Isabel Urrutia
Miércoles, 27 de enero 2016, 16:03
«Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Es lo que había prometido Winston Churchill en la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940. Y no se equivocaba, entre septiembre de 1940 y el 16 de mayo de 1941, la 'Blitzkrieg' (guerra relámpago) dejó ... cerca de 43.000 muertos en Reino Unido. La Luftwaffe se aplicó a fondo, sobre todo en la ciudad de Londres, donde perdieron la vida unas 20.000 personas.
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Las bombas 'Satán' de 1.800 kilos y los explosivos incendiarios arrasaban pero no conseguían doblegar la moral de la población de la capital inglesa. Imposible quitarle las ganas de marcha y diversión. Entre las 21.00 y 23.00 horas se cerraban teatros, cines y salas de concierto pero en los grandes hoteles -con la luz apagada- se celebraban bailes, timbas y alborotos de alto voltaje entre militares y civiles que terminaban durmiendo en la alfombra.
Las barras de labios de rojo chillón se vendían como rosquillas y volvió a ponerse de moda la cintura de avispa. La belleza de Vivien Leigh (protagonista de 'Lo que el viento se llevó') hacía soñar a los hombres y muy pocos se atrevían a salir de casa sin afeitar. A lo más, se dejaban un bigotito a lo Clark Gable. Se mantenían tipo y formas, costase lo que costase. No hay más que ver a la señora de la foto de portada para hacerse a la idea. Tranquilita, con el pelo recogido, las piernas cruzadas y un pitillo entre los dedos, como si estuviera en el salón de su casa. Aunque, todo hay que decirlo, puede que esta mujer se haya sentado -literalmente- encima de su hogar. Lleva una bata de quitar el polvo y tiene todo el derecho del mundo a tomarse un respiro. No se descarta que fuera una de las muchísimas fans de Myra Hess (1890-1965), la primera pianista en formar parte del selecto grupo de Damas Comandantes de la Orden del Imperio Británico.
La medalla se le concedió en 1941 y fue la única vez que la artista lloró en público. «Usted contribuye a mantener alta la moral del pueblo de Londres. Dios la bendiga», le dijo el rey Jorge VI, en presencia de la pequeña Isabel, heredera de la corona y una empeñosa estudiante de piano que admiraba tremendamente a Myra Hess.
Deshollinadores y modistillas
Entre 1939 y 1946, cerca de 850.000 aficionados disfrutaron de las más de 1.600 veladas que Myra Hess organizó en la National Gallery, el museo ubicado en la plaza Trafalgar que luce una columna para mayor gloria del almirante Nelson. Más 'british', imposible. Como el cricket, la mermelada de jengibre y las mujeres de hierro; que no solo ha mandado mucho Margaret Thatcher, no en vano los monarcas más importantes de la Historia inglesa han sido dos mujeres, la Reina Virgen y la Reina Victoria... Así las cosas, nadie le chistó a la pianista londinense, de origen judío, cuando propuso montar una temporada especial de conciertos.
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El director de la National Gallery, Kenneth Clark, abrió las puertas de la pinacoteca más importante de Londres. El edificio estaba vacío y gozaba de una acústica soberbia. Se habían retirado todas las obras de arte y parecía el lugar ideal para acoger los conciertos. A mediodía, de lunes a viernes, y a precios populares. Modistillas, amas de casa, deshollinadores, parlamentarios y soldados rasos se apiñaban a la entrada para disfrutar de los conciertos. Justo lo que deseaba Myra. «Que no le falte la música a la gente sencilla. La música te aligera el corazón y da fuerza, mucha fuerza...», explicaba la artista, con el fervor de quien encuentra una misión en la vida. Tenía 49 años y se sentía en su apogeo.
Llegó a tocar más de 150 veces (sin cobrar) en el auditorio de la National Gallery. Los demás intérpretes (como la propia orquesta de la aviación inglesa) tenían tarifa fija: cinco guineas. Músicos de la talla de Toscanini y Rachmaninov echaron mano de sus recursos para ayudar a sufragar los conciertos. Había ocasiones en que más de 1.000 personas se agolpaban en la plaza Trafalgar para acceder al auditorio improvisado de la National Gallery. Una locura.
