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elena sierra
Lunes, 1 de mayo 2017, 02:45
El relato se reivindica. Considerado durante décadas en España un segundón frente a la novela, ahora reclama una atención bien merecida de la mano de novelistas consagrados y de cuentistas con sólidas trayectorias. En el último mes han llegado a las librerías Colección particular ( ... Lumen) y Cuando llega la penumbra (Destino). El primer título recoge los mejores cuentos de Juan Marsé, incluido uno inédito que el escritor catalán terminó hace ya muchos años. En el segundo, tras el éxito del novelón Yo confieso Premio de la Crítica de narrativa catalana en 2011 Jaume Cabré ofrece historias llenas de personajes un poco al margen de la ley a ritmo de thriller. No son casos aislados. Hay esta temporada en las estanterías mucho cuentista que reivindica que lo suyo no es una moda pasajera.
Juan Casamayor, el editor que a finales del siglo XX apostó por publicar solo libros de cuentos y fundó Páginas de Espuma en 1999, asegura que «no se cuenta lo que vende el cuento» ni el público que tiene. Aunque hay editoriales que siguen siendo impermeables al género al editor y escritor Luis Magrinyà le costó cuatro años encontrar un sello para su primer libro de relatos según el informe Comercio interior del libro en España, de la Federación de Gremios de Editores, en 2015 un título de literatura tenía de media una tirada de 2.818 ejemplares, mientras que los de Páginas de Espuma no es raro que lleguen a los 3.000, dependiendo del autor.
El caso de Velocidad de los jardines, de Eloy Tizón, ejemplifica la evolución del género. Se publicó en 1992 casi como una rareza. El editor de Anagrama se lo dijo: no esperaba vender mucho, pero le había gustado y por eso iba a llegar a las librerías. «En un par de años vendimos 900 ejemplares», se ríe, pasado el tiempo, el autor. Sin embargo, se convirtió en un libro «mitificado». Y ahora, con motivo de su 25º aniversario, Páginas de Espuma ha impreso 3.000 ejemplares de tirada inicial, más otros 999 en una edición limitada, «una versión de tapa dura con cuadernillo con fotos del manuscrito original, en parte a mano en parte a máquina, con sus tachones y manchas. Es que cuando no había ordenadores...».
«Hace veinticinco años el cuento era una criatura solitaria que andaba por ahí, por el bosque. Había grandes cuentistas en España, por supuesto, pero se les prestaba menos atención editorial, menos empeño. Mientras que en Latinoamérica el cuento era y es el género estrella a nadie se le ocurre hablar de él como antagonista o como si fuera inferior a la novela los españoles hemos sido más reacios a admitir sus cualidades, que son muchas», explica Tizón. La presencia hoy en las librerías de muchos escritores de cuento atestigua que eso ha cambiado.
«Un poco tabú»
En la citada Páginas de Espuma se pueden encontrar como novedades Fantasía lumpen, del vitoriano Javier Sáez de Ibarra que se ha decidido a escribir «cuentos comprometidos» sobre la situación del proletariado en época de crisis y Cuentos completos. Escritura y verdad, de Medardo Fraile, el fallecido escritor de la generación de los 50 (la de cuentistas como Francisco Ayala, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite e Ignacio Aldecoa). En breve saldrá a la venta La vaga ambición, de Manuel Ortuño, ganador del Premio Ribera del Duero, el galardón de narrativa breve para obra inédita mejor dotado en lengua española, con 50.000 euros. La última premiada, la argentina Samanta Schweblin, vendió 15.000 ejemplares de Siete casas vacías en dos años.
Magrinyà, que cree que «el cuento es un poco tabú para las grandes editoriales porque sigue siendo más difícil de vender que la novela y creo que al lector le sabe a poco», también reincide estos días. Y lo hace por partida doble, aunque en un solo volumen. Se titula Intrusos y huéspedes & Habitación doble (Anagrama), un «proyecto» que plantea la relación entre ambas partes, escritas en periodos distintos (de hecho, una ya se publicó con anterioridad en solitario). «Es una sucesión de historias divididas en dos historias, a su vez. Pero es que para mí siempre han sido el mismo libro». La voz que tiene importancia en su literatura, y este volumen es un ejemplo, es «la del narrador. Todo lo que escribo da vueltas a quién lo escribe, quién lo cuenta, con qué motivos. Si construyes bien al narrador, lo tienes todo de tu parte».
Forma parte Magrinyà de aquellos que a principios de los 90 ya publicaban cuentos, por difícil que fuera encontrar editor. Entre los autores de su generación están Juan Bonilla, Hipólito G. Navarro, Carlos Castán, Mercedes Abad y Juan Carlos Márquez; más jóvenes son Andrés Neuman, Almudena Sánchez, Daniel Monedero, Jon Bilbao y Sara Mesa. Esta última volvía a ganarse a la crítica el año pasado con Mala letra, como ya había hecho antes con sus novelas Cuatro por cuatro y Cicatriz. «Son cuentos anclados en la realidad pero cuyo punto de vista (o enfoque, o mirada) los hace parecer extraños y turbios. Casi todos, de una manera inconsciente, contienen una pastillita crítica. Y muchos están escritos, para bien o para mal, desde el enfado», reconoce la autora, cuyos títulos publica Anagrama.
Editores comprometidos
Para Mesa, los cuentos se ajustan a su «respiración» como narradora que tiende «a la concisión» y «a la sugerencia». Como lectora, lo que la emociona ante un cuento «es encontrar en él la semilla que normalmente su autor deja casi como por azar. Esa pepita de oro que muchas veces está en un detalle, pero que es la que da sentido a todo el cuento». Tizón, por su parte, le pide al creador «que haya cierta cosa formal, que lo técnico tenga relevancia, que se innove, pero si se queda solo en eso es un producto de laboratorio, algo frío. El cuento puede tocar al lector por el trasfondo humano, y eso está relacionado con la mirada compasiva del autor».
Se habla siempre de la muerte de la novela y de la del cuento, pero al parecer siempre se recuperan. «Hace décadas que se habla de esto, y mira, ahí seguimos», dice Mesa. El relato, eso sí, «es y probablemente seguirá siendo un género minoritario, pero eso es todo. Ahora bien, quizá sí hay un auge ahora o un pequeño repunte. Prueba de ello es que editoriales como Anagrama, Seix Barral y Random House están apostando fuerte por libros de cuentos. Por no hablar de las pequeñas, claro».
No es raro encontrar algún volumen de cuentos en Anagrama, Alfaguara, Planeta y Lumen, y, además, existen sellos especializados. Por ejemplo, Menos Cuarto, que hace especial hincapié en el cuento y el relato breve; Talentura, que deriva de Editores Policarbonados; Salto de Página; Caballo de Troya, que acaba de publicar una recopilación de Luis Noriega, ganador del Premio Hispanoamericano de cuentos; Impedimenta; y, por supuesto, el de literatura fantástica y terror Valdemar, que lleva trabajando desde finales de los años 80. ¿Qué sería de los cuentistas sin un editor comprometido? «Nada, nada, estaríamos llorando por las esquinas. El trabajo de estas editoriales, rescatando clásicos y dando oportunidad a nuevas voces, es de agradecer y es determinante en la mejor consideración del relato hoy», reconoce Tizón.
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