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Oskar Belategui
Miércoles, 13 de julio 2016, 01:44
En 2001: una odisea del espacio, Stanley Kubrick mandó modificar tres frigoríficos para confeccionar los ataúdes criogénicos de los astronautas. Después del rodaje, se los llevó a casa. Otras veces, el genio no se mostraba tan agarrado y dilapidaba el presupuesto con su ansia de ... perfeccionismo. ¿Cómo consiguió el efecto de Malcolm McDowell arrojándose por la ventana en La naranja mecánica? Estampando una cámara de mil libras contra el suelo.
El bilbaíno Guillermo Julián y el pontevedrés Román Santiago han visto muchas veces 2001. Y si Kubrick logró que con 23 años la RKO le comprara su primer corto, ellos iniciaron a los 22 la aventura de rodar un largometraje de ciencia-ficción con la misma ambición temática y estética que tuvo el director neoyorquino. Solo que Rendezvous se ha fabricado artesanalmente en un polígono de Zamudio sin esperar subvenciones ni el apoyo de productores. «Igual podíamos haberla hecho en cuatro años siguiendo los cauces habituales, pero teníamos muchas ganas de empezar», razona Guillermo. «Porque cuanto antes hagas tu primera película, antes rodarás la segunda».
Con 26 años, estos dos amigos ya pueden presumir de una licenciatura en Comunicación Audiovisual, productora propia, un puñado de cortos y videoclips, trabajos varios en cine y televisión y este largometraje, que han paseado por festivales como el FANT bilbaíno y el Nocturna de Madrid. El deslumbrante tráiler muestra naves espaciales que evolucionan con la elegancia y verosimilitud de la Discovery de Kubrick. En el reparto, la ganadora de dos Goyas Natalia de Molina (ellos la descubrieron antes), Celso Bugallo y actores populares en Euskadi como Santi Ugalde, Iñaki Urrutia y Paco Sagarzazu. El coste, inferior a 100.000 euros, no está contemplado por el Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales (ICAA), que considera que una película es de bajo presupuesto si cuesta como mínimo 300.000. «Ni siquiera somos low cost», ironizan sus autores.
Jornadas de veinte horas
A Guillermo y Román no les gusta presumir de las paupérrimas condiciones de producción de Rendezvous. Prefieren hablar de la historia, ambientada en una guerra fría entre una poderosa corporación y la Federación de Países de la Tierra. Un niño prodigio genéticamente modificado, una máquina del tiempo y un héroe rebajado a trabajar como basurero espacial son personajes de esta aventura de estética retrofuturista, con superficias blancas y asépticas, «tal como se imaginaba el futuro en los 70 y 80». Los directores confían en que, «pasados cinco minutos, el espectador deje de fijarse en la apariencia y en la calidad de las imágenes y se sumerja en la historia. No puedes estar a la altura de Interstellar, pero puedes hacer que la gente se enganche y no eche en falta los efectos especiales de Hollywood».
El presupuesto medio de una película española en 2015 fue de 1,2 millones de euros. Rendezvous desbarata esa cifra a base de imaginación. «A los 22 años pensábamos en hacer algo muy pequeñito. Pero al llegar a Bilbao nos encontramos con que mucha gente quería trabajar con nosotros y la película fue creciendo. Si entonces hubiéramos visto el tráiler no nos lo habríamos creído».
Tras echar mano del dinero que reservaban para un máster, los directores alquilaron un polígono en Zamudio cercano a una estación de la ITV. A veces tenían que parar por el ruido de los acelerones de los coches. Un tío carpintero ayudó a erigir unos decorados que era necesario reconstruir por la noche. «Nos echaron una mano familiares, amigos... Siempre hay alguien que tiene una idea mejor que la tuya», reconoce Guillermo. Recolectaron piezas de la basura, moldearon espumas y aprovecharon la parte trasera de los muebles de Ikea, que, según ellos, posee apariencia de nave espacial. «También íbamos a los chinos y comprábamos objetos cotidianos, como un colador. Haz la prueba: ponlos del revés y descubrirás apariencias futuristas».
Un pasillo circular de nueve metros se aprovechó para rodar escenas de personajes paseando. Los travellings, como ya sabían en la Nouvelle Vague, quedan de fábula desde una silla de ruedas. ¿Efectos de sonido? Motores hidráulicos de una fábrica, la chispa de una batería, el centrifugado de una lavadora... A los actores los convencieron enviándoles el guion y las fotos de los decorados. Así demostraban que, a pesar de ser veinteañeros, iban en serio.
Tras un mes y medio de jornadas maratonianas de veinte horas, con los directores durmiendo a veces en el polígono, llegaron meses de postproducción. Blender, Sketchup, DaVinci Resolve... Son los nombres de programas gratuitos disponibles en internet. «Un amigo que hizo un máster de efectos digitales nos enseñó. Lo bueno de rodar una peli cuyo estilo visual es de los años 80 es que entonces los efectos eran muy básicos. Podíamos alcanzar el nivel de 2001 y lograr una experiencia más plástica que visual, más bonita de ver que inmersiva».
Poco antes del estreno de 2001, Kubrick hizo la jugada financiera de su vida al comprar 5.000 acciones de la Metro Goldwyn Mayer. Guillermo y Román no aspiran a forrarse, sino a ver en cines su fabulosa tarjeta de presentación. «Queríamos demostrar lo que erámos capaces de hacer. Todavía ni hemos empezado a meter el hocico en la industria».
años tenían el bilbaíno Guillermo Julián y el pontevedrés Román Santiago cuando arrancaron el proyecto.
euros es el presupuesto aproximado de su primer largometraje.
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