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Oskar Belategui
Sábado, 11 de marzo 2017, 03:21
Ya no hay héroes como El Torete, El Vaquilla o El Pepsicolo a los que dedicarles rumbas. Ni salones recreativos con serrín en el suelo, trapicheos entre los billares y la máquina de petacos y banda sonora de Los Chichos. Por no quedar casi no quedan descampados, espacios agrestes de juego y menudeo en mitad de una jungla urbana en pleno desarrollismo en los años 70 y 80. España puede presumir de un género cinematográfico propio, el cine quinqui, reflejo de una época convulsa en la que los delincuentes juveniles fueron héroes. Macarrillas con deje cheli que entre canutos y puentes al seat 124 brindaban testimonio sociológico de la supervivencia en los arrabales marginales.
Criando ratas demuestra que las cosas tampoco han cambiado demasiado en barrios de Alicante como Requena, San Blas y Las Mil Viviendas, donde su director, Carlos Salado, se ha tirado seis años rodándola. Sus protagonistas ya no llevan chupas de polipiel ni van en Vespino. Predomina el chándal, los piercings y los tatuajes. El estatus se demuestra con pitbulls y coches tuneados. Ahora hay móviles y a la fiesta se han unido prostitutas rusas y mafias del Este. «Ponme un canutito pero ya», se escucha a ritmo de rumba (compuesta por el director) en una cinta que en apenas dos meses ha superado el millón de visionados en YouTube.
Todo empezó con Perros callejeros, las frenéticas peripecias de El Torete, encarnado por Ángel Fernández Franco (alias El Trompetilla), quinqui auténtico antes que actor captado por José Antonio de la Loma en el barrio barcelonés de La Mina. El filme tuvo dos millones de espectadores y originó otras dos secuelas en las que el director mezcló la ficción de El Torete con la vida real de Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla, de quien llegó a ser tutor legal. Denuncia social, escenas de acción y mitificación del delincuente, que en la vida real nunca lograba la reinserción. Fernández Franco murió a los 31 años víctima del sida. Y De la Loma siguió explotando el filón hasta Perras callejeras.
«Solo te falta ser negro para la marginalidad total», le espetó Juan Antonio Bardem una noche de estreno a su compañero del Partido Comunista Eloy de la Iglesia, homosexual y drogadicto. Su fascinación por el lumpen lo convierte en uno de los realizadores esenciales del cine quinqui. Colegas contaba los vanos intentos de un trío de muchachos de los suburbios para no caer en el delito. Hay trapicheo, persecuciones por descampados y una tensa escena en la que Rosario Flores acude a una mujer que practica abortos ilegales. De todo su reparto, solo sobrevive la pequeña de los Flores. Su hermano Antonio demostró, además de componer la canción de la banda sonora, que no era mal actor.
Un tricornio y una jeringuilla manchada de sangre resumen en el póster la mirada tremendista de Eloy de la Iglesia, que no supo ser sutil pero sí honesto. Ahí es nada estrenar en plenos años de plomo en Euskadi la odisea de un heroinómano, hijo de guardia civil y compañero de aguja del hijo de un diputado abertzale. El pico, que conoció una secuela al año siguiente, muestra un Bilbao de cielos grises, trencas y seat 1.430 que pertenece ya a otro siglo. Durante su rodaje, el realizador zarauztarra comenzó a consumir heroína, inicio de un descenso a los infiernos que duró dieciséis años. A su protagonista, José Luis Manzano, lo encontraron muerto a los 29 años en un piso del director.
«Yo he crecido en un barrio de clase media, pero Alicante es una ciudad pequeña, no como Madrid o Barcelona. Aquí todo está junto. Cualquier chaval con 14 años que ha estado en la calle con sus amigos sabe lo que hay», cuenta Salado, de 30 años, que ha unido los barrios de la zona norte de la ciudad para crear un escenario que parece surgido de Perros callejeros o Colegas. Bloques de viviendas fruto de los desastrosos planes de urgencia social puestos en marcha en los 60. Y chavales que soportan tasas de paro que rondan el 50%.
«Cuarenta años después los barrios periféricos han cambiado, ahora están mucho más cerca del casco urbano», observa el realizador. «Cambia la estética pero los clichés se repiten: el menudeo, la calle, las drogas, los chavalillos en la batalla...». Salado se pateó durante meses los parques y bares en busca de los casi cien personajes que desfilan en Criando ratas. «Menos las prostitutas y dos policías, que son actores, todo el reparto está compuesto por gente de la calle», certifica.
Al protagonista, Ramón Guerrero, alias El Cristo, lo conoce desde que era un adolescente. Empezó a robar con doce años y hasta protagonizó un programa de Samanta Villar. El rodaje tuvo que interrumpirse un año porque le metieron al trullo. «Es un hombre muy inteligente que podría dedicarse a lo que quisiera, lo que pasa es que no ha tenido oportunidades», alaba Salado. «Su carisma no se enseña en una escuela de cine». En la película, El Cristo tiene que reunir un dinero si quiere seguir viviendo. Da un palo tras otro al tiempo que se pone hasta arriba de cocaína y marihuana. En su camino se cruzan personajes como Mauri, «un Chaplin quinqui», y El Pistolica, un niño de doce años de voz cazallera que se come la pantalla cada vez que aparece. «Todos son gente magnética. Y no tuvieron que investigar sobre el tema porque, a pesar de que todo es ficción, han vivido muchas veces esa realidad».
Ni un euro de recaudación
Rodada con apenas 5.000 euros, gastados en dos cámaras y un equipo de sonido, Criando ratas es una película imperfecta, narrada de manera confusa y atropellada, y mucho más pudorosa en el sexo y la violencia que los clásicos quinquis de los 80. Abusa del efecto melodramático de la música y su acabado técnico hace muy difícil que dé el salto a una pantalla de cine. A cambio, captura la autenticidad y frescura de una realidad que solo contemplamos en programas sensacionalistas de televisión tipo Callejeros.
«Hay una gran diferencia entre Criando ratas y el cine de Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma», apunta su autor. «No tiene su posicionamiento moral. Yo no juzgo a los personajes, me limito a mostrar de la manera más realista posible lo que pasa en las calles. Aquellas películas moralizaban sobre los efectos de la droga y buscaban culpables, se victimizaba al quinqui y se señalaba al sistema. Yo solo trato de remover conciencias».
El filtro de la nostalgia ha provocado que el fenómeno quinqui sea cool a nuestros ojos actuales. Una exposición del CCCB de Barcelona que pasó por Azkuna Zentroa en 2011 sirvió para comprobarlo. Carlos Salado siempre se preguntó por qué no se seguían haciendo películas sobre el malditismo lumpen «si en la calle seguía existiendo». Tuvo claro desde el primer golpe de claqueta que su ópera prima iba a estar en YouTube para que la viera el mayor número de gente. Y gratis.
«Buscábamos visibilidad y una oportunidad de entrar en la industria. La gente de mi generación no se puede quejar, tenemos armas como YouTube. Hace 30 años Criando ratas se hubiera quedado en el cajón», justifica el director, con el que ya han contactado varios productores. A cambio, no ha visto un euro ni siquiera tras un millón de visionados. «Hemos desmonetizado el canal, no queremos nada».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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