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Isabel Urrutia
Viernes, 6 de mayo 2016, 00:41
Había electricidad en el ambiente. El patio de butacas del teatro Arriaga bullía ayer con un público impaciente, en el que predominaban los aficionados al teatro y los melómanos con amplitud de miras y pasión por los espectáculos en vivo, ya sea una versión moderna ... de Hamlet o una ópera del estilo de Powder her face (Empolva su cara), del compositor inglés Thomas Adès (Londres, 1971).
El estreno en España de la obra de Adès -anticipándose al Teatro Real de Madrid- ha vuelto a poner en el candelero al coliseo del Casco Viejo. Media hora antes que se apagaran las luces del auditorio, casi nadie hojeaba el programa de mano. La mayoría sabía lo que se disponía a escuchar. Y también a contemplar bajo una iluminación sugerente. «No hay más que leer la prensa. Entre reportajes y entrevistas, la gente está más que avisada y con ganas. ¡Esto es todo un acontecimiento!», aseguraba un habitual del Arriaga que hacía cola en el último momento para comprar una entrada.
La trayectoria vital y erótica de Margaret Whigham (1912-1993), duquesa de Argyll, es el gancho de una obra que siempre da quebraderos de cabeza a los directores de escena, tanto por el talante histérico de la música -salpicada de cambios de registro- como por las escenas explícitamente sexuales. ¿Cómo presentar ese cóctel a gusto del paladar de un público amplio? ¿Qué hacer para recrear musical y dramáticamente una felación sin caer en la vulgaridad?
El regista de origen venezolano Carlos Wagner ha tenido tiempo de sobra para sacar punta a su montaje de la ópera. Lo estrenó en Amberes en 2002 y más tarde contó con el beneplácito del propio compositor cuando se presentó en Londres, en 2008 y 2010. Y ayer, en las poco más de dos horas que duró la obra, el respetable del Arriaga también dio su aprobación. Silencio y atención fueron la tónica dominante. Ni una salida de tono en el patio de butacas, donde se concentraba el grueso de los aficionados. De hecho, se vendieron unas 700 localidades de 900 con visibilidad, «una entrada francamente buena», señalaban fuentes del teatro al término de la representación.
El esquematismo de la producción -una escalera gigante y elementos hipertrofiados de maquillaje, como una barra de labios o una polvera- no desentonó a la hora de crear ambiente sobre el escenario. La ópera de Adès es de pequeño formato y no necesita más. La Orquesta BIOS (Sinfónica de Euskadi), reducida a 17 instrumentistas, se aplicó a fondo para hacer justicia a la partitura. La batuta de Diego Martín Etxebarria no se dio tregua para pintar un retrato fiel de la duquesa de Argyll.
¿Quién era ella realmente? Pues una pobre mujer, diva del glamour en sus años de rica heredera y hazmerreír en la década de los 60, cuando su marido presentó ante el tribunal que llevaba el divorcio un puñado de fotos que la mostraban, entre otras cosas, practicando sexo oral. Aviso: mañana se brindará, a las 19.00 horas, la última función.
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