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Isabel Urrutia
Jueves, 5 de noviembre 2015, 01:28
Tenía apenas 24 años cuando debutó en La Scala de Milán con Lamico Fritz. Una proeza irrepetible. Ni antes ni después un tenor tan joven ha vuelto loco al público del templo lírico más prestigioso del mundo. Así era Jaume Aragall el 9 de enero ... de 1964, un torbellino que arrasaba en la platea con una voz portentosa y físico de galán de cine. Subido a la cresta de la ola, no tardó en firmar un contrato con el coliseo milanés para cantar en Cardillac, La Bohème y Capuletti i Montecchi. En esta última, interpretaba el papel de Romeo mientras que Pavarotti hacía de Tebaldo, un rol secundario. Eran los tenores de la novísima hornada con más futuro y, en la temporada 1965/66, el divo catalán -cuatro años más joven que el italiano- ya llevaba la delantera. Estaba llamado a ser una primera figura.
Mucho tiempo después, el propio Luciano, retirado de la escena, confesó con toda naturalidad que «la voz de Aragall ha sido la más bonita del siglo XX». Las grabaciones no le hacen justicia es riquísima en armónicos y matices pero muy bien puede servir para abrir boca el registro de Lucrezia Borgia con Joan Sutherland y Marilyn Horne, bajo la dirección de Richard Bonynge (sello Deccca). Si no tienen a mano el disco, pinchen en el link que acompaña estas líneas para escuchar la versión de Che gelida manina que interpretó el 15 de noviembre de 1967, en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Los consejos de un buen maestro son mano de santo cuando se empieza a tomar carrerilla en el mundo de la lírica. En el caso del tenor catalán tuvo la fortuna de marchar a Milán para estudiar durante seis meses con Vladimiro Badiali y completar así la formación recibida con Jaume Francisco Puig en Barcelona. El viaje y estancia en Italia se lo pudo sufragar a duras penas, eso sí con las 50.000 pesetas que le había reportado en 1962 el segundo premio del Concurso de Canto organizado por la ABAO y EL CORREO, y evidentemente también le fueron de gran ayuda las 7.000 mensuales que le aportaban el Gran Teatre del Liceu, la Diputación y el Ayuntamiento de Barcelona. La precariedad le duró poco. Le bastó medio año bajo la tutela de Vladimiro Badiali para lanzarse y debutar en La Scala de Milán, con Mirella Freni de partenaire y la batuta de Gianandrea Gavazzeni.
No han pagado un duro
Las masterclasses impartidas por Aragall en la capital vizcaína han alegrado la vida de los matriculados. Y por dos razones básicamente: los estudiantes no han pagado un duro y, encima, se llevan grabadas a fuego enseñanzas que valen su peso en oro. Todos los elogios son pocos cuando se trata de ponderar el programa pedagógico que impulsa el coliseo bilbaíno. Lo habitual es que la matrícula de estos cursos (de cuatro a seis días) no baje de 1.000 euros, lo mismo en España que en Italia. En el Arriaga, en cambio, todos los proyectos pedagógicos vinculados a las artes escénicas ya sea música, danza o teatro son gratuitos. Ojalá no cambie esta tendencia en el futuro.
«Que cada nota tenga vida. ¡De la primera a la última! Ninguna tiene que salir desvitaminada. Y muy, muy importante: pensad en el texto, en cada palabra que sale de vuestra boca... Ligar, ligar las palabras... Untar mantequilla, untar mantequilla... Y pisad fuerte, el público se merece lo mejor de vosotros mismos. ¡Disfrutad!», exclama Aragall en la última sesión de las clases, antes de pegar una patada en el suelo. Los catorce alumnos (seis tenores, un barítono y siete sopranos) le miran y escuchan con arrobo.
No hay más que escuchar No puede ser en boca de Iñaki Lazkano vean el vídeo para constatar que la atención y el empeño siempre dan frutos. «Cómo has mejorado... Bravo, bravo», repite el maestro al tiempo que aplaude la interpretación del cantante de Zalla. Llegados a este punto, se dispara la temperatura en la sala de ensayos. El mítico tenor de Barcelona se seca el sudor de la frente, suspira y mantiene la vista al frente. Tiene 76 años y es capaz de trabajar siete horas seguidas de 13.00 a 20.00 horas sin probar bocado. Ni siestecilla, ni cafecito, ni nada de nada. Tiene más que suficiente con tres latas de Coca-Cola... Y así lo ha hecho de lunes a sábado.
En cuanto terminan su actuación, los alumnos pueden marcharse si quieren, pero Aragall se mantiene pegado al piano durante toda la jornada. «Así es la vieja escuela. ¡Devoción y sacrificio! Hay que volcarse con los cinco sentidos. Es la única manera de rendir al máximo. Los profesionales como él no conocen otra manera de trabajar», explica la pianista coreana Husan Park, correpetidora en el Arriaga, es decir, se encarga de acompañar a los artistas cuando no toca la orquesta en los ensayos. Ella comparte la filosofía vital de Aragall. Forjada en Viena con profesores que padecieron la Segunda Guerra Mundial, mantiene viva la llama de esa generación «que no lo tuvo difícil, sino dificilísimo para salir adelante».
Taller mecánico de bobinado
EL CORREO informó sobre el Concurso de Canto en 1962. Aragall quedó segundo, ganó 50.000 pesetas.
- Bilbao le traerá muchos recuerdos.
Hombre, claro.
- Apenas tenía 23 años cuando ganó el Concurso de Canto que organizaba la ABAO y EL CORREO, allá por 1962.
Yo no gané el concurso.
- Ja, ja, tampoco hace falta...
Quedé segundo.
- Bueno... ¿Quién obtuvo el primer premio?
Giorgio Merighi.
Y lo dice muy serio, extremadamente serio. Pocas personas hay más consideradas con sus compañeros de profesión. En el escenario hay que ser competitivo pero fuera...., no, no. Si he podido favorecer a alguien, siempre lo he hecho. ¡Soy amigo de todos! Sobre todo de los grandes, que son gente normal. Los engreídos, no, no, de esos siempre he intentado mantenerme lejos, muy lejos. Los engreídos nunca son tan buenos como creen». Entonces se ríe, se da una palmadita en la rodilla y vuelta al tajo. Que la clase no ha terminado.
Entre los alumnos, también hay historias de superación y encaje de bolillos para conciliar vocación y supervivencia. Gente que roba horas al sueño para estudiar y pulir una voz de muchos quilates. Se puede ver desde un enfermero a un puñado de maestras y hasta un chicarrón que trabajaba como portero en un prostíbulo hasta las seis de la tarde para pagarse la estancia en Madrid y asistir a las clases de la Escuela de Canto. El propio Aragall se ganaba la vida en un taller mecánico de bobinado de motores antes de tomar el camino hacia la gloria. Nunca le ha costado esfuerzo levantarse de la cama y enfundarse el mono de trabajo.
«He luchado muy duro, muy duro. Mi único talón de Aquiles fueron las depresiones. He sufrido mucho. Muchísimo. Conozco el dolor profundo. Pero a veces pienso que... mejor así. De no haber sufrido tanto, yo sería insoportable», confiesa en un brevísimo receso, entre actuación y actuación. Fueron muchas las veces que salió medicado hasta las cejas «con la garganta agrietada» y triunfó por todo lo alto. Pero también cancelaba durante meses y eso le pasó factura. Admirado y muy querido por el público, hay una cafetería en pleno centro de Viena, muy cerca de la catedral de San Esteban, que lleva su nombre.
«Lo que más me gusta es su humanidad. Te deja ser tú misma. Al principio, te impone su presencia porque es una figura legendaria, pero es tan ameno y cercano que enseguida se te quitan los nervios y puedes cantar. Te relajas y dejas salir el aire...», murmura con las partituras bajo el brazo la soprano Lorena Ferreiro, de 32 años, poco antes de salir a cantar delante del maestro. Su dúo de Lelisir damore, con Alberto Núñez, se gana los vítores y ovaciones de los compañeros. Y por supuesto, también de Aragall, que se quita las gafas, bebe un trago de Coca-Cola y se presta a sentarse para responder a unas pocas preguntas.
- Su hijo mayor, Jaume, también apuntaba maneras.
Sí, sí, quería dedicarse a esto. De hecho, cantamos en 1992 en el Palau de Barcelona. Tenía facultades, podía haber seguido... Pero hubo un momento en que, dijeramos, perdió el hilo. Yo le animé a retomarlo pero al final era mejor que lo dejara. Y ahora es feliz. Tiene tres o cuatro tiendas de ropa y zapatos de señora. Su mujer es una persona estupenda. El mediano, Daniel, también está tranquilo. Trabaja como director de producción y contratación artística del Festival de Perelada, es la mano derecha del director. También lleva la carrera de algunos cantantes.
Y el benjamín, Ramón...
Aaah, ese sí tiene mucho talento. Toca la batería entre otros grupos, con Les Amics dels Arts y acaba de sacar su primer CD en solitario. Lo ha hecho todo: texto, música y letra.
¿Y qué le parece?
Hombre, él me advertía, papá, esta música no le gusta a todo el mundo. Y me la puso. Ostras, coño, es muy buena. Eso le dije. Me salió del alma. Ramón se reía. Bah, bah, que si lo digo porque soy su padre. No, no. Tiene mucho talento.
Ramón Aragall tiene la carrera de piano y la licenciatura de Derecho por la Universidad Pompeu Fabra. Toca la batería desde los 13 años y está en plena promoción de su disco Perfil (sello Discmedi). Ha recibido clases de canto de su progenitor y tiene alma de poeta. La saga continúa. No dejen de escuchar El camerino de La Scala de Milà. La canta en catalán pero la idea se entiende perfectamente: es una declaración de amor a su padre. «Siempre ibas disfrazado de alguien pero yo siempre te veía igual». Lo repite varias veces en la canción. Para un tenor como Jaume Aragall, no hay mayor éxito que todo ese cariño.
'El camerino de La Scala de Milà', homenaje de Ramón Aragall a su padre dentro del disco 'Perfil' (sello Discmedi).
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