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OSKAR BELATEGUI
Domingo, 5 de marzo 2017, 01:06
Hay algo insólito en la reunión de 65 chavales sin que ninguno de ellos eche la vista al móvil. También en el disciplinado alboroto con el que posan para el fotógrafo con sus instrumentos, bullangueros y vacilones como cualquier chico de su edad, aunque al ... minuto estén perfectamente sentados frente a las partituras. Maite Aurrekoetxea, directora del Conservatorio de Bilbao, presume de saber qué adolescentes estudian música casi solo con verlos.
«Nosotros tenemos un lujo de alumnos, incidencias negativas cero», se ufana. «La gran mayoría tiene una carga horaria extra de cinco, seis o siete horas. Y aun así, sus resultados en la educación obligatoria son buenos. La música les transmite y enseña el sacrificio, la responsabilidad, el saber organizarse, la rutina. Asimilan el pequeño esfuerzo diario y lo pasan a su quehacer diario. La música les hace mejores».
Un busto de Juan Crisóstomo de Arriaga da la bienvenida al Conservatorio bilbaíno, que ya hace diez años que cambió sus vetustos locales junto al Palacio Foral por el moderno edificio de fachada acristalada en Ibarrekolanda. El Mozart bilbaíno, que murió diez días antes de cumplir veinte años, da nombre a una escuela de espacios amplios y luminosos, que acoge a 475 alumnos y que dentro de tres años cumplirá un siglo.
Carlos Goikoetxea conserva buenos recuerdos del Conservatorio de Bilbao. Allí estuvo desde los 9 hasta los 13 años. Iba cinco cursos adelantado a lo que correspondía por su edad. «Me acuerdo del buen ambiente que había en el edificio de Diputación. Y de mi profesor, Agustín Bergara». Tras Bilbao vinieron Salamanca, Madrid, Salzburgo... A los 26 años, este pianista consagrado también tocó el viernes en el Musika-Música junto a su antiguo profesor, Josep Colom.
Goikoetxea hace memoria y se ve de bebé aporreando un teclado de juguete junto a una familia melómana que ha alentado su vocación. A los once años dio un recital en el Euskalduna, precisamente en Musika-Música «El Concierto de Haydn en Re mayor». Lo de niño prodigio no va con él. «Es una expresión que ya me la han dicho más veces, pero que me resulta irrelevante. Son cosas sobre las que no he pensado demasiado. Siempre he sido consciente de ser el más joven, y nunca me ha supuesto un problema».
El músico getxotarra no tiene la sensación de haberse perdido nada. «No he estudiado más que la gente de mi edad que se ha dedicado al piano», asegura. El mundo profesional de la música en el que está inmerso, concluye, no le ha sorprendido demasiado. «Hay mucha competitividad, pero también buenas personas que se preocupan más allá de su carrera».
El trasiego de chavales cargando con estuches de instrumentos confluye en la gela del segundo piso. Es el último ensayo de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio, que hoy interpretará piezas de Dvorák en Musika-Música, un festival al que asisten desde la primera edición. En septiembre ya empezaron a trabajar el repertorio. Tienen que estar en plena forma. No en vano en esta edición se medirán con los alumnos de otros centros, tanto vascos como de Castilla y León, Galicia, Madrid, La Rioja y Cantabria. «Tocar en público es un estímulo para los alumnos», observa Aurrekoetxea, que además de llevar las riendas del Conservatorio bilbaíno es la directora de orquesta titular. «Dar la cara ante l público y afrontar los nervios forma parte del show».
A oídos no especializados, la Obertura Carnaval y la Sinfonía del Nuevo Mundo suenan tan perfectas y emocionantes como en un cedé de Deutsche Grammophon. Algunos de estos jóvenes se dedicarán profesionalmente a la música (un porcentaje del 8 al 10% del total del alumnado). Muchos entraron para cumplir a regañadientes con una actividad extraescolar y encontraron la vocación de sus vidas. A los ocho años se empieza con el piano. Cuatro cursos en el grado elemental, seis en el profesional y otros cuatro en el superior. En total, catorce años para dominar el instrumento.
Un plus en el currículo
El Conservatorio de Bilbao no ofrece el grado profesional, que sí oferta el Centro Superior de Música del País Vasco, Musikene, en San Sebastián. Hay cursos de todas las especialidades: viento, madera, metal, cuerda, txistu y hasta guitarra eléctrica. Cada año entran medio centenar de niños tras pasar unas pruebas intuitivas de su capacidad musical. No tienen que tener ni idea de solfeo, pero se valora su sentido del ritmo, su entonación o su gracia al cantar. Los que más puntos saquen podrán elegir instrumento. El más demandado es el piano. Hay alumnos que acabaron tocando el oboe o el fagot sin saber muy bien qué eran. Y ahora lo aman más que cualquier otro instrumento.
El chelista Asier Polo, el pianista Carlos Goikoetxea, el violinista Ai-tzol Iturriagagoitia, Lander Etxebarria viola solista en la Sinfónica de Londres, Álvaro Vega oboe solista en la Sinfónica de Madrid, el compositor de bandas sonoras Fernando Velázquez... Todos ellos pasaron por las aulas del Conservatorio bilbaíno. Son figuras de la música, un mundo donde la inmensa mayoría, si logra dedicarse profesionalmente a ello, formará parte de una orquesta. «La LOGSE introdujo la asignatura obligatoria de orquesta, porque el 97% de nuestros alumnos no van a ser solistas», aclara Maite Aurrekoetxea. «Antes, los que estudiaban un instrumento sinfónico no podían estudiar piano, pero ahora sí». Los modernos métodos pedagógicos y las nuevas tecnologías han hecho menos árido el estudio. «Pero no nos engañemos, ser músico requiere un esfuerzo, la esencia es la misma de antes». En el extranjero, haber estudiado música es un plus en cualquier currículo. «Una carta de presentación magnífica. Indica que esa persona ha trabajado individualmente y en grupo. Que sabe compartir con sus compañeros y se le ha incentivado en el liderazgo».
Quizá un conservatorio sea el único centro de enseñanza donde el entusiasmo de los alumnos parece contagiado del de los profesores. «Nos picamos entre nosotros», admite la directora. «¿Que la Banda de Bilbao va a tocar en el Guggenheim? Pues nosotros también».
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