«Enseñamos hasta a embotar el bonito en casa»

«Es que por aquel entonces, lo habitual era dedicarse al mercado mayorista y que las mujeres vendieran el pescado en carros que ponían en la calle», rememora Miren Aintzane Gorostiza, que medio siglo después mantiene vivo el legado de su padre, bajo el rótulo 'Gorostiza Arraindegia', de la calle Juan Calzada. «Bajabas de casa con un plato y ahí te plantaban las piezas, sin limpiar ni nada», explica.

Iñaki tuvo que esforzarse para aprender el oficio desde cero. «Mi aita se había dedicado hasta entonces a la pelota y no sabía nada de este mundo, pero con mucha dedicación logró formarse muy bien», asegura Miren Aintzane. Fue el entonces mayorista Epi Conde el que le transmitió los secretos del manejo del pescado hasta convertirse «en un profesional», afirma, asimismo.

La pescadería de los Gorostiza fue una de las primeras que trasladaron la mercancía de los puestos callejeros a un establecimiento fijo, en el que los ejemplares de pescado se presentaban de manera «más moderna, más cuidada». Aquella visión pionera de exponer las piezas de manera tan cuidada, sobre un mostrador impoluto, transformó a su vez la manera de comprar el pescado para los gernikarras.

«Mi padre trajo el mármol de la mesa de Almería y diseñó la pescadería de manera muy funcional. La dispuso tan bien que la mantengo igual que cuando la abrió», explica la heredera del puesto de venta presidido por una fotografía de su aita aguantando una espectacular pieza de bonito.

Lo que sí ha cambiado de lleno es el trajín de trabajo que desempeñaba su progenitor en aquellos tiempos. «Salía a la una del mediodía de la pescadería y seguido se montaba en el camión para cargarlo de pescado en el puerto de Bermeo», relata. «De allí iba a venderlo a Mercazaragoza e incluso a Mercamadrid. Paraba en la carretera para dormir un poco y conducía de nuevo hasta Bermeo a cargar pescado, que luego lo transportaba a Mercabilbao».

«Un sinvivir; muy duro», resume Miren Aintzane que a sus 21 años compaginó sus estudios de Relaciones Laborales con la atención en la pescadería de sus padres. «Al final me decanté por este trabajo, que me encanta», reconoce.

Por la vitrina de su pescadería desfilan brecas, 'sanpedros', txitxarros, bonitos, anchoas, merluzas, marisco y hasta bandejas de sushi. Género que no pasa desapercibido, sobre todo a los ojos de los turistas. «Les llama un montón la atención el mostrador y entran a sacar fotos».

Sus clientes conocen en todo momento la procedencia de su mercancía «porque cuando voy a la subasta de Bermeo publico videos en las redes sociales para que sepan la procedencia del pescado del día».

No obstante, en Gorostiza, que resultó premiada en el certamen 'NikGernikan', por su trayectoria como tienda de barrio, no solo se limitan a vender pescado. «Enseñamos hasta a embotar el bonito en casa, que sale más económico», animan a probar la experiencia.

Para reconocer la frescura de los peces no hay más secreto que fijarse en que luzcan «tiesos y con la piel tersa y brillante», asegura Miren Aintzane. «El pescado no engaña. Si está feo y no es bueno no lo camuflas ni echándole hielo encima, ni disfrazándolo con laca».