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ALBA CUÉLLAR
Lunes, 22 de agosto 2016, 02:06
«Al llegar al trabajo aquella mañana percibí un silencio inusual. La excavación se había detenido y fui consciente de que algo extraordinario había sucedido», rememoraría Howard Carter tiempo después. Era la mañana del 4 de noviembre de 1922, y el arqueológo británico estaba a ... punto de hacer el descubrimiento funerario más famoso de todos los tiempos: la tumba del faraón Tutankamón, en el egipcio Valle de los Reyes. El hallazgo del sarcófago y el incalculable tesoro que albergaba revolucionó a la comunidad de historiadores, nada menos que tres mil años después de la muerte de su ocupante.
Ha pasado casi un siglo, pero aún persiste la fascinación por las últimas moradas de ciertos personajes históricos. Desde el interés puramente científico al afán de fama y riqueza de los cazatesoros, son muchas las razones que han llevado a particulares e instituciones a buscar sin descanso los sepulcros más ilustres, a menudo considerados tesoros del patrimonio nacional.
El año pasado, era la reina Nefertiti quien se situaba en el punto de mira del mundo arqueológico y del Ministerio de Antigüedades egipcio: nuevas investigaciones sugerían que sus restos podrían estar tras los muros de la tumba de su hijastro, Tutankamón. En noviembre, se realizaron estudios con radar que revelaban la probable existencia de dos cámaras secretas, aledañas a la del 'farón niño', en las que según el egiptólogo Nicholas Reeves descansaría Nefertiti. El escaneado no convenció a todos, y muchas voces se alzaron contra la teoría de Reeves, aduciendo su sospechosa «conveniencia». A día de hoy, el paradero de la hermosa faraona sigue siendo incierto.
En estos casos las pruebas fehacientes a menudo brillan por su ausencia. En mayo, el arqueólogo griego Costas Sismanidis anunció el hallazgo de la tumba de Aristóteles en la antigua ciudad de Estagira, en la península Calcídica donde el filósofo vivió hace 24 siglos, cuando aquella región era aún parte del reino de Macedonia. «No tenemos ninguna evidencia,pero sí fuertes indicios que nos llevan casi a la certeza», fueron sus palabras. Según el experto, la construcción parecía «incompatible con otros usos», lo cual, junto con varias referencias al paraje en documentos de la época, llevó al equipo a concluir que allí se depositaron las cenizas del ilustre tras su muerte en Calcis (hoy Jalkida, en la isla de Eubea).
A vueltas con Colón
En nuestro país, algo similar ocurrió con el mausoleo de Miguel de Cervantes, que murió en Madrid el 22 de abril de 1616. Los restos del autor de 'Don Quijote de la Mancha' fueron hallados el año pasado en el Convento de las Trinitarias situado en el madrileño barrio de las Letras, donde recibió sepultura hace 400 años. Sin embargo, como se encontraron mezclados con los de otras 16 personas incluida su esposa, los científicos no se atrevieron a garantizar al cien por cien su identidad. Ante la imposibilidad de comprobar mediante una prueba de ADN si efectivamente eran los huesos del literato, de momento y a juzgar por las evidencias que así lo sostienen, la mayor parte de la comunidad científica los tiene por tales.
Los de Cristóbal Colón casi cuestan un conflicto diplomático. Objeto de mil y un traslados tras su primer enterramiento en Valladolid en 1506, permanecieron por más de dos siglos en Santo Domingo, recalaron después en La Habana y, tras la guerra de Cuba, fueron llevados a la catedral de Sevilla. Según varios estudiosos dominicanos, es probable que en el momento de exhumar el cuerpo sólo se recogieran parte de los huesos. El resto permanecería en la República Dominicana. ¿Cuáles son entonces los verdaderos? Para zanjar la controversia, se propuso tomar muestras genéticas de ambos esqueletos, una operación pospuesta en 2005 por las autoridades dominicanas. Un año más tarde, un equipo científico de la Universidad de Granada confirmó que los depositados en Sevilla «definitivamente» pertenecían al descubridor del Nuevo Mundo. De la autenticidad de los que permanecen en el país dominicano, aún no hay nada claro.
