Los participantes estaban obligados a llevar frontal y no podían portar su teléfono móvil por seguridad. Ignacio Pérez

«Correr bajo tierra es fabuloso pese a que el metro está lleno de trampas»

250 atletas, entre ellos un redactor de EL CORREO, participan en la segunda edición de la carrera del suburbano, entre las estaciones de Moyua y Ansio

Lunes, 25 de marzo 2024, 06:50

Para Aitor Gómez lo de anoche fue especial. Este joven de Barakaldo ha disputado pruebas de bicicleta de montaña y maratones en tres continentes: África, Europa y Oceanía. Pero nunca imaginó que viviría una aventura por los túneles del suburbano por los que a diario ... y de forma rutinaria viaja en metro para ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. «Suelo tardar unos 20 minutos por trayecto y es un momento de relax. Aprovecho para leer un libro o mandar wasap a los amigos», contaba. Ayer la experiencia fue muy diferente. Con un montón de adrenalina. «La verdad es que tenía curiosidad por saber cómo son las galerías porque cuando alguna vez el tren se para, todo está tan oscuro que no alcanzas a ver nada. Ahora sí que lo he flipado. Me ha encantado», decía en meta.

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Como Aitor, otros 249 corredores participaron en la madrugada de este domingo al lunes en la segunda edición de 'Underrun': una prueba no competitiva diseñada por Metro Bilbao para acercar el suburbano a la ciudadanía. La idea se llevó a cabo por primera vez en 2018 con vocación de convertirse en un clásico cada dos años, pero la pandemia obligó a abrir un largo y amargo paréntesis. Hasta ayer. Los atletas volvieron a correr entre las traviesas y los raíles. Fueron 250. Unos privilegiados, ya que se habían inscrito más de 1.200 para vivir ese momento especial. EL CORREO no faltó a la cita. El redactor que escribe este reportaje se animó a vivir desde dentro el evento, con el objetivo de cubrir los casi ocho kilómetros del trazado (entre las estaciones de Moyua y Ansio) y contarlo en primera persona.

Mucho frío en el andén

Es medianoche en Moyua. Un metro nos ha traído a los 250 participantes de manera directa desde Ansio. Sin paradas intermedias. Muchos corredores están nerviosos. No saben a qué se van a enfrentar. Algunos temen a la oscuridad otros se preguntan cómo se puede correr entre vías.

Los atletas aguardan el momento de saltar a la vía. Ignacio Pérez

Para mí es la segunda 'Underrun' en la que participo. La verdad es que no me acuerdo demasiado de la primera. Han pasado seis años... y una pandemia. Trato de sosegar a todo aquel que me pregunta: hay luz suficiente, es imposible perderse y no es peligroso pero hay que moverse con cierto tiento porque debes cruzar vías y zonas húmedas. Eso sí que está fresco en mi memoria: las entrañas del metro están llenas de tuberías escondidas por donde se canaliza el agua de las goteras y las filtraciones hacia los pozos de bombeo. Es una perfecta obra de ingeniería en la que todo está pensado y medido. Nada queda al azar.

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En Moyua, en la línea de salida, hace frío. Es algo que no percibes cuando aguardas al tren como pasajero, porque estás en el andén muy pocos minutos. Y en invierno, además, llevas la chamarra puesta. Pero hoy nos toca permanecer casi una hora parados hasta que se corta la energía de la catenaria y se realizan todo tipo de comprobaciones. La seguridad es lo primero. Claro. Por supuesto. Esta carrera no es ninguna broma.

A mí alrededor hay muchos corredores en manga corta y pantalón por encima de la rodilla. Algunos calientan con ahínco. Como Andrés, que sube y baja las escaleras de la mezzanina. «Es más por el frío que por salir a muerte luego», se excusa. A la una menos veinte de la madrugada se da la salida. Partimos en grupos de 25 para evitar aglomeraciones. Nos guía un padrino. En nuestro caso, el televisivo Eneko Van Horenbeke, un tipo grandullón y simpático. Nos pide que vayamos ordenados y en equipo. La idea es que no se produzca una desbandada porque sería todo un poco loco.

