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Isabel Urrutia
Martes, 28 de julio 2015, 01:34
Medía 1,75 metros pero daba la impresión de ser un coloso. Sobre todo cuando salía a escena. De barbilla cuadrada, ojos azules y pecho de toro, había crecido en las praderas canadienses, con un saco de trigo a la espalda. Y la Biblia al ... bolsillo. No tuvo elección. Tampoco se quejaba. Su padre era maestro y predicador metodista. Hay cosas que marcan. Ya sea para bien, o para mal. En el caso de Jon Vickers (1926-2015), la educación religiosa (muy, muy ortodoxa) le dejó un halo de misticismo y angustias que le sirvieron de mucho. Desde un punto de vista artístico, claro. En lo puramente personal ni sabemos ni podemos investigar. El pasado 10 de julio, falleció a los 88 años.
Fue uno de los grandes tenores del siglo XX. También se le puede definir como un hombre de acción, muy poco dado a llorar por las esquinas. En su día quiso estudiar Medicina pero se quedó sin beca universitaria porque los veteranos de la Segunda Guerra Mundial tenían preferencia. ¿Qué hacer? Con menos de 20 años, optó por entrar en unos grandes almacenes y fichar como vendedor y gerente. No le iba nada mal. Pero, como era de esperar, en sus ratos libres cantaba en un grupo de ópera amateur de Saskatchewan, al oeste de Canadá. La cabra tira al monte.
Terminó recalando en el Conservatorio Real de Toronto y no tardó en protagonizar la ópera 'Carmen', allá por 1957. El rol de soldado navarro ingenuo y de navajazo fácil le sentaba como un guante. El público del Covent Garden de Londres, donde se encontraba en aquella época como miembro de la plantilla, se quedó un pelín estupefacto. ¿De dónde había salido ese chicarrón de 31 años? ¿Dónde se había metido hasta entonces? No tardó en correrse la voz sobre el nuevo fenómeno de la lírica, un diamante en bruto que seguía a su manera una técnica interpretativa muy similar a la del método Lee Strasberg que estaban popularizando en Hollywood nada menos que Paul Newman y Marlon Brando.
La famosa academia de actores (cofundada en 1947 por Elia Kazan) tenía su sede en Nueva York y por ella no pasaban los cantantes de ópera. No obstante, en el caso de Vickers hay que reconocerle el mérito de utilizar la actuación como terapia. Le permitía liberarse de sus demonios personales. Costase lo que costase, él también buceaba en su interior para rastrear puntos en común con sus personajes. Lo mismo daba que fuera un militar egipcio, un payaso asesino o el rey de Suecia. "Tenía siempre los nervios a flor de piel", recordaba la soprano sueca Birgit Nilsson.
Había algo en su voz y estampa que parecía remontarse a los tiempos antiguos. O prehistóricos. Lucía imponente cada vez que vestía harapos y túnicas del Antiguo Testamento. Tenía debilidad por los personajes míticos y tremebundos. Ya fueran Sansón, Otello, Eneas, Siegmund..., lo que le inspiraba y galvanizaba era la posibilidad de sentirse iluminado delante del público. Sabía combinar los pasajes atronadores con un lirismo muy efectista. Ahora bien, a veces se le podía reprochar cierta tosquedad en la emisión y debilidad por el gesto pétreo. Como si estuviera a punto de convertirse en una estatua de mármol. O de sal. Parecía tener miedo de girar la cabeza y descubrir la ira de Dios.
Homófobo y devoto
Nunca salió en programas de televisión ni en películas (como hacían Gigli, Di Stefano, Kraus...) pero llegó a ser bastante popular en su época. Y no solo por sus méritos artísticos. Era profundamente homófobo y devoto, algo que evidentemente hacía las delicias de la prensa anglosajona más sensacionalista. Lo mismo despotricaba contra "el lobby gay de la ópera" que dejaba plantada a la dirección artística del Covent Garden. Esto último lo hizo en la temporada de 1970 "porque 'Tannhäuser' es una ópera blasfema que ofende la fe cristiana". Y para rematar la faena, en aquella ocasión se largó a la granja que tenía en Canadá, a una hora en coche de Toronto. Allí podía desfogarse con el hacha cortando troncos, nada más y cantar a los cuatro vientos para mayor gloria del Todopoderoso.
Siempre fue un hombre muy peculiar. Profundamente religioso y muy apegado al dinero. Su época de administrador y vendedor en los supermercados le hizo muy correoso a la hora de negociar. No debería sorprender que se convirtiera en uno de los cantantes de ópera mejor pagados en la década de los años 60 y 70. En su día llegó a tener como 'partenaires' a divas del calibre de Maria Callas, Mirella Freni, Teresa Stratas, Grace Bumbry, Montserrat Caballé, además de la mentada Birgit Nilsson. Solía levantarlas por encima de su cabeza en los ensayos. Buena manera de mantenerse en forma.
El maestro Herbert von Karajan lo tenía en muy alta consideración, no en vano lo escogió como protagonista de 'I pagliacci', 'Otello' y 'Carmen' en los registros que grabó para la gran pantalla. Son versiones que forman parte de la videoteca de cualquier aficionado que se precie. Ampulosos, coloristas y perfectos. Pueden encontrarlos en DVD bajo el sello Deutsche Grammophon.
Jon Vickers se retiró de la vida profesional en 1988 y cuesta imaginar que lo hiciera sin pegar un puñetazo en la mesa. O romper un espejo. Según las malas lenguas, se jubiló porque no soportaba las reseñas que destilaban veneno en los periódicos. Los críticos no le daban tregua, una y otra vez, con la misma cantinela: que había perdido voz, que sus actuaciones eran cada vez más burdas, que se mostraba todavía más cruel con los colegas... Lo cierto es que nunca consiguió domeñar aquel genio tan suyo. De mil demonios.
¿Cuál fue el papel de su vida? Yo me qudo con el marino Peter Grimes, protagonista de la ópera homónima, de Benjamin Britten. Una figura atormentada, marginal y agresiva. Que supuestamente mata a sus grumetes y algo que no tragaba Vickers tiene inclinaciones homosexuales. Es una obra maestra, con una atmósfera cargada de bruma y rumores del populacho. La interpretación del grandullón canadiense es sobrecogedora. Al propio Britten le espeluznaba. Había demasiado furia y dolor en cada gesto y susurro.
Hasta Plácido Domingo ha reconocido que en su día descartó el papel de Peter Grimes "porque es cruel y eso no va conmigo". Bueeeno. Con todos nuestros respetos por el divo madrileño, no parece de recibo el argumento. ¿Desde cuándo los artistas deben interpretar personajes positivos o edificantes? Domingo ha sido un magnífico Otelo sobre los escenarios, lo cual no significa que defienda el estrangulamiento o el maltrato... ¿O acaso es peor un marino desesperado que un marido asesino?
Poco importan las cuestiones morales desde un punto de vista artístico. Que me perdone Verdi siempre tan moral y puro pero hoy por hoy nadie (o casi nadie) defiende soflamas sobre el bien o el mal en un teatro. Ni todo es negro ni todo es blanco. El mundo es gris y valga la paradoja parece que Jon Vickers lo tenía clarísimo. Al menos, cuando interpretaba el papel de Peter Grimes. Entonces hacía arte con mayúsculas. Como Marlon Brando en sus mejores tiempos. Ambos eran naturales y primitivos. Y lo digo como elogio. Aunque yo sea una machadiana de tomo y lomo, je, je. En última instancia, prefiero los "mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón...".
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