Almudena Grandes, fotografiada durante su visita a Bilbao.

«El cambio se ha quedado viejo antes de concretarse»

La escritora madrileña publica 'Los besos en el pan', una novela sobre el impacto de la crisis en un barrio de su ciudad

César Coca

Viernes, 4 de diciembre 2015, 20:20

Almudena Grandes (Madrid, 1960) ha hecho un hueco en su ambicioso proyecto de seis novelas ambientadas en la Guerra Civil y la postguerra, y ha fijado la mirada en el microcosmos de su barrio para escribir acerca de la crisis. Su última novela, Los besos ... en el pan (Tusquets), es la crónica de un año en la vida de un grupo de personas que pierden su empleo, o ven cómo les recortan el sueldo o menguan los ingresos de su pequeño negocio. Es el retrato de la resignación unas veces y la desesperación otras con que se adentran en un túnel oscuro cuya salida nadie ve. En esa travesía de dudoso final solo la solidaridad permitirá a algunos salir a flote. Es la suya una novela coral en la que todos sus protagonistas son víctimas, porque, como ha comentado más de una vez, los culpables de lo sucedido viven muy lejos de ese barrio madrileño. Almudena Grandes presentó su libro el lunes en la Biblioteca de Bidebarrieta, y horas antes habló con este periódico.

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¿La interrupción de la serie de Episodios de una guerra interminable estaba prevista o esta ha sido una novela que se ha impuesto por su actualidad?

El origen está en Las tres bodas de Manolita. Al escribirla me di cuenta de que se daban situaciones de pobreza y escasez que no son tan distintas de las de hoy. Me lo dijo mucha gente. Además, siempre he pensado que la memoria tiene que ver con el presente y el futuro, y me planteé el desafío de si sería capaz de contar lo que está sucediendo ahora mismo. Ya lo hago en las columnas, y quería ver si podía hacerlo en una novela.

¿Detuvo la escritura de otra novela para hacer esta?

Durante un tiempo, no. Por las mañanas escribía el cuarto episodio de la serie, y por las tardes me dedicaba a esta. Pude con los dos proyectos a la vez hasta que mi marido (Luis García Montero) se metió en política. Con tres cosas ya no pude, así que aparqué el episodio. Pero solo han sido tres meses.

¿Por qué los autores relevantes de la literatura española han tratado tan poco la crisis como tema central de sus novelas?

Es un tema arriesgado porque el fenómeno aún no ha cristalizado. No sabemos cómo acabará esto, y la literatura necesita que los procesos se consoliden.

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Pero el cine sí lo ha tratado. Y la televisión.

Es que el cine no necesita esperar. Por eso hay películas que tienen la virtud de adentrarse en la crisis y mostrarla de manera espectacular. Mi libro es más bien algo impresionista, como una colección de crónicas.

¿Hay un prurito antirrealista entre los autores españoles, como si la novela social fuera cosa antigua?

Creo que hay gente que piensa que la crisis pasará. Consideran que esto no es definitivo, que se arreglará. Eso lo explica.

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La pérdida de dignidad

Sé que no es uno de sus autores predilectos, pero es inevitable acordarse de La colmena de Cela al leer su libro.

Por lo coral. Es curioso que las grandes novelas sobre la crisis lo sean. Pasa con La colmena, pero también con Manhattan transfer y Berlin Alexanderplatz, por citar tres ejemplos. Todas ellas presentan grupos de personas que no saben a dónde van. Son personajes colectivos, grandes grupos, un barrio, como pasa también con la mía.

Usted arranca con una declaración de intenciones. Aunque la novela tiene un narrador convencional, en tercera persona, en el primer capítulo irrumpe usted y da su visión de lo que ha sucedido en este país.

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Elegí un principio así para hacer esa declaración y también para reivindicar la cultura de la pobreza. Hubo un tiempo en que España era pobre pero no importaba a sus habitantes.

En los últimos días ha hablado varias veces de la pérdida de dignidad de la sociedad española. ¿Qué se ha hecho mal para que esa dignidad en la pobreza de los abuelos haya desaparecido en los nietos?

Esto tiene que ver con la estructura de la sociedad española y la manía de olvidar. Hemos olvidado todo, incluida la pobreza. Nos dijeron que éramos ricos y lo seríamos para siempre, y lo creímos, olvidando de dónde venimos. Hemos aceptado que olvido es igual a futuro. Han conseguido que nos sintamos culpables de la crisis: por no haber trabajado lo suficiente, por haber gastado demasiado.

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Por haber vivido por encima de nuestras posibilidades, nos han dicho.

Podemos haber sido crédulos e ingenuos, pero hemos vivido como nos han dicho que podíamos vivir; como nos sugería el director de nuestra oficina bancaria. Hemos perdido una guerra contra los poderes financieros que han recortado la soberanía de los países y justifican su agresión echándonos la culpa.

¿Qué sucedió para que en muy pocos años España se convirtiera en un país de nuevos ricos?

Es consecuencia de la entrada en la UE y la consiguiente desindustrialización. La burbuja inmobiliaria se veía venir: al tener poca industria y haber desmantelado la investigación, solo podíamos ser un país de turismo y hostelería. El saldo de la cultura del pelotazo es una generación que ganó grandes salarios en la construcción y ahora está en el paro y ni siquiera sabe operar con decimales porque dejó muy pronto la escuela.

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Habla en su novela de una generación joven resignada mientras los abuelos se rebelan. Es justo lo contrario de lo que ha sucedido siempre. Quienes se rebelaban eran los jóvenes.

Muchos son como niños ricos a los que si les roban un juguete, en vez de correr tras el ladrón a recuperarlo, como habrían hecho sus abuelos, se sientan a llorar en la acera, esperando que alguien vaya a devolvérselo. Y nadie va a hacerlo. Esto ha pasado, y no es casualidad, en un momento en que las viejas trincheras han desaparecido. Se desacreditó a los sindicatos, se dividió a los partidos de izquierda... Ya nada los frena. La resistencia ha quedado reducida a gestos individuales. No existe un gran movimiento que canalice eso y lo use para construir un futuro mejor.

No es muy optimista.

Soy optimista por naturaleza, pero ahora no tengo con qué. El cambio se ha quedado viejo antes de concretarse. Lo nuevo va a servir para que nada cambie. La situación sigue siendo igual de insostenible que el 15-M y mira las encuestas. ¿Qué tiene que pasar para que se acabe con la impunidad de los corruptos?

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¿Tiene la impresión de que, pese a la dictadura, había más alegría en los años cuarenta, retratados en sus otras novelas, que ahora?

Había menos paz y bienestar, peores condiciones de vida, por supuesto, pero también más esperanza. La alegría es una virtud de los resistentes. Ahora la resistencia es más pequeña, tiene fines más modestos. En un mundo tan desideologizado como este, la alegría es un bien escaso.

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