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Sólo huele mal bajo la ría en Deusto

En el tubo no huele ni bien ni mal. También me lo habían preguntado. Pero hay una excepción: un punto en el que sí conviene taparse la nariz. Es entre San Mamés y Deusto. Apesta a fango. «Los maquinistas sabemos cuando está la marea baja porque huele más fuerte», explica un empleado del suburbano mientras corremos a su lado. En cada grupo van dos trabajadores voluntarios. Son nuestros ángeles de la guarda porque se conocen el recorrido al dedillo. Sin ellos, sin su ayuda desinteresada, la carrera no sería posible. Le ponen ilusión y ganas.

El túnel está bien iluminado. Llevamos un frontal pero casi se puede correr sin encenderlo. Quizás hay algún tramo antes de las paradas que está un poco más oscuro, pero tampoco demasiado. Las estaciones pasan al principio muy rápido: Indautxu, San Mamés, Deusto... Están muy cerca.

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Los corredores sortean las vías y los diferentes obstáculos existentes. Ignacio Pérez

Pero la cosa se pone más seria de Sarriko para adelante. Corremos en fila de a uno, en algunos puntos, y otras veces, de dos en dos. No vamos por la vía, pisamos por el medio de la plataforma, por el espacio que queda entre los dos sentidos del metro. El piso es de hormigón duro. Las rodillas lo saben. El pasillo es relativamente ancho, aunque en muchos puntos una de las vías está algo elevada y esto hace que haya un pequeño desnivel que complica la pisada.

Otra cosa muy llamativa es que hay alguna curva en la que la vía se retuerce y se inclina bastante. A mí me recuerda, salvando las distancias, a alguna montaña rusa para niños. Es algo que no se percibe cuando vas de pasajero, pero el metro tiene que tumbarse bastante. Cosas de la inercia.

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Ya no hace frío alguno. En el túnel la temperatura es constante y no se percibe viento. Quizás haya alguna corriente de aire pero hemos entrado en calor por el esfuerzo y así será hasta el final.

Caída leve

No lo recordaba así, pero los túneles del metro están llenos de obstáculos: cables por el suelo, bretelles (desvíos de vía), cajas, pequeños agujeros para el drenaje... Hay bastante variedad. Nos pasamos media carrera advirtiendo al que viene detrás nuestro de la siguiente trampa. Y entre tantas, claro, pues uno puede tropezar. Cometo el error de pisar el raíl de metal pulido en lugar de la traviesa de cemento rugoso. Resbala. Y mucho. Así que estoy a punto de irme de morros, pero en el último momento mis manos salvan la caída, no sin golpearme ligeramente la espinilla con el cemento. Un simple rasguño, pero habrá que tener más cuidado.

La carrera no llega a 8 kilómetros, pero llegar sano y salvo es un triunfo. Ignacio Pérez

San Ignacio es el punto de inflexión: está repleto de cambios de agujas, vías y pequeñas pasarelas de metal. Salvamos el campo minado y el grupo se rompe por completo. Se desata la guerra total. La gente corre ya muy deprisa. Al principio el terreno es favorable pero luego pica hacia arriba. Llegar a Cruces se hace largo, pero quizás sea el tramo más bonito y el que mejor se pueda correr.

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La sensación más bonita, no obstante, es la de entrar en la caverna de Sarriko. Es imponente desde la vía. Tiene una altura impresionante. Y un diseño, obra de Norman Foster, fabuloso. Con todo, hace más ilusión alcanzar Ansio, porque eso quiere decir que la prueba toca a su fin y que hemos llegado sanos y salvos para contarlo. En el andén, el director del suburbano, Eneko Arruebarrena, y la alcaldesa de Barakaldo, Amaia del Campo, nos felicitan y nos dan una medalla de 'finishers'. Lo hemos pasado tan bien que nosotros prometemos regresar otro año, deseando que sea pronto y sin otra pandemia mundial de por medio.

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