
IRATXE ASTUI
GERNIKA-LUMO
Jueves, 4 de marzo 2021, 14:17
José Ibarrola, hijo del escultor vasco Agustín Ibarrola, ha presentado este mediodía, en el cementerio Zallo de Gernika, una intervención artística creada para recordar a los 269 prisioneros de guerra, que perdieron la vida en el hospital penitenciario de la villa foral, entre los años 1938 y 1940. Más que como una escultura, su obra ha sido concebida a modo de «una señal para fijar la memoria de todos y cada uno de los presos que fallecieron en el hospital», aclaró durante el acto de presentación de su intervención artística, organizada por la agrupación Piper gorri de la localidad, y a la que acudieron también representantes del Instituto Gogora, el Ayuntamiento de Gernika y otras entidades locales.
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Los miembros del colectivo gernikarra, que cada 14 de abril rinden un homenaje a los reclusos muertos en el antiguo hospital militar penitenciario tras el bombardeo, subrayaron también, por su parte, la importancia de señalar «elementos de referencia, llamados lugares de la memoria, para que no olvidemos ese pasado», matizaron. El acto llevado a cabo hoy se enmarcaba dentro del 80 aniversario del cierre del hospital que se cumplió el pasado año, «pero que lo hemos tenido que retrasar por la crisis del coronavirus», explicaron las mismas fuentes.
Ibarrola ha plasmado su proyecto artístico en un bloque de piedra roja obtenido de las canteras que comparten las localidades, de Ereño y Gautegiz Arteaga, próximas a Gernika. «Su color rojizo representa la sangre vertida», explicó el artista. «Además tiene un corte diagonal que representa la herida de las víctimas. Con el paso del tiempo la vegetación se encargará de sellarla, pero la cicatriz permanecerá a la vista», apuntó, asimismo.
Durante la Guerra Civil, el Hospital Penitenciario Militar de Gernika se situaba en Santa Ana, en las instalaciones del antiguo colegio de los Agustinos, «que en la actualidad es el instituto», recuerdan desde Piper Gorri. Las instalaciones, comenzó a funcionar en la primavera de 1938, con prisioneros heridos y enfermos, en su mayoría procedentes de campos de concentración de Asturias, Santander, Bilbao y Burgos. «A estos se les unieron los que llegaban de los frentes de Belchite, Teruel, Brunete y de la batalla del Ebro».
Los presos republicanos fueron trasladados a Gernika tras el bombardeo «para llevar a cabo las labores de desescombro a fin de borrar cuanto antes las huellas de la destrucción que supuso aquél suceso», informaron. La mala alimentación y las duras condiciones que tuvieron que soportar los internos agravaron las enfermedades infecciosas que muchos de ellos padecían, como la tuberculosis y el tifus.
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