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El gernikarra Txema Bengoa se reencontró con la pintura a sus 77 años. Lo hizo tras sufrir una lesión que mermó en buena parte sus capacidades físicas, y descubrió entonces que un pincel y una paleta pueden resultar tan curativos como cualquier terapia. Ahora anima ... a otras personas en su situación a que busquen la motivación que le sirvió para salir adelante.
«Empecé a perder movilidad a partir de una lesión medular, hasta que terminé así», cuenta mientras señala su silla de ruedas. La nueva situación le empujó a «irme voluntariamente a una residencia, donde pudieran tratarme fisioterapeutas y hacer rehabilitación, porque en casa ya no podía», recuerda.
El cambio de hogar le resultó, como sucede en la mayoría de casos, «difícil», confiesa. Hasta que un día retomó una bonita afición que hacía años que no cultivaba: la pintura. Comenzó a idear dibujos y materializarlos con tizas pastel;una técnica que no requiere de grandes utensilios y que no mancha en exceso.
La psicóloga y médico geriatra del centro IMQ Igurco Unbe, al ver cómo este hobby influía de forma muy positiva en su ánimo, le invitó a que se pasara al óleo. La propuesta, sin embargo, no le terminó de convencer al principio: «Más que nada porque el óleo mancha mucho de entrada, y no sabía si pintar en la habitación mediante esa técnica sería lo más adecuado», explica.
La insistencia de la psicóloga, no obstante, pudo con sus reticencias iniciales y el de Gernika se aventuró a probar con un pincel y una paleta para dejar volar su imaginación.
Cierto es que, para esbozar sus cuadros, Bengoa se basa en imágenes fotográficas, aunque luego se encarga de mejorarlas a su gusto «con un atardecer o una luz determinada».
A un cuadro le siguió otro y otro, y así hasta atesorar cerca de medio centenar. Los bodegones, caseríos y paisajes vizcaínos son sus temáticas favoritas y se repiten en sus composiciones. «Ahora estoy trabajando con el puente colgante», explica.
Su principal sala de exposición es la residencia, donde cada cierto tiempo se encarga de cambiar los cuadros de los pasillos. Aunque también trabaja por encargo: «Algún compañero y compañera me pidió cuadros, que yo los hago encantado», dice con una sonrisa. Hace un mes su arte ocupó las paredes de una de las salas de la Taberna Mayor, en Basauri, y tanto familiares como profesionales de la residencia buscan nuevos lugares en los que mostrar los cuadros de Bengoa.
Su hijo, Carlos, se enorgullece de la constancia y determinación de su padre al que, «le ha venido muy bien pintar para ocuparse y salir adelante», resume. Sin embargo, se apena de que «yo no tengo mucha idea más allá de si un cuadro me gusta o no. Me encantaría que mi padre pudiera hablar con alguien que sí entienda y le pueda ir diciendo cómo hacer esto o aquello», ya que Bengoa sigue queriendo mejorar cuadro tras cuadro.
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