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CÉSAR COCA
Sábado, 2 de julio 2016, 23:16
Las casas acaban tomando la forma de las personas que las habitan, cogen el carácter de sus ocupantes». Rafael Moneo está sentado en la mesa de su despacho, que ocupa una pequeña rotonda acristalada de un edificio de la colonia de El Viso, un oasis ... en el centro de Madrid. El arquitecto español más galardonado medita cada respuesta, con la mirada perdida en un naranjo del pequeño jardín que rodea el inmueble, cuyos frutos rozan literalmente las ventanas. «La vida va quedando prendida de las paredes», explica. Y en estas paredes está el secreto de la vida de muchos lugares: del Museo de Arte Romano de Mérida a la estación de Atocha, pasando por el Kursaal de San Sebastián, la catedral de Los Ángeles, el ayuntamiento de Ámsterdam, la ampliación del Prado o la Biblioteca de la Universidad de Deusto. Aquí todo eso se condensa en planos y cajas grandes etiquetadas que contienen la documentación. Son algunos de los proyectos mayores de un arquitecto enemigo de los excesos a los que tan dados son no pocos de sus colegas. Un arquitecto que reconoce que la suya no fue ni mucho menos «una vocación irresistible», aunque hoy, cuando mira hacia atrás, no es capaz de verse en todos estos años haciendo otra cosa.
Un arquitecto que vive y trabaja en dos casas que no ha diseñado. ¿Cómo se lleva algo así?
No he sentido la necesidad de hacerlo. Creo que, además, eso es algo muy difícil. Me siento cómodo en una casa donde la vida ha estado presente antes de llegar yo. Es hermoso ver cómo se va recogiendo el depósito de tu vida. Tenemos otra casa en Mallorca y allí hemos hecho algunas intervenciones, pero la compramos ya construida. Uno se apoya en lo que recibe... Y en cuanto a este inmueble en el que estamos, es de los años treinta, una época en la que esta colonia estaba en la periferia de Madrid.
Los treinta, la década en la que usted nació. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia y adolescencia en Tudela?
Creo que fue una suerte haber nacido en un pueblo, porque se ve mejor que en una ciudad la complejidad del mundo. En una ciudad, los niños se relacionan con sus compañeros de colegio, los primos y poco más. En un pueblo el abanico es más amplio. Recuerdo el paso de las galeras que iban de madrugada a llevar a los jornaleros al lugar de trabajo. Y también los oficios manuales que aún existían.
Fue un muy buen estudiante, pero le gustaban sobre todo las Letras...
Entre mis recuerdos está el de salir a las siete y media de la mañana de casa con mi hermano y atravesar la plaza Nueva (hoy de los Fueros) para ir al colegio. Era un estudiante muy inquieto y eso me llevó a ver la importancia de la Filosofía, por ejemplo, en un mundo que se movía por las ideas. Incluso en los últimos años puse en marcha alguna iniciativa para crear una revista que se pareciera algo a las publicaciones universitarias que llegaban de Madrid.
Y también le interesaba la pintura.
Sí, estuve tentado por la pintura, que alternaba con el dibujo. Pero cuando tuve que elegir carrera mi padre me empujó. Él había querido ser arquitecto, pero al final estudió Ingeniería en Bilbao porque su madre no quería que se fuera a estudiar tan lejos como Madrid. Ya ve que la mía no fue una vocación irresistible... Eso sí, me apetecía salir de Tudela y ver mundo, porque tenía una gran curiosidad.
¿Cómo fue su llegada a Madrid?
Me vine en 1954. Entonces había que pasar por el filtro durísimo del ingreso en la Escuela. Normalmente era preciso cursar un par de años de Exactas, más algo de Geología, Física y mucho Dibujo. Tuve suerte y logré entrar antes de lo que era normal. Y además aquí pude profundizar en muchos de mis intereses artísticos asistiendo a exposiciones y relacionándome con algunos pintores, como Canogar.
¿Y en la Escuela? ¿Cómo era el ambiente?
Mirándolo en perspectiva, tuve buena suerte. Estábamos en una Escuela contra la que nos rebelábamos y con razón. Los programas eran ya poco adecuados y los españoles éramos conscientes de que debido a la guerra habíamos perdido unos años que necesitábamos recuperar, porque estábamos fuera de la Modernidad.
Siendo aún estudiante empezó a colaborar con Sáenz de Oiza, uno de los grandes de la arquitectura española en ese momento. ¿Qué supuso en su carrera y su formación?
Era profesor de la Escuela y necesitaba que alguien le ayudase... Trabajé en su estudio los últimos tres años de carrera. Estábamos casi solos porque no había casi ni delineantes... Fue como estar en el taller de un maestro medieval. Yo había sido un estudiante brillante, pero me alejé bastante de la Escuela para estar con él. Fue quien me mostró lo que podía dar de sí una vida desde la arquitectura. Me encarriló profesional y vitalmente.
