martín olmos
Domingo, 26 de abril 2015, 01:28
Cuando sobra el tiempo y hay ganas de enredar se matan moscas con el rabo y se convierte en ordalía una gaita que no aguanta media hora de tertulia. No hace mucho, las asociaciones feministas pidieron a Loquillo que eliminase de su repertorio la canción ' ... La Mataré' (por favor sólo quiero matarla, / a punta de navaja / besándola una vez más), compuesta por Sabino Méndez en homenaje a las "vibrantes rumbas misóginas de los Chunguitos" ('Corre, Rocker. Crónica personal de los ochenta'. Sabino Méndez, 2000) porque decían que alentaba a tirar mujeres por la ventana.
Publicidad
'La Mataré' se construyó sobre una maqueta de rumba acelerada hasta convertirse en rock, fue elegida la mejor canción del año por Radio Nacional en 1987 y la revista 'Rolling Stone' la consideró entre las doscientas mejores del pop español, pero un día dejó de ser canción para ser sospechosa de apología y Loquillo tuvo que boxearla contra las cuerdas y saltársela en sus conciertos en directo hasta que le entró el buen juicio (y acumuló su capital de valor) y la defendió diciendo que entonces habría que prohibir también el heavy y el rap y el trashmetal, los tangos clásicos, el 'Otelo' de Shakespeare y la película 'Átame', de Pedro Almodóvar.
Loquillo recuperó el tema en sus giras porque concluyó que se estaban sacando las cosas de quicio y "porque estaba hasta los cojones", según le dijo al periodista Juanjo Ordás. Sabino Méndez dijo que intelectualmente pertenecía a la especie omnívora que bucea en cualquier texto buscando hallazgos y coincidía con William Burroughs a la hora de considerar el lenguaje como un virus.
Las reglas del tango
Lo de la corrección política se ha convertido en un chiste sin gracia que sigue hasta el matiz el que ve en cada sombra a un sospechoso de algo y que se la salta el ácrata de día festivo dibujando a un niño y a un obispo para hacerse el sinvergüenza y pasar por el rebelde que se tira un pedo en un funeral, porque en ambos extremos abundan los imbéciles. El primero te persigue con una antorcha si le cedes el asiento a una chica en el autobús, por machista y por cabrón, y el segundo practica la iconoclasia de ópera de perra gorda pero llevando la precaución de no pintar a un Mahoma porque una cosa es ser turbulento y James Dean y otra que te disparen. De que a una mujer la tire un cafre por la ventana tiene la culpa el cafre y su índole, dentro de la cual es una circunstancia más bien residual su naturaleza melómana, y en consecuencia hay que exonerar a Loquillo, a Méndez y al tango clásico.
El tango lo quiso prohibir Pío X porque se bailaba lascivo y agarrao y hoy lo prohibirían los que se la cogen con papel de fumar y dan por hecho que un tío corriente es un simio imitador y va y repite el comportamiento que escucha en una canción porque al pobre no le alcanza el entendimiento para más. Uno de los subgéneros del tango es el del lamento del cornudo, que generalmente incluye la limpieza del honor a cuchilladas en un ejercicio de paridad del criollito humillado, que se madruga igual a la percanta que al doctor: "Yo he sido un criollo bueno, me llamo Alberto Arenas, / señor, me traicionaban y los maté a los dos. / Mi china fue malvada, mi amigo era un sotreta, / mientras me fui a otro pago, me masureó la infiel. / Las pruebas de la infamia las traigo en la maleta: / las trenzas de mi china y el corazón de él" ('A la luz del candil'. Letra de Julio Navarrine) o "cuando a mi hogar regresaba / comprobé que me engañaba / con el amigo más fiel. / Y, ofendido en mi amor propio, / quise vengar el ultraje; / lleno de ira y coraje / ¡sin compasión los maté!" ('Noche de Reyes'. Letra de Jorge Curi). Navarrine y Curi, o Discépolo o Le Pera, bucearon, como Méndez, en los textos que tenían a mano, que eran en este caso la orilla y la pendencia y escribieron una violencia que ya había y no se la inventaron ellos.
Publicidad
La limpieza a cuchilladas del honor no es, sin embargo, un tema patrimonial exclusivo del tango y aparece lo mismo en el bolero de Roberto Cantoral 'El Preso Número Nueve' (que, por cierto, cantó Joan Báez), en el que el protagonista ni se arrepiente ni le da miedo la eternidad por haber matado "a su mujer y a un amigo desleal", que en el blues 'Cocaína' de Johnny Cash (que vestía de negro igual que Loquillo): "Temprano, una mañana dando vueltas, / tomé un poco de cocaína y maté a mi mujer". La misoginia sale en la Biblia ("Y hallé más amarga que la muerte a la mujer", Eclesiastés 7, 26), en las jotas mañas, en Shakespeare y en los chistes de ¿sabes cómo aparca una mujer?, pero la culpa de la asesinada es del que la mata y de la pitarra mal bebida, de los celos, de que es idiota o de que se le olvidó que él también proviene de mujer, a no ser que se pariese solo en el bosque debajo de una seta. Pretender que las referencias anteriores son influyentes es dar por hecho que un hombre normal, dentro de sus parámetros de cabalidad, tira en realidad al monte y hay que protegerle de sí mismo.
Confundir un tango (que es un género con sus cláusulas y no es antropología) o una canción de Loquillo con un manual de cómo proceder con tu mujer y un soplete si aquella se enamora del butanero es un poquito demagógico y buenrollista y busca el aplauso inmediato del que se sube al carro en el que intuye que hay que estar. En 2006, después de que María Teresa Fernández de la Vega se vistiese de mamá bantú durante una visita a Kenia, el diputado del Partido Popular Eduardo Zaplana le dijo que mejor se disfrazase de lo que exigía su cargo de vicepresidenta, y las mujeres del Partido Socialista y de Izquierda Unida abandonaron el congreso por considerar el comentario machista. El ministro José Montilla intuyó el carro y el rédito y se unió a la desbandada y en medio de las chicas pareció un pescador oportunista arrimándose a un río revuelto para sacar la ganancia.
Publicidad
Unos días antes, de la Vega se había reído del peinado casquiforme de Ángel Acebes. A Montilla le aplaudió el auditorio, por señor, y porque le dio lo que quería oír, que es lo que suele querer el pueblo que se maneja mejor con lo que le dan asimilado. Lo ha explicado Umberto Eco en su última novela ('Número Cero'), en la que dice que un corrector de pruebas tiene que dejar que el redactor use la expresión "estar en el ojo del huracán" para definir una situación dramática a pesar de que, científicamente, el ojo del huracán sea precisamente el lugar donde reina la calma en la tormenta, porque es lo que el lector comprende aunque esté en un error. El asunto dejó al aire la pobreza parlamentaria en la que se ha cambiado la sentada por la réplica y habría que prohibir también a Churchill, que a Laura Ormiston, que le dijo que si ella fuese su esposa le echaría veneno en el café, le contestó: y si yo fuese su marido, me lo bebería.
Que a una mujer la mate su marido cornudo no tiene la culpa Loquillo ni Navarrine ni Curi, ni Shakespeare ni Churchill ni el Eclesiastés, y la tiene en exclusividad el asesino y la pitarra que no ha sabido beber, los celos, la mala educación y su creencia de que nació en el bosque pariéndose él solito debajo de una seta. Tampoco tuvo la culpa la canción de los Beatles 'Helter Skelter' de que Charles Manson estuviese como una puta cabra ni Wagner de que Hitler invadiera Polonia y si somos tontos de baba vamos a pedir una subvención, pero si somos mayorcitos no tenemos que echar la culpa al maestro armero.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.