Paul Myhalik, en una letanía con el Coro de los Cosacos del Don, de Serge Jaroff (1963-1965).

Voces de ultratumba

Los octavistas, muy populares en la antigua URSS, son cantantes capaces de recrear las llamas del infierno. O el alarido de un animal antediluviano

Isabel Urrutia

Viernes, 20 de noviembre 2015, 01:26

Si acaban de escuchar a Paul Myhalik en el vídeo, no sería de extrañar que hayan notado un escalofrío. Es una grabación de los años 60 -de pésima calidad y sonido- pero produce un efecto que invita a correr despavorido. O quedarse clavado en el ... sitio haciéndose cruces. Es lo que se buscaba ya en la época de los zares, cuando la Iglesia ortodoxa de Rusia cuidaba la puesta en escena hasta el más mínimo detalle, con una solemnidad y pompa que siempre cargaba las tintas en lo más tenebroso.

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Ecos del infierno y lamentos de profetas. Ni en San Petersburgo ni en Siberia se estremecía (y estremece) a los fieles con voces angelicales. En la antigua URSS tienen debilidad por los cuellos de toro, con cuerdas vocales que llegan a los 2,5 centímetros de longitud (la media suele ser dos centímetros). Un poderío vocal que sacude los cimientos del suelo y del estómago de los oyentes. Algo que puede llegar a producir adicción como ocurre con Leonard Cohen, a quien se le nota la sangre polaca en cuanto despega los labios.

Se trata de una tesitura (cuanto más cavernosa, mejor) que gusta muchísimo entre los pueblos eslavos. Y no se trata de un mero capricho, también hay razones fisiológicas y fisonómicas. En las antiguas repúblicas soviéticas, hay un porcentaje muy elevado de voces de bajo. ¿Será el frío? ¿La comida? ¿El vodka? ¿La forma del cráneo? Ni idea. Normalmente llegan a su punto de caramelo cuando el cantante supera los 60 años, sin necesidad de recurrir al vodka o el tabaco. En cuanto a esto último, el caso de Cohen es una excepción porque no cabe duda de que la nicotina (entre otras drogas) ha dejado su impronta en el estilo del cantautor canadiense.

Leonard Cohen, un cantautor de ecos cavernosos y origen polaco (Vídeo)

Echando bemoles y sostenidos

Los llamados 'bajos profundos' -en términos operísticos- habitualmente dan vida a personajes autoritarios o de edad provecta, ya sean Sarastro de 'La flauta mágica', Rocco de 'Fidelio', el Gran Inquisidor de 'Don Carlo', Don Basilio en 'El barbero de Sevilla'... Es decir, no se comen una rosca pero pisar, pisan muy fuerte.

Desde un punto de vista vocal, los bajos profundos no van más allá del do2 (décima tecla blanca del piano empezando por la izquierda). Y menos mal, porque son terrenos que -ustedes me entienden- rozan lo infrahumano. Pero hete aquí que hay sujetos que rompen moldes y se empeñan en sonar como animales antediluvianos. Como Paul Myhalik, ya escuchado en el vídeo, y Eric Hollaway, que no tiene origen eslavo pero nació en San Petersburgo. Da igual que se trate de una ciudad del condado de Pinellas (Florida). Seguro que algo le ayuda. Pinchen en el vídeo que acompaña estas líneas para apreciar todo el registro de su voz, que abarca desde el fa1 al fa5. Tiene un encanto circense.

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No cabe duda de que Eric Hollaway no podrá convertirse jamás en tenor. Y ni falta que le hace, porque se le ve más feliz que una perdiz con su condición de octavista. Así se llama -sobre todo en tierras eslavas- a los cantantes que se zambullen en dimensiones telúricas, oscuras y enigmáticas. Nada menos que una octava más grave que los bajos profundos de la escuela occidental. Lo cual no significa que se limiten a interpretar un repertorio religioso o místico. Ni a la obra de compositores como Rachmaninov, Chesnokov o Penderecki.

Glenn Miller canta 'Do not reject me in my old age', de Chesnokov (Vídeo)

Querer es poder cuando se le echa bemoles, sostenidos y becuadros. Aquí tenemos, por ejemplo, a un valiente como Vladimir Miller, arropado por dos colegas, que no duda en desmelenarse con 'Funiculì, funiculà'. El efecto es desconcertante, igual que un batallón de mariscales de campo -con medallas incluidas- bailando un charleston. O un twist. Arrancan una sonrisa y hasta quitan el hipo. Bienvenida sea la temeridad.

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'Funiculì, funiculà', con Vladimir Miller y dos colegas

También celebro que Juan Diego Flórez haya cantado 'Bésame mucho' al final de un recital en Salzburgo, sin corbata y tocando la guitarra. Los puristas se indignaron pero Flórez arrasó en la platea. Pues lo mismo pasa con los octavistas. Hay que quitarse los complejos y tocar muchas teclas. Y escuchar de todo, como a la gran Zarah Leander, una contralto sueca de canción melódica que he descubierto hace un par de meses. Un hallazgo que debo a Joseph Brodsky, Nobel de Literatura en 1987. Un tipo francamente singular. La admiraba como solo puede hacerlo un poeta judío y ruso. El amigo Brodsky soñaba despierto: «Si los nazis la hubieran escuchado cantar 'Las rosas de Nowgorod', no habrían invadido Rusia». Así lo decía, antes de beber y beber

Zarah Leander, interpretando 'Las rosas de Nowgorod' (Vídeo)

Lo cierto es que Zarah Leander era sueca -con ADN ario- y adicta al Tercer Reich. Grabó películas propagandistas para mayor gloria del régimen nazi y algunas de sus canciones fueron una inyección de moral en la Alemania de la época. Ahora bien, yo le doy la razón a Joseph Brodsky. Aquella mujer tenía una voz que sabía a whisky y pecado. Más expresiva que los octavistas. Muy alejada del tono profético y de las llamas del infierno. Tenía un registro -grave, muy grave- que alegraba la vida. Como el inmenso Nicolai Ghiaurov, que cantaba en 'Fausto' el papel de Mefistófeles como los ángeles. ¡Loado sea! Que ustedes disfruten.

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El bajo búlgaro Nicolai Guiaurov, como Mefistófeles en la ópera 'Faust' (Vídeo)

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