Viajes y docencia
La conversación discurre en una sala cuyas puertas abiertas permiten ver, a unos pocos metros, a varios jóvenes arquitectos que ocupan ahora el mismo lugar de Moneo respecto de Sáenz de Oiza. Con los brazos sobre la mesa, las gafas encima de unos folios y la cabeza apoyada sobre las manos, va desgranando los episodios de su vida, una verdadera sucesión de triunfos que arrancó cuando con 24 años ganó el Nacional de Arquitectura.
¿Un premio así no es un riesgo cuando se recibe tan joven? ¿No pudo habérsele subido a la cabeza?
Lo de ese premio hay que matizarlo un poco. Estar con Oiza me puso en contacto con el mejor grupo de arquitectos de Madrid. Uno de ellos era Fernando Higueras, tres o cuatro años mayor que yo, que me propuso que hiciera un proyecto con él. En aquella época, los candidatos al Nacional se postulaban, así que nos presentamos y lo ganamos. Pero siempe fui consciente de que en su mayor parte el proyecto era suyo. Antes había ganado algunos galardones con el diseño de muebles, pero el Nacional fue importante.
Enseguida se fue a Escandinavia. ¿Por qué dejó a su maestro?
Pensé que debía completar mi formación con otra manera de ver la arquitectura. En Dinamarca trabajé con Utzon y fue una experiencia muy importante. Siento la presencia de ambos en términos de enseñanza adquirida. Estar con ellos, la proximidad, me aportó algo que no había aprendido en los libros. Es el valor del contacto personal en cualquier orden de cosas. Cuando estás con esos maestros siempre hay algo más que un traslado de saberes.
Luego consiguió una beca y se fue a la Academia Española de Roma, pero fue casi un viaje de novios...
Coincidió así. Roma marcó mucho mi carrera. Entonces la Academia Española era una institución atípica en la que se vivía en un régimen casi familiar, en un lugar tan hermoso como el Gianicolo. La precariedad económica era grande, pero se compensaba con todo lo demás. Estaban allí, o pasaban con frecuencia, Zarco, Blanquer, Bernaola, Fernández Acilu y muchos más.
Usted ha residido grandes temporadas en unas cuantas ciudades del mundo. ¿Roma es la que más le ha impactado?
Roma es muy importante; es el origen de Europa. La Historia de la Civilización no se entiende sin Roma, sin el Imperio y la Iglesia. Todo eso se ha convertido en arquitectura. La cultura se deposita en la arquitectura y esa es la gran lección de esa ciudad.
Cuando regresó a España comenzó enseguida a dar clases. ¿Cómo ha sido su experiencia docente, aquí y luego en EE UU?
Son dos modelos muy diferentes. En Europa hay una sensación demasido grande de que el Estado y la sociedad le deben todo al estudiante. En EE UU, el estudiante piensa que es el responsable de su educación. Como el ingreso en una buena universidad es difícil, toman la iniciativa y quieren sacar todo el provecho posible de su paso por las aulas. Aquí parece que la responsabilidad está en los otros. Habría que poner el acento en esa actitud que tienen allí.
- ¿Hay un trasfondo espiritual detrás de un proyecto? ¿Se diseña con una actitud diferente una estación, una maternidad o una catedral?
- El contenido del edificio, aquello para lo que está destinado, tiene mucha importancia. Pero hoy se ponen en manos del arquitecto demasiadas responsabilidades. Por ejemplo yo estoy muy desvalido a la hora de hacer una catedral frente a un arquitecto del siglo XIII.
- ¿Por qué?
- Porque hoy el arquitecto da forma a lo que se piensa que es una catedral. Y eso pasa en todo. En una maternidad, piensas en la atmósfera. Por supuesto, tienes en cuenta funcionalidades de todo tipo, pero hay mucho más que eso.
- Algunos de sus proyectos, como la ampliación del Prado, fueron objeto de protestas vecinales. ¿Los arquitectos de hoy están condenados a tener conflictos así?
- Pasa en todos los órdenes de la vida. Cuando lo privado pasa a la esfera de lo público es natural que suceda. Tenemos la experiencia de los médicos también, y en más profesiones. Pero además hay un cambio de actitud social hacia los arquitectos.
- ¿A qué se refiere?
- A que la gente puede prescindir hoy de la arquitectura más que en el pasado. Los filántropos dan ahora más dinero a la investigación médica, a la ciencia o a remediar las miserias humanas. Ya no es la arquitectura el ámbito en el que les gustaría dejar su impronta. Además, proyectos exagerados que desatan las iras muestran que el exceso no es tan natural.
El sueño de un arquitecto
Descender al sótano del estudio de Moneo es un viaje al origen de algunos de los edificios más hermosos que se han levantado en todo el planeta en las últimas décadas. Todo está cuidadosamente almacenado, y el arquitecto circula por los pasillos entre planos y cajas, buscando la mejor ubicación para las fotografías. Solo hay algo que rechaza: posar asomado a la ventana. «Nunca lo hago», explica.