En otras ocasiones, las tumbas de los personajes históricos han aparecido en los lugares más insospechados. Los restos del rey Ricardo III de Inglaterra que murió en la batalla de Bosworth, en 1485 se encontraron bajo un aparcamiento, en la británica ciudad de Leicester. Ricardo, que quedaría para la historia como el vil tirano inmortalizado por Shakespeare, fue enterrado en la Iglesia de Greyfriars, hallada en una excavación en 2012. Un año más tarde, el ADN confirmaba que los restos óseos hallados correspondían a los del vilipendiado monarca.
En este campo han proliferado también los bulos y falsos descubrimientos, así como las pistas esperanzadoras que al final llevaron a los arqueólogos a callejones sin salida. Es el caso del sepulcro de Alejandro Magno, cuyo supuesto descubrimiento en el norte de Grecia fue anunciado a bombo y platillo en 2013. Katerina Peristéri, que se encontraba al frente de la excavación, desmintió rápidamente la noticia: la tumba encontrada contenía los restos de una mujer, dos hombres y un recién nacido, pero no los del conquistador macedonio. La verdadera ubicación del cuerpo de Alejandro Magno, que murió en el año 323 antes de Cristo, es aún desconocida. Se sabe que fue conservado originalmente en un ataúd de oro macizo, y que se le perdió la pista en Alejandría, pero a partir de ahí los expertos difieren: para algunos, el ataúd habría sido destruido; otros sostienen que el cadáver fue camuflado como el de San Marcos, y que hoy descansa en la basílica veneciana del mismo nombre.
Otro tanto sucedió con Atila. En 2014 se hizo viral la noticia de que un grupo de obreros que construía un puente en Budapest (Hungría) había dado por casualidad con la tumba del guerrero. La información resultó ser falsa y su paradero sigue siendo desconocido, aunque la mayor parte de los historiadores cree que se encuentra en algún punto entre Rumanía y Bulgaria. Según la leyenda, el rey de los hunos que murió en el 453 fue enterrado en un triple sarcófago de oro, plata y hierro, y los soldados que cavaron la fosa se suiciaron llevándose con ellos el secreto de su tumba, para evitar que fuera profanada jamás.
Tras el hallazgo de Tutankamón, cobró fuerza la leyenda de que pesaría una maldición sobre quien osara perturbar el descanso de la momia. Lord Cavernon, el mecenas de la expedición, murió repentinamente unos meses tras la apertura de la tumba. Su hermano, que estuvo presente en el descubrimiento, y otros miembros del grupo fallecieron también en extrañas circunstancias. Sin embargo, el propio Howard Carter murió por causas naturales muchos años después, en 1939.
Entre los enigmas mortuorios que quedan sin resolver, el de otra soberana egipcia, Cleopatra, es de los más célebres. En la sepultura de la última reina del Antiguo Egipto que se suicidó en el año 30 antes de Cristo, prefiriendo morir a verse humillada por el imperio romano también estaría enterrado su amante, el general romano Marco Antonio. Jamás ha sido hallada, a pesar de múltiples intentos, desde la expedición infructuosa encargada por Napoleón hace doscientos años, hasta la búsqueda hasta ahora sin éxito iniciada hace diez por la millonaria arqueóloga dominicana Kathleen Martínez.
Los testigos, asesinados
Perdida está también la tumba del conquistador mongol Gengis Kan, fallecido hace más de ocho siglos. Siguiendo sus propias órdenes, y para evitar que nadie encontrase su mausoleo que estaría lleno de riquezas procedentes de todo su imperio, los soldados mataron a todo aquel que salió al paso del cortejo fúnebre, y ellos mismos se quitaron la vida después. Aunque se sospecha que fue enterrado en las inmediaciones de la montaña de Burkan Kaldun (cercana a la capital mongola, Ulan Bator), jamás ha aparecido, y ello a pesar de que lo han buscado incluso desde el espacio, mediante satélites.
Más dolorosa es en nuestro país la incógnita de los restos de Federico García Lorca. El escritor granadino fue fusilado el 16 de agosto de 1936, en algún punto entre Víznar y Alfacar. 80 años y dos intentos fallidos después, los investigadores le siguen buscando y aún no se ponen de acuerdo con el motivo del asesinato: su homosexualidad, un ajuste de cuentas por rencillas familiares o las simpatías políticas del dramaturgo podrían haber motivado el crimen. La Junta de Andalucía realizó en 2009 la primera excavación en Fuente Grande, a la que siguieron otras dos búsquedas en 2013 y 2014, todas sin éxito. En septiembre comenzarán de nuevo los sondeos en Alfacar (Granada), en un nuevo intento por hallar la tumba del poeta.
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