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isabel urrutia / julián méndez
Sábado, 30 de abril 2016, 20:08
En el mundo del arte hay gente que no sabe qué hacer para llamar la atención. Todo sirve para que hablen de uno... aunque sea bien. Sirve un váter de oro macizo, como ha hecho el italiano Maurizio Cattelan en el Guggenheim de Nueva York, ... o sacando a escena a un rubio buey charolés de 1.500 kilos de peso e «imponente badajo» al escenario del Teatro Real de Madrid para el estreno en versión escenificada de la ópera 'Moisés y Aarón' (1932) del austriaco Arnold Schönberg. Por si la presencia de semejante mole, que según dicen cobra 5.000 euros por función, fuera poco epatante, el director de escena italiano Romeo Castellucci moviliza para la obra nada menos que a 400 personas, incluidos seis alpinistas y tres buceadores con sus propias escafandras autónomas.
El toro castrado representa en escena al becerro de oro que, según cuenta la Biblia, fue tallado por Aarón, el hermano del Moisés de las tablas. Si hacemos caso a la imaginación de Romeo Castellucci, aquel orfebre judío que erraba por el desierto del Sinaí debió disponer para su ídolo de más oro que la Reserva Federal en Ford Knox. Este nuevo 'castrato' operístico debutó en el montaje parisino de La Bastilla, donde hubo que reforzar el moderno escenario para soportar su peso, y desde allí ha viajado a Madrid. Causando, es de suponer, perplejidad entre criadores y buscadores locales de grandes canales como Josemi Garayar o José Gordon, el maestro asador de El Capricho (en Jiménez de Ademuz, León), que bautiza a sus gigantes como 'Mimoso', 'Del Bosque', 'Patas' o 'Durruti'.
Dicho lo cual, es incuestionable que 'Easy Rider', que así se llama el manso francés, va a llevarse de entrada más protagonismo que la partitura del creador de esa maravilla llamada 'Noche transfigurada'. No hay que rasgarse las vestiduras, la verdad. Sucede cada vez que hay animales en el escenario.
En Bilbao, sin ir más lejos, la pasada temporada se asomaron al escenario del Euskalduna un perro y una yegua en la misma función. Y nada menos que en el Werther cantado por el mismísimo Roberto Alagna. Bien es verdad que el pointer gris, pese a que apareció con un bozal, ladró en mitad de unos compases de Massenet y fue dado de baja del elenco 'ipso facto' y tras salir de escena a la carrera, de estampida. Con la yegua, 'Lluvia' mansa, podríamos decir, de 650 kilos de peso y una edad de cinco años, hubo menos problemas. Se comportó como una dama. El equino, del centro hípico El Sable de Laredo, ya tenía experiencia en bodas y banquetes con su tumulto de chiquillos, música disco y fanfarrias. «Es buena, buena, buena de verdad. Es única, como de plástico», la piropeaba su cuidador, Ángel Laguna. Con lo que no contaba la ABAO, recuerda su director artístico, Cesidio Niño, fue descubrir que Elena de la Merced, la soprano que la llevaba de las riendas, era alérgica al pelo de caballo. Durante los ensayos debió emplear una mascarilla en escena «y en las funciones recuerda ahora Niñousaba un pañuelo humedecido para mitigar la alergia». La yegua cumplió, pero el perro dio el cante...
La presencia de animales en la escena de la ópera bilbaína viene de largo: los aficionados aún recordarán el caballo de cartón piedra en una 'La fille du régiment' con Iturri en el Arriaga. Cesidio Niño evoca otro caballo en escena, esa vez «un purasangre», en las tres representaciones de 'Les huguenots' de Meyerbeer en noviembre de 1999 en el Coliseo Albia. También el burro que defecó en escena en un inolvidable (y aromado) 'L'elisir d'amore' de Gaetano Donizetti... «Cuando hay animales procuramos incorporarlos a los ensayos lo más tarde posible para que disturben lo imprescindible la marcha de los ensayos», apunta Niño.
La normativa más estricta en España sobre el uso de animales es la catalana. No solo está prohibido causarles cualquier daño, algo totalmente lógico y común en todos los teatros de ópera. La diferencia es que basta que muestren síntomas de estrés para que se pueda motivar una denuncia, como ocurrió recientemente en el Gran Teatro del Liceo. Una aficionada se quejó al ver un perro en 'Lucia di Lammermoor' «y no volvimos a sacarlo», admiten en el coliseo lírico de la Rambla.