¿El sueño de todo arquitecto es una ciudad como Vicenza, donde la calle principal está plagada de edificios diseñados por Palladio, y culmina en su obra mayor?
Parte de las ciudades que conocemos se han construido así, sobre la base de arquitectos que han sentado los cánones. Pero eso será muy difícil de trasladar a la ciudad del futuro. Esa base común se está perdiendo. No hay más que ver lo que hacen los quince o veinte arquitectos más importantes hoy en el mundo: más que tener un lenguaje común lo que desean es diferenciarse unos de otros.
Es decir, que no veremos hileras de casas como las que bordean los canales de Ámsterdam, tan homogéneas aunque estén separadas por un siglo o más; o catedrales como las de la Toscana, con el mismo estilo aunque sean de distintos arquitectos.
No se repetirá nada de eso. Habría que tratar con mucho cuidado las ciudades. No se pueden poner en riesgo por el prurito de la novedad. Antes la limitación de medios ayudaba a la coherencia urbana. Ahora, como esas limitaciones son menores, sucede lo contrario.
Un ejercicio apasionante es ver los proyectos que un arquitecto no ha llevado a cabo. ¿Tiene alguna espina clavada en ese sentido?
Me habría gustado mucho desarrollar un proyecto para 2.000 viviendas en Lakua (Vitoria). Planteaba algo que entonces no era habitual. En una exposición con mis trabajos lo he incluido.
¿Cuántas veces al contemplar un edificio fruto de un concurso que no ha ganado ha llegado a pensar que su proyecto era mucho mejor?
Me ha sucedido alguna vez. Por ejemplo, con un proyecto de oficinas para la Bolsa de Madrid. Creo que el mío era mejor que el que se hizo.
La pesadilla de un escritor es el folio en blanco. ¿Cuál es la de un arquitecto? ¿No ser capaz de seguir siendo original?
No hay por qué pensar que todo lo que se le pide a la arquitectura debe ser nuevo. A veces, resistiéndose a eso se está haciendo un acto de servicio.
¿Los cambios sociales condicionan en gran medida los proyectos?
Sí. La arquitectura de la vivienda masiva, que se elabora en los años veinte, da lugar a tipos arquitectónicos que abandonan usos previos. La llegada deuna forma de vida diferente una mayor higiene, hábitos que terminan con la promiscuidad en los dormitorios, etc. cuajó en formas concretas. ¿Quién forzó eso? ¿Los marxistas que reclamaban una vivienda obrera digna?
Usted es aficionado a los toros. Tanto que incluso ha hecho el pregón de la feria en La Maestranza.
Lo soy, aunque entiendo que para muchos sea difícil comprender lo que son los toros. Hay algo que viene del pasado, vida y muerte, dualidades encontradas. Y aunque los trofeos los da el presidente, no hay muchos festejos en los que el arbitraje recoja tanto el sentir popular.
También es propietario de una bodega. ¿Siguió la moda de hace unos años o lo hizo por vincularse en mayor medida a la tierra?
Empecé con unos amigos y reconozco que algo de moda hubo. Uno es víctima de los tiempos... Pero también hay algo de vincularse a la tierra. Una bodega te obliga a vivir con el clima y la estación. Hay algo objetivo en el vino que escapa a la ideologización. Aunque es un negocio difícil.
Vuelta a los orígenes
La bodega, lo reconoce mientras pasea por el jardín que rodea la casa, le ha restado ocasiones de volver a su Tudela natal. «Lo hago siete u ocho veces al año, menos de la que querría», comenta. Camina con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, y hay en su estampa una cierta melancolía. Un aire de otro tiempo, quizá el de aquellos años en que la colonia de El Viso era el lugar de residencia de artistas e intelectuales. Hoy, en cambio, abundan los despachos profesionales y las consultas médicas
Voy a Tudela muy a gusto, pero ha cambiado menos el marco físico que la gente. Han desaparecido muchos amigos, en algunos casos porque han muerto y en otros porque hace mucho que no viven allí. Cuando veo a los que aún están me acuerdo de sus padres y de los míos. Es muy emotivo.
¿Prefiere una charla con esos amigos de la infancia que siguen en el pueblo o con los colegas en un congreso internacional?
Me siento muy próximo a aquel paisaje natural y humano y me gusta mantener vivo ese recuerdo. Le diría incluso que voy a Tudela con un sentido casi religioso. Pero también me resulta muy estimulante hablar con personas con las que puedes tratar los temas que más te interesan, conversar con gente que está en tu misma onda. Por desgracia, cada vez los individuos son más islas...
Si solo pudiera ser recordado por uno de sus trabajos, ¿cuál escogería?
(Lo piensa durante bastantes segundos) Lo que ha llegado a más gente habrá sido el Museo de Mérida.
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