Isabel Urrutia
Viernes, 22 de julio 2016, 00:53
«Hay que hacerse notar. ¡Ahora más que nunca! Debemos resistir. Cada generación debe conquistar su libertad. No hay que dar nada por hecho. El ejemplo de Jesús marca el camino», reflexiona José Eizaguirre poco antes de coger el avión en el aeropuerto de Loiu. ... Es miembro de la Delegación de Evangelización y Catequesis de la diócesis de Bilbao y se le nota preparado para dormir poco y trabajar mucho. Le rodean 93 jóvenes, encabezados por el obispo de Bilbao, Mario Iceta. Todos ellos tienen por destino Varsovia, primera parada antes de reunirse en Cracovia con dos millones de peregrinos, de entre 14 y 30 años, dispuestos a vitorear al Papa hasta quedarse roncos. Así las cosas, es muy probable que el jolgorio y la masificación alcancen proporciones descomunales, sobre todo porque la capital polaca apenas tiene 327 kilómetros cuadrados (el equivalente a un tercio de Zaragoza). Ver para creer.
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La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), entre el 26 y 31 de julio, terminará revolucionando la tierra natal de Juan Pablo II. «¡¡Y vive Dios que lo hará!! Igual que pasó en Czstochowa, cuando la JMJ se celebró en 1991 y atrajo a más de millón y medio de personas...», señalan con entusiasmo en las redes sociales y páginas web que cubren el evento. Son las herramientas que utilizan las nuevas generaciones de creyentes. Resultan muy prácticas a la hora de seguir el pulso de una cita que nació en 1985 con vocación de baño de masas y modernidad, a instancias de un visionario, Juan Pablo II, que sabía muy bien que la imagen, la inmediatez y la cercanía son bazas fundamentales para subir puestos en el ranking de popularidad. El papa polaco tenía madera de líder, igual que Francisco. Se trata de personalidades que se crecen delante de un público entregado y desenfadado, que prescinde de los protocolos, baila y jalea sin complejos. Cracovia será una fiesta.
Se calcula la llegada de 1.368 vascos -tanto en viajes de las diócesis como en desplazamientos de gente que va por libre-, y no faltará la presencia de los tres obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria. En concreto, la distribución queda como sigue: al margen de los 93 chicos y chicas que aparecen en la foto, se sabe que otros 500 vizcaínos tienen previsto llegar a Polonia; en Álava se han apuntado 55 feligreses al itinerario de la diócesis y se estima que otros 60 acudirán a la JMJ; y en cuanto a Gipuzkoa, el obispado ha conseguido reclutar a 220 personas y 450 marcharán por su cuenta. La mayoría de los peregrinos vascos que viaja libremente se han organizado en torno a parroquias, colegios, movimientos como el Camino Neocatecumenal (kikos) o están adscritos al Opus.
«En Gipuzkoa, la respuesta ha sido increíble. Yo creo que, en parte, ha influido el atractivo de la ruta que hemos planteado... Se va por Carcasona, Monpellier, Turín, Milán, Venecia, Viena... Es una manera fantástica de visitar ciudades importantes de Europa», recalca Elena Gallardo, como portavoz de Pastoral de Juventud en la diócesis de San Sebastián, donde esta misma mañana, a primera hora, han fletado cuatro autobuses en los que no cabía ni un alfiler. Ni las lluvias torrenciales que han azotado Polonia en la últimas semanas, ni el temor a un atentado islamista han quitado las ganas de los fieles vascos.
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Juan Pablo II y Francisco son un tándem ganador. El recuerdo del papa polaco se hará notar en todos los actos litúrgicos y Bergoglio ya se encargará de galvanizar a las multitudes bajo el lema de Bienaventurados los misericordiosos.... «Todo esto es verdad, claro que sí, pero tampoco hay que olvidar el factor económico. El desplazamiento es mucho más barato que en 2013. Entonces superaba los 1.500 euros porque la JMJ se celebró en Río de Janeiro», apunta Eizaguirre, poco antes de despegar y repasar los apuntes de corte espiritual que ha preparado con Jorge Muriel para inspirar a los jóvenes bilbaínos. «Cuando visitemos Auschwitz -adelanta-, leeremos las Bienaventuranzas».
Por las afueras de Niza
En los viajes a Polonia que han coordinado las diócesis del País Vasco, los obispos hacen el trayecto con sus respectivos grupos. No hay ningún trato de favor. El titular de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, se ha pasado tres días en la carretera. Encajonado en el asiento de un autobús lleno hasta la bandera, con 55 plazas, ha bordeado las Costa Azul y en Italia ha hecho parada en Padua y Venecia. Igual que todos, también se emocionó al circular por las afueras de Niza y recordar a las más de 80 personas que murieron arrolladas por un terrorista islamista. Gente que celebraba una fiesta nacional para mayor gloria de una divisa tan famosa como idealista: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
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«No corren buenos tiempos, no corren buenos tiempos... Pero hay que seguir luchando por un mundo mejor», musita César Fernández de Larrea, delegado de la Pastoral con Jóvenes en la diócesis de Vitoria, en conversación desde el propio autobús, camino de Polonia. Hasta el 31 de julio, tendrán oportunidad de estrechar lazos con fieles de todo el mundo y experimentar una sintonía «muy alegre y llena de vida, algo que hace mucha falta para mantener el ánimo».
No es la primera vez que asiste a este tipo de jornadas, ¿verdad?
No, no.
¿Cambian de una edición a otra? ¿Hay algo distinto según la ciudad donde se celebren?
El sentido profundo de las JMJ no varía. Se trata de sacar lo mejor de uno mismo. Es un mensaje de esperanza y de futuro.
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