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En el mundo de la cooperación internacional, la mayoría de los implicados no son expertos en macroeconomía o en la construcción de colosales infraestructuras capaces de cambiar el futuro de un territorio en el corto plazo. Para ellos, es simplemente un éxito de incalculable valor ... ayudar a que un poblado logre un acceso continuo al agua potable sin tener que andar a diario decenas de kilómetros. O que una tribu aprenda a cultivar sus propios alimentos. O que un grupo de mujeres vuelva cada día a los locales de su asociación porque se dan cuenta de que allí les ayudan a ser económica y socialmente más autónomas, logrando así que se las respete en sociedades tribales donde la violencia y el sometimiento al «sexo débil» modelan la vida cotidiana.
El mayor premio al que aspiran los cooperantes es la sonrisa de agradecimiento de un niño o de sus padres, que ven en el pequeño un futuro de ilusión que ellos no creían posible. En países en vías de desarrollo, la mayoría de los que hay en África, el reto es conseguir una comida al día y eso condiciona radicalmente la escala de valores. Lo sabía muy bien María Hernández, la cooperante española de 35 años asesinada el jueves con dos compañeros de Médicos Sin Fronteras en la región etíope de Tigray.
El mismo espíritu de sacrificio que guiaba sus pasos lo conocen bien Amaia Laforga, Paula López y Álvaro Paz, tres vizcaínos entre los 44 españoles enrolados en proyectos de cooperación en África a través de Cruz Roja. Y eso que a los tres la pandemia les ha condicionado su trabajo: dos tuvieron incluso que volver a sus hogares en Bilbao y Getxo cuando mayor era el azote del Covid. Ninguno, sin embargo, perdió ni un ápice de entusiasmo por su labor y, en cuanto ha sido posible, la han retomado sobre el terreno, que es lo que verdaderamente les apasiona.
Con todas las precauciones y medidas preventivas, adaptando en lo necesario su misión a las nuevas condiciones, pero sin rebajar la exigencia del resultado final: ayudar a las poblaciones locales a tener más herramientas con las que sobrevivir y mejorar su calidad de vida.
Álvaro Paz | Cooperante en Tanzania
Más de uno podría pensar que, por mucha voluntad que se tenga, con la pandemia todavía muy presente en todo el planeta, mejor sería esperar un poco para viajar a países del Tercer Mundo. Aunque sea para colaborar en proyectos de cooperación. Pero Álvaro Paz está encantado con su elección. Está «cumpliendo un sueño». Este getxotarra -«de Algorta», puntualiza- de 26 años es médico y colabora con Cruz Roja en Kigoma, en Tanzania, una región en la que habitan cientos de tribus, «con costumbres, formas de vivir y hasta idiomas distintos», entre las que asegura aprender más que «en cualquier universidad».
Desde los 18 años ha ayudado en Benín, Ghana, Guinea Bissau, República Dominicana y Perú. Y ya estaba en Tanzania antes de la irrupción del virus, aunque la delicada situación allí le obligó a volver a casa el 28 de marzo del año pasