrilla en Castañares apareció un chaval solitario, de Vitoria, con ganas de relacionarse. Parecía majo, pero algo tímido. Ocultaba que estaba poniendo distancia con su ciudad y las temidas malas compañías. Confesó que era de la cuadrilla de los Zika. Se le iluminaban los ojos al hablar de ellos y contar sus aventuras. Confesó también que se estaba inyectando speed y que quería poner tierra de por medio. Con el permiso de sus padres la mirada, el miedo, «por favor, tened cuidado, es muy joven», se vino a la verbena del pueblo. Se fumó unos cigarros y se bebió unos kases, a pesar de que por allí se trasegaron cervezas, kalimotxos y cubatas. Poco más. Se lo pasó bien. Tras una noche en la que no faltó una cucaña y la clásica bronca con los chavales del pueblo se quedó en nada, desapareció. Cada cual volvió dando tumbos a su tienda; y él a su módulo en el cámping.
Lamentablemente, Cicatriz fueron menguando poco a poco. Tienen el triste honor de haber perdido a todos sus integrantes originales. Pepín falleció de sobredosis en 1987. El sida terminó consecutivamente con Pakito (1994), Pedro (1995) y Natxo (1996). En aquellos años, la sensibilidad en la lucha contra la enfermeda era muy escasa. La desinformación y los temores infundados entre los vecinos frenaban el desarrollo de iniciativas a pie de calle como la comisión anti sida en Bilbao y, años después, el proyecto Hontza de acogida nocturna a toxicómanos en un local en el que estaba prohibido el consumo. Fue penosa la actitud de algunos intolerantes.
El único de los Cicatriz de aquella época que ha seguido en primera línea en el mundo de la música es Goar, empleado como reputado guitarrista en otras bandas. Ha tocado con Estopa durante sus giras y con Nacho García Vega, entre otros artistas. También tuvo un papel relevante en el homenaje a la movida en el que participó la orquesta sinfónica de RTVE. Otro exZika es Dieguillo Garay, que tocó el bajo en la última época de Natxo, cuando iba con muletas tras un accidente de moto que le dejó graves secuelas en la columna y que posiblemente truncó su carrera y su propia vida estaba desenganchado y, tras el siniestro, confesó que recayó.
Estando en Cáceres capital hace un puñado de años, volvió a fundirse el pasado. Goar abrió sorpresivamente la puerta de un local de conciertos en la parte histórica e invitó a asistir al bolo que ofrecía por la noche junto a otros 'veteranos' de mil guerras, entre ellos, el cantante de Los Refrescos, el de los ojos saltones. Sí, tocaron 'Aquí no hay playa', a la manera de Goar, pero cayó el temita de marras. Bien adaptado.
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