teresa abajo
Lunes, 6 de febrero 2017, 01:48
Cuando recogió el premio Princesa de Asturias de las Artes, Núria Espert contó cómo el teatro se apoderó de ella a los trece años y la convirtió en una persona «apasionada y ambiciosa», aunque su voz también transmite dulzura. A los 81 sigue entregándole ... su talento en el papel de una madre destrozada por la guerra, por cualquier guerra. Incendios, del autor libanés Wajdi Mouawad, es «una tragedia griega contemporánea» en la que comparte protagonismo con Laia Marull y Ramón Barea, entre otros. Han puesto en pie al público en el teatro de La Abadía y tienen casi todas las entradas vendidas para las cuatro funciones de esta semana en Bilbao.
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- Después de toda una vida en el escenario, ¿el público ha llegado a conocer bien a Núria Espert?
- El público conoce una gran parte de mí. Sobre el escenario estamos tan desnudos y tan vulnerables que forzosamente sale nuestra personalidad, no se puede estar fingiendo toda una vida. Cuando se hace una carrera larga, se nos ve crecer, luchar. Envejecemos juntos.
- Y eso que de niña quería ser bailarina.
- ¡Ya se encargó la naturaleza de no darme ninguna aptitud!
- Viene a Bilbao con una obra sobre los desastres de la guerra que, desgraciadamente, no pierde actualidad.
- Puede ser Siria en este momento, o uno de esos conflictos atroces que no han dejado de ocurrir en el siglo XX. Hay un momento en que un personaje dice estamos en guerra. ¿Pero qué guerra?, le preguntan. No sé.
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- ¿Ve muchos incendios a su alrededor?
- Sí, es un gen estropeado que tiene la humanidad, un gen maldito, el de la violencia. No es solo que los conflictos no terminan, es que empeoran, se enquistan. Ahora estamos en un momento particularmente peligroso. La UE en horas bajas, el Brexit y el presidente de EE UU son cosas que no auguran paz por ningún lado. No ha habido un momento de calma en todo el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Siempre hay diez o doce guerras de las que no hablan los periódicos, en pequeños países donde la gente muere o es asesinada.
- Usted encarna el dolor de una madre, una mujer que en los últimos años de su vida deja de hablar.
- Es tal el horror que para poder seguir viviendo tiene que callarse. Decide dejar de hablar para salvar a sus hijos. Es un silencio que les atormenta, que le reprochan. Les daña muchísimo, pero más les dañaría la verdad.
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- ¿Tan terrible es la verdad?
- Es como una tragedia griega contemporánea. Desde Shakespeare, ningún autor se había acercado tanto a la tragedia griega como Wajdi Mouawad. ¿Quién podía prever que un libanés escribiría lo que yo considero el mejor texto desde mitad del siglo pasado? Es como un milagro, como una flor que nace en un sitio donde no la espera nadie.
- ¿Encerrarse en el silencio es una forma de protesta o es mejor gritar?
- Si hablamos del momento actual, de ti y de mí, es mejor gritar para prevenir, para que las cosas no empeoren.
- Nunca ha dudado en arriesgar en su carrera. ¿Hacia dónde cree que debe evolucionar el teatro?
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- No lo sé. Se buscan caminos nuevos, a veces absurdos y otras veces muy inspirados. Cuando nosotros montamos nuestra compañía en el año 59 del siglo pasado, que impresiona mucho decirlo, era una España todavía de posguerra, con una censura tremenda. Ahí crecimos, ahí acertamos y nos equivocamos montones de veces y eso ha seguido así, incierto y peligroso, hasta el día de hoy. Nadie sabe hacia dónde va el teatro, siempre ha sido un camino lleno de sorpresas.
«Te he entendido»
- ¿Qué le parecen los espectáculos que dirige Calixto Bieito?
- No conozco a Calixto, conozco su teatro. A veces me gusta y a veces no, como todo en la vida, pero él siempre busca, busca sin parar y eso despierta todas mis simpatías. Tiene ganas de hacer cosas nuevas y rompedoras y el Arriaga es un teatro que se merece eso, que el que lo dirige no se adocene.
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- ¿El cine la ha dejado escapar?
- No, más bien me escapé yo cuando comprendí que nunca encontraría la felicidad y la creatividad que encuentro en el teatro. Hice doce o catorce películas. Un par de ellas estaban bien, el resto no dio buen resultado.
- ¿Ya tiene en mente su siguientre proyecto?
- ¡Uy, no quiero pensar en ningún proyecto! Queda un año de Incendios, la obra entusiasma y nosotros seguimos conmoviéndonos con ella.
- Pero tampoco piensa en la retirada.
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- Eso no hace falta pensarlo, se presenta solo. O la memoria te dice basda o el cuerpo te dice basta, o se acaban las ofertas de trabajo.
- ¿Hay algo que le guste tanto como actuar?
- No. Leer quizá... pero el teatro para mí es tocar tierra.
- ¿Qué se siente al poner al público en pie?
- Pues la misma emoción que la primera vez que me ocurrió. Yo siempre pongo en el teatro todo lo que tengo, lo que soy, a veces eso funciona y otras no es suficiente. Y a veces hay algo extra en ese espectáculo que estás haciendo... me pasó con Yerma, con Doña Rosita, con Lucrecia, con El rey Lear. Cuando ocurre eso, es la manera que tiene la gente de decir sí, te he entendido.
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- Habrá pocas sensaciones comparables a esa plenitud.
- Para mí, ninguna. Los años, la situación, la pérdida de mi marido y de mi madre me han llevado a una desnudez, a un despojamiento, y el teatro se ha convertido en todo para mí. Mis hijas, mi nieta y el teatro. Eso es un poco peligroso, porque si empezara a fallarme esa conexión me quedaría muy empobrecida.
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