Caniches hubo en Bilbao en 'El caballero de la rosa', de Richard Strauss, y unos pastores alemanes hicieron su papel de custodios del campo de fútbol donde se representaba El ocaso de los dioses, de Richard Wagner, en octubre de 2002. «Aquellos eran unos animales tranquilos. Y aparecieron en la escena final, cuando la música de Wagner es más pausada. Les dábamos un poco de comida antes de salir a escena. Y, al terminar, otra porción, que simulaba un filete, como premio... Yo no soy partidario de sacar animales a escena, a no ser que sea estrictamente necesario. Hay libretos en los que el autor lo indica de forma expresa. Entendemos la parte de sufrimiento que puede haber en los animales sometidos al estrés del escenario», razona Cesidio Niño. Aunque, como saben todos los amantes de la ópera, el animal al que todos temen en escena es... al gallo.
Los balidos más líricos
Los astados de 1.500 kilos tienen vía libre para saltar a escena siempre que la ópera lo permita (y el regista), pero no faltan comparsas de cuatro patas mucho más discretas y mullidas. Es sabido que las nuevas divas de la lírica se pirran por las mezclas de heno, cereales y tréboles rojos. Al menos en Nueva York, donde un rebaño de ovejas ha sentado un hito en el mundo de la ópera. Si bien en Alemania casi no tuvieron eco cuando debutaron hace dos años en el festival Trienal del Ruhr, en la Gran Manzana parece que sus balidos han causado sensación. Hasta el todopoderoso crítico de 'The New York Times', Anthony Tommasini, está convencido de que «las ovejas proporcionan un toque deliciosamente natural a la partitura de una ópera tan sugerente como 'De Materie'».
Así lo reseñaba el pasado mes de marzo después de asistir a una representación de la obra del compositor danés Louis Andriessen, que en el montaje de Heiner Goebbels cuenta con 100 ovejas como grandes protagonistas. Lo nunca visto. También intervienen cuatro solistas y un coro mixto de ocho personas pero en el planteamiento del director de escena alemán solo hay ojos para ellas. Y narices, cómo no. En Nueva York bastaron dos minutos para que embargaran al público con su presencia, cargada de una intensidad olorosa que irritaba la pituitaria. El rebaño dejó una huella indeleble enel escenario del Drill Hall de más de 55.000 metros cuadrados que alberga los espectáculos rompedores del Park Avenue Armory, una entidad que fomenta el arte alternativo.
Curiosamente, el Drill Hall era el espacio donde solían entrenarse los soldados del Séptimo Regimiento de la Guardia Nacional de Nueva York. Un espectáculo el suyo muy distinto al que ofrecieron las 100 comparsas ovinas. Lo cierto es que ninguna defraudó al salir en la cuarta escena, bajo una luz mortecina que resaltaba todavía más el zepelín que sobrevolaba sus cabezas. Y todo ello para evocar, en palabras del compositor y el director de escena, «la espiritualidad de la materia y la materia del espíritu». La ópera del danés Louis Andriessen no tiene un argumento al uso lo mismo se rinde homenaje a la poesía mística del siglo XVI que a Marie Curie y se presta a todo tipo de experimentos escénicos.
De momento, las 100 ovejas que triunfaron en el Drill Hall de Nueva York descansan de nuevo en su criadero de Pensilvania. Se desconoce si tienen más proyectos a la vista, lo cual es una pena porque, según el experto de 'The New York Times', tienen un sentido del ritmo digno de mayores empeños que saltar y triscar en el campo. «Nuestra amigas aparecieron cuando el coro entonaba versos del poeta danés Willem Kloos. (...) Se agrupaban y giraban como las partículas de un átomo (...)», apuntaba el ya citado Anthony Tommasini, el mismo que lidera una cruzada contra Plácido Domingo para que se retire de los escenarios pero vaya sorpresa ahora celebra con alborozo la incorporación del ganado ovino a la ópera.
