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Isabel Urrutia
Miércoles, 27 de mayo 2015, 01:49
La hemeroteca de los periódicos es una mina. Así que no es difícil -husmeando un poquito- encontrarse con alguna bomba informativa. Ahora que la Segunda Guerra Mundial está de moda, al haberse cumplido este mes de mayo los 70 años de la rendición de Alemania, ... tiene su interés recordar que la Filarmónica de Berlín mantuvo una relación muy estrecha con Bilbao en la década de los 40. Entre 1941 y 1944 la mejor orquesta del mundo (o una de las tres primeras) no faltó ni una sola temporada a su cita en el Teatro Buenos Aires, invitada por la Sociedad Filarmónica, y llegó incluso a realzar a bombo y platillo una jornada cargada de simbolismo en la España franquista.
Efectivamente, el 20 de abril de 1941, una escuadra de 100 músicos de élite contribuyó a amenizar la celebración del Día de la Unificación que en esa ocasión -de forma expresa- pasó en Bizkaia de la jornada del 19 a la del 20. ¿Qué se celebraba el 19 de abril? ¿Y qué tenía de especial el día siguiente para justificar el cambio? Hagamos memoria, que la Historia siempre nos da buenas lecciones. El 19 se recordaba la firma del decreto de la unificación del bando nacional (que fundó el partido único de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) y el 20 era el cumpleaños de Adolf Hitler. Hitos para ambas dictaduras. Ninguna escatimaba desfiles y discursos -además de misas en España- para enfatizar la solemnidad de las respectivas fechas.
Programa germano
Pues bien, las autoridades locales de Bilbao, en consideración a la presencia de la Filarmónica de Berlín, tomaron la decisión de fusionar las efemérides en una sola jornada. Una apuesta que no afectó, ni para bien ni para mal, a la ejecución de la música. La puesta en escena franquista -que incluía por la mañana ofrenda de flores a los caídos y el himno del Movimiento- no influyó en la interpretación del programa. La orquesta ya venía sobrada de épica y disciplina; no le hacía falta más arengas ni paradas militares. Estaba acostumbrada -así lo hizo entre 1937 y 1944- a vestirse de gala y rendir homenaje musical al Führer con motivo de su cumpleaños. ¿Reprobable? ¿Siniestro? Al margen de consideraciones morales, los músicos no tenían alternativa si querían seguir formando parte de la orquesta. Después de todo, se trataba de una agrupación con rango de entidad estatal -el régimen nazi la había 'nacionalizado' en 1933- y se veía obligada a participar en los actos públicos vinculados al Tercer Reich.
En el Teatro Buenos Aires brindó un programa netamente germano, a las órdenes del maestro Artur Rother, que sustituyó a un Karl Böhm repentinamente indispuesto. El concierto arrancó a las 11.30 de la mañana, media hora después de lo previsto, para que el público y las autoridades tuvieran tiempo de asistir a la misa de campaña frente al monumento del Sagrado Corazón con motivo del Día de la Unificación. La expectación era máxima y todo se desarrolló a pedir de boca. A ritmo de toque de corneta. La Filarmónica de Berlín ejecutó la Obertura de 'Oberon', de Weber; 'Muerte y transfiguración', de Strauss; Rondino giocoso, de Theodor Berger; Quinta Sinfonía de Beethoven; Preludio y muerte de Isolda y, para terminar, Obertura de 'Tannhäuser', de Wagner. El éxito fue apoteósico.
La Sociedad Filarmónica de Bilbao -que ya había disfrutado de la presencia de los músico alemanes en 1901 y 1908- podía sentirse orgullosa. El caché de la orquesta rondaba las 25.000 pesetas y se había alquilado el Teatro Buenos Aires a la empresa Trueba por 6.000. Y con todo, incluida una rebaja en las entradas del 40% para los socios, se obtuvo un superávit de 4.953,05 pesetas. Cantidad nada desdeñable.
Documental en Euskadi
Los conciertos de la Filarmónica de Berlín en la capital vizcaína fueron la primera etapa de una gira que hizo escala también en Madrid y Barcelona, donde había colectivos hitlerianos muy entusiastas. No era el caso de Bilbao que, sin embargo, contaba con simpatías entre algunos jerarcas del régimen nazi. Sorpresas que da la Historia. Sirva como dato revelador el cortometraje Im Lande der Basken (En la tierra de los vascos), del realizador Herbert Brieger, impulsado en 1941 por la UFA, el principal estudio de cine alemán del Tercer Reich. En los título de crédito también aparece Viktor von Ihne, secretario de la Cancillería privada de Hitler entre 1933 y 1944.
Se trata de una cinta muy breve, de algo más de diez minutos, que pinta el retrato idílico de un pueblo 'sin contaminar', puro y amante del deporte, con tradiciones muy arraigadas y una fisonomía distinta al resto de España. Aunque resulte ingenuo y hasta jocoso, tiene mucha enjundia histórica. En este sentido, el documental 'Una esvástica sobre el Bidasoa', de Javier Barajas y Alfonso Andrés (2013), aporta un puñado de pistas interesantes. Un ejemplo: Werner Best -miembro del equipo que diseñó la 'solución final' o exterminio de los judíos- estaba destinado en Francia a principios de los años 40. Entre otras cosas, aquel ambicioso oficial de las SS defendía la soberanía de las comunidades étnicas en Europa, ya fueran bretones, escoceses, irlandeses, vascos... Su objetivo era ofrecer a los pueblos 'racialmente homogéneos' la autogestión como alternativa. Eso sí, siempre que sus gentes respetaran la tutela del régimen nazi.
En España todavía se desconocía entonces hasta dónde llegaban las atrocidades del Tercer Reich; incluso en la propia Alemania los había que seguían tragándose las soflamas de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda. "El pueblo alemán no necesita conocer los planes del Führer y tampoco quiere saber cuáles son los caminos elegidos para llegar a la victoria. ¡El pueblo alemán confía en su Führer!", vociferaba Goebbels en el discurso del 20 de abril de 1941, mientras Hitler despachaba con los jefes de sus tres Ejércitos en el cuartel general de los Balcanes. Los más fanáticos aún creían que el Tercer Reich duraría 1.000 años.
Tampoco faltaban los que no tenían fe en Hitler pero se quedaron en Alemania. "Mis compatriotas necesitaban belleza y armonía más que nunca", se justificaría Wilhelm Furtwängler, una de las mejores batutas del siglo XX. Este mítico director de orquesta plantó cara hasta donde pudo a la jerifaltes nazis y sufrió la humillación de perder el rango de titular de la Filarmónica de Berlín por defender la ópera 'Matías, el pintor' -un alegato contra la opresión- del compositor Paul Hindemith. En todo lo demás, Furtwängler se plegó a las pautas del régimen nacionalsocialista. Causa dolor y hasta repugnancia verle estrechar la mano de Goebbels tras dirigir la Novena de Beethoven el 20 de abril de 1942.
Mucho tiempo después, la viuda de Furtwängler recordaría que su marido supo de la existencia de los campos de concentración poco antes del final de la guerra, en Suiza, adonde habían huido para liberarse de las presiones del partido nazi. "A partir de este momento, será imposible gozar de momentos de felicidad auténtica...", le confesó el director a su mujer.Hasta su muerte, en 1954, siguió trabajando y la mayoría de las grabaciones que nos ha dejado -sobre todo del repertorio alemán- son de una belleza sobrecogedora. Entre ellas, brilla con especial intensidad la interpretación de la Novena de Beethoven (sello Tahra), registrada el 22 de agosto de 1954 en el Festival de Lucerna. La 'Oda a la Alegría' tiene tanta fuerza y hasta violencia que parece capaz de resucitar a los muertos. Quizás, en el fondo, fuera esa la intención de Furtwängler.
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