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«Y por cierto, a nadie le importaba que se cantara en alemán... La mezzo Elena Gerhardt, gran amiga mía, era queridísima en Londres y cantó varias veces los temas de Schumann y Schubert entre 1939 y 1945», recordaría mucho más tarde Myra Hess en una entrevista. Curioso, muy curioso. Y es que durante la Primera Guerra Mundial se había prohibido terminantemente cantar en alemán.
El coloso de Leipzig
Entre 1939 y 1945, la lengua de Hitler no escandalizaba. Y tampoco la música de origen germano. De hecho, los compositores que tenían más éxito en la National Gallery eran Mozart, Beethoven, Schumann, Brahms, Schubert... Pero la palma se la llevaba Bach, el coloso de Leipzig que contrajo matrimonio dos veces, concibió 20 hijos y le sobró tiempo para hacer de la música un milagro matemático. La técnica de este compositor exprime hasta el último suspiro las posibilidades que ofrece la armonía y contrapunto. Lo cual no está reñido con la emoción.
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¿Cuáles eran los 'hits' que pegaban fuerte en Londres? Pues no solo 'Lili Marleen' debidamente traducida al inglés y en versión de Vera Lynn. A esta canción del compositor alemán Norbert Schulze, que las fuerzas aliadas adoptaron como propia, hay que sumar en el caso de la capital inglesa la adaptación para piano de 'Jesús, alegría de los hombres'. O sea, el décimo movimiento de la magistral cantata de Bach titulada 'Herz und Mund und Tat und Leben', BWV 147.
Vera Lynn interpreta 'Lili Marleen', con letra de Tommie Connor (1942).
Muy probablemente sea el legado musical más inspirado de Myra Hess. Eran tiempos de incertidumbre y necesidad. No cabían medias tintas. De ahí que no se dudara en convertir el pasaje coral de Bach en una composición para piano. Son tres minutos y medio que contribuyen a bajar la tensión arterial. O al menos, la estabilizan. Hagan la prueba. En el vídeo que acompaña estas líneas se puede disfrutar de su interpretación. Muchos londinenses, allá por los años 40, creían que se trataba de una pieza compuesta por ella. Escuchen, escuchen...
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Myra Hess toca su famosa adaptación para piano de 'Jesús, alegría de los hombres', de Bach.
Tempo rápido, ligereza y una articulación perfecta. Se diría que se despeja el camino, que no hay bombas, ni criaturas famélicas, ni sangre en las calles. Eso pensaba el público cuando Myra Hess tocaba 'Jesús, alegría de los hombres'.
Aclaración: nunca fue devota de ninguna religión. Sus padres eran judíos ortodoxos y eso contribuyó muy pronto a inocularle la vacuna contra la rigidez de los dogmas. Entre otras cosas, no soportaba que le prohibieran andar en bici los sábados en cumplimiento del 'sabbath'. Más adelante, se desquitaría comiendo jamón (prohibido para los seguidores de Yahvé), fumando y memorizando chistes verdes. No se casó pero andaba sobrada de compañía. Tenía una legión de amigas y amigos que no la dejaban tranquila. Y eso le permitía mantenerse a flote.
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Siempre fue proclive a las depresiones, le costaba dormir y nunca escuchaba sus grabaciones. Ni siquiera las sonatas de Beethoven o el Concierto para piano y orquesta en la menor de Robert Schumann (ambas en el sello Naxos). Son discos que se merecen una oportunidad pero, nada, ella se mostraba implacable. «Cada vez que los oigo, pienso en mi funeral», admitía medio en serio, medio en broma.
Falleció en 1965, de una ataque al corazón. Tenía 75 años y hacía tiempo que había dejado el piano. Se limitaba a leer en silencio las partituras y, cuando le entraban ganas de charla, siempre repetía lo mismo: «Reíd y el mundo reirá con vosotros; llorad y lloraréis solos». Son palabras de la poeta y periodista estadounidense Ella Wheeler Wilcox, una mujer que escribió mucho y muy bien sobre el sexo y el amor en el siglo XIX. Myra Hess, todo un personaje.
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Lectura del poema 'Solitude', de Ella Wheeler Wilcox
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