Puccini y los caballos
Difícil imaginar lo que habría pensado una autoridad como Giacomo Puccini de todo esto. Era tan devoto de la ópera como de los animales. De haber presenciado las andanzas del rebaño en Nueva York, quizás hubiera coincidido con la crítica alemana y creyera que su cometido era «ayudar a conciliar el sueño del público». Nada que ver con la impresión que debió causarle, allá por 1913, la inauguración de la Arena de Verona como coliseo lírico. Puede que nunca se sintiera más despierto en toda su vida. No solo porque se encontraba entre los espectadores, rodeado por más de 32.000 aficionados, y delante de un escenario que bullía con 180 cantantes, 36 bailarines, 40 niños, 280 extras... Aquello no era nada.
Lo más llamativo fueron los 30 caballos primorosamente enjaezados y repeinados que desfilaron a lo largo y ancho del escenario. Les sobraba espacio (140 metros de logitud y 100 de ancho) y no hubo ningún incidente. La ópera 'Aida', la más pomposa y faraónica de Verdi, sonó sin fisuras, con tanto garbo que hasta los equinos agitaban las crines con chulería. El maestro Tulio Serafin sudó a chorros la primera representación fue el 10 de agosto pero mereció la pena. Para entonces, los italianos ya tenían experiencia de sobra para evitar que la fauna se desmadrara en los escenarios. Se permitían (y lo siguen haciendo) pequeñas notas de animalidad simpática pero sin excesos.
Ni ellos, ni nadie tiene ganas de repetir la bestialidad del estreno de 'Aida' que tuvo lugar en 1871 dentro de la temporada lírica de El Cairo. En aquella ocasión, se soltaron doce elefantes y quince camellos que se ponían muy nerviosos cada vez que destellaban las armas de plata que portaba Radamés. Afortunadamente, la sangre no llegó al río y el éxito fue rotundo. Ni estampidas ni notas en falso. Ahora bien, no sentó precedente el uso masivo de paquidermos. «Por razones de seguridad conviene que haya alguien armado en el recinto. En caso de necesidad se le pega un tiro», explicaban recientemente los directivos de la Ópera de Memphis, donde en más de una ocasión se han permitido el capricho de incluir un elefante en las representaciones de 'Aida'. Más vale prevenir. En la América profunda nadie se asusta si tiene sentado al lado a un guarda con rifle.
A la vista de los peligros, lo habitual es echar mano de animales obedientes y que pesen menos de una tonelada. En los últimos tiempos han florecido las agencias artísticas especializadas en proporcionar 'extras' de cuatro patas e incluso palomas (con las alas recortadas o dentro de una jaula) que no vuelan pero lucen mucho en mitad del escenario, como simple decoración hogareña, ya sea en 'La cenerentola' (La cenicienta) o 'Le nozze di Figaro' (Las bodas de Fígaro). Los responsables de todas estas empresas garantizan su bienestar, de ahí que sean muy raras las polémicas sobre un posible abuso o maltrato.
Son muchos los divos que viajan con un perrito en el regazo. Pero muy pocos se atreven a salir a escena con ellos. Hay que tener una confianza plena en el animal para asumir el riesgo. Algo que solo se consigue cuando el can ha crecido literalmente entre bambalinas y conoce de cabo a rabo todo el repertorio que canta su dueño. Es lo que ocurre con las mascotas de la soprano francesa Tatiana Probst y el barítono italiano Paolo Bordogna. La primera tiene un caniche y el segundo un chihuahua, que zascandilean alegremente tanto en los camerinos como en la platea. También en los escenarios. Se les ha visto con ellos en óperas como 'La Bohème' y 'La scala di seta', sin que nadie haya puesto ningún inconveniente. Y es que se nota que conocen el oficio.
La última vez que se armó un escándalo que supuso la inmediata retirada de los animales fue en La Scala de Milán con motivo de una producción de 'El caballero de la rosa' que no solo incorporaba dos galgos afganos, un papagayo y un mono embalsamado de una especie protegida. También se contaba con un cachorro chihuahua de apenas tres meses. La Asociación Italiana de Defensa de los Animales y el Medio Ambiente montó en cólera y el Ayuntamiento de la ciudad lombarda exigió que en las siguientes funciones se emplearan peluches. Así se hizo entonces, en la temporada 2010/2011, pero al año siguiente se vieron caballos y perros adultos en montajes de 'La Bohème'. La tradición es la tradición. Y da la impresión de que se ha abierto la veda, porque después de 'fichar' un rebaño de 100 ovejas y un toro de 1.500 kilos... ¿qué será lo próximo?
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