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El Museo de la Paz de Gernika inauguró ayer su nueva exposición temporal titulada 'Gurs: el sueño frustrado de Gernika Berri', que aborda el tema de los campos de internamiento en Francia tras la retirada y el final de la Guerra Civil española. Lo que ... en un principio se abrió como lugar de acogida para los miles de vascos que huían del franquismo terminó degenerándose en un centro de exterminio desde donde miles de personas fueron deportadas en convoyes a los campos de Auschwitz (Polonia) y Mauthausen (Austria).
En sus 28 hectáreas de extensión convivieron «cautivos y en condiciones deplorables» más de 18.000 personas, entre antiguos milicianos, gudaris y brigadistas internacionales, entre los años 1939 y 1945. «El dolor, la agonía y la tortura se conjugaron en aquel lugar que es la historia del exilio y la muerte de muchos vascos», expresó al alcalde de Gernika y presidente de la Fundación del Museo de la Paz de la villa foral, José Mari Gorroño. «Este trágico episodio es parte de nuestra Memoria histórica, que no debemos olvidar», subrayó, asimismo, el primer edil de la simbólica localidad vizcaína.
Las salas en las que se ordena la muestra contienen testimonios y objetos de los exiliados como el del irundarra José Ignacio Solé, «que llegó a Gurs agarrado de la mano de su madre cuando apenas tenía ocho años», recordó Emilio Valles, miembros de la asociación francesa L'Amicale du Camp de Gurs. Esta agrupación, de hecho, ha prestado material y pertenencias de los exiliados del centro de reclusión galo, «que no fue de acogida sino de exterminio», matizó el historiador y comisario de la exposición, Josu Chueca.
Gernika Berri fue el subcampo surgido en la playa de Argelés en 1939, en el que se agruparon alrededor de 5.000 vascos, antes de que fueran trasladados al campo de Gurs. «Lo bautizaron con ese nombre por el simbolismo que tenía para ellos la villa foral», aclaró Chueca. El Museo de la Paz recuerda también a la figura de Martín Soler Zanguitu, que participó en la construcción de las barracas, saneamiento y acondicionamiento del recinto y la puesta en marcha de actividades deportivas, «y hasta del orfeón 'Euzko Ametsa'», destacaron.
Las palabras del refugiado Ramón Agesta conmueven. En uno de los paneles de la muestra, dividida en cinco espacios temáticos, se puede leer su detallado relato como exiliado en el «inhóspito» campo.
«Yo estuve poco tiempo, pero suficiente para conocer bien Gurs», cuenta este refugiado vasco, que ingresó allí con 28 años. «Era muy duro dormir sobre duro, comer con latas viejas como plato, hacer las necesidades en unas letrinas sucias como si fueran pulpitos de madera», señala en su testimonio.
Las barracas –en Gurs sumaban más de tres centenares– y los islotes eran los lugares de referencia para los internados. «Unos 60 tenían que cohabitar en un espacio de 24x6 metros. El islote, a su vez, encerraba 20 ó 30 barracas y 1.500 ó 1.800 personas. Las alambradas y los gendarmes impedían toda circulación fuera de ellos», explicaron ayer en el centro cultural gernikarra.
«Los alemanes hacían morir y los franceses dejaban morir», pronunció, por su parte, Valles, en un intento por explicar el sufrimiento al que fueron sometidos los combatientes vascos 'acogidos' en Fracia y deportados más tarde a los campos de exterminio de Alemania. 'Gurs: el sueño frustrado de Gernika Berri' se podrá visitar hasta el 12 del próximo mes de mayo de manera gratuita.
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