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Oskar Belategui
Martes, 16 de mayo 2017, 02:04
Es el mayor evento cultural que se celebra en el mundo. Más de 40.000 personas tomarán Cannes a partir de mañana, entre ellas 4.500 periodistas procedentes de 90 países. Todo el que es alguien en la industria del cine se dejará ver en ... La Promenade de la Croisette, el bulevar frente a la playa donde se alternan los hoteles de lujo Carlton, Majestic, Martínez y el Palacio de Festivales, epicentro del certamen con una de las mayores salas del planeta, el Grand Théâtre Lumière, con más de 2.300 butacas.
En Cannes se ven las películas antes que en ninguna otra parte, por eso es vital estar allí. La imagen de glamour y lujo asociada a la Costa Azul nada tiene que ver con el trabajo cotidiano de los acreditados, ya sea para informar de las películas o para comprarlas y venderlas. El otro Cannes, sin focos ni autógrafos, es el Mercado del Cine, por donde pasan 12.000 profesionales de más de un centenar de países. Productores, distribuidores, exhibidores, programadores de festivales... Cientos de películas que se proyectan sin interrupción en 35 salas y de donde saldrán los títulos que más darán que hablar en los próximos meses.
La Palma de Oro es el premio cinematográfico más prestigioso que existe, la consagración para directores como Martin Scorsese (Taxi Driver), Francis Ford Coppola (Apocalypse Now), Wim Wenders (Paris, Texas), David Lynch (Corazón salvaje), los hermanos Coen (Barton Fink), Lars Von trier (Bailando en la oscuridad) y Roman Polanski (El pianista). Pedro Almodóvar ha sido candidato en cinco ocasiones, pero nunca la ha obtenido. Venerado en Francia, el manchego tiene este año el honor de presidir el jurado que otorgará el galardón. Tendrá que poner de acuerdo a compañeros de deliberación tan dispares como Jessica Chastain y Will Smith.
El trofeo será extraordinario para conmemorar 70 años de festival: Chopard ha incrustado 167 diamantes en sus 118 gramos de oro. Thierry Frémaux, el todopoderoso director artístico del certamen desde 2001, publicaba en Francia hace unas semanas Selección oficial, unas memorias de trabajo en las que detalla sus encuentros y desencuentros con las estrellas. Su posición como el hombre más reclamado por todos los productores, capaz de tragarse 1.850 películas el año pasado para seleccionar una treintena.
Amigo de Harvey Weinstein, Clint Eastwood, Quentin Tarantino, Pedro Almodóvar y Robert de Niro, Fremaux revela anécdotas impagables. Como que a Mick Jagger le gusta entrar de incógnito en las proyecciones del Palacio de Festivales o que Godard siempre se ha negado a presidir el jurado mientras David Bowie soñaba con ello. Sean Penn le contó al capo de Cannes que una vez le llamó Bob Dylan. Creía que era para felicitarle por Mi nombre es Harvey Milk, pero en realidad quería saber cómo había adelgazado para el papel. En otra ocasión, Emir Kusturica subió al escenario como una cuba a recoger un premio y se topó con David Lynch, presidente del jurado. «¿Y usted quién es?», le soltó.
Acreditaciones por castas
«A Cannes hay que ir porque es el festival competitivo más importante del mundo y donde más negocio se hace; está Cannes y después los demás», confirma José Luis Rebordinos, director del Zinemaldia, que acudió por primera vez hace más de veinte años. «Me quedé alucinado. Me encontré un festival tan grande y difícil de abarcar... Me sorprendieron todos los stands de compras en el Mercado, las oficinas de los grandes estudios en los hoteles de lujo». Hoy Toronto hace sombra a Cannes en el aspecto puramente industrial, pero el canadiense no es un certamen competitivo.
«Todo el cine quiere estar en Cannes, es una selección de lo mejor del momento, un banquete para cualquier cinéfilo», confirma Rebordinos, que verá este año unas ocho o diez películas, la mayoría en pases privados. El grueso de su agenda lo ocupa un centenar de encuentros de trabajo. «Desgraciadamente, me toca más hacer gestiones que ver películas», lamenta. El Festival de San Sebastián desplaza un equipo de nueve personas. Verán todos los títulos que puedan y se desvivirán para intentar traer los mejores al Kursaal en septiembre.
Trabajar en Cannes no es fácil. Los precios de los hoteles y restaurantes convierten la estancia en las vacaciones más caras del mundo. El color de las acreditaciones es vital a la hora de organizar a los invitados por castas. Los más privilegiados lucen la blanca, que les permite no esperar mucho en la puerta. Cualquier otro color asegura horas de cola (la primera proyección es a las ocho y media de la mañana) sin que la butaca esté asegurada. Las ruedas de prensa se siguen para una gran mayoría desde un monitor de televisor ante la imposibilidad de entrar a la sala. «Désolé» (lo siento) es la frase que más repiten los empleados del festival (unos 200), inflexibles a la hora de lidiar con los acreditados. Aunque no hay un dato oficial, el presupuesto de Cannes supera los 20 millones de euros.
A la tradicional antipatía francesa se suman unas medidas de seguridad que, diez meses después del atentado de Niza, serán extremas. Habrá una amplia presencia policial en las calles junto a los tradicionales registros y detectores de metales. El signo más evidente de este refuerzo para prevenir cualquier amenaza es la presencia en los lugares sensibles de 300 largos maceteros repletos de flores. Su objetivo no es decorativo, sino evitar la intrusión de vehículos no autorizados. Actores con jet privado, productores en busca del pelotazo de su vida, los mejores directores del mundo, buscavidas, prostitutas de lujo y mirones se mezclarán durante doce días en un certamen que nació en 1946 para hacerle la competencia a Venecia. En Cannes, el cine es el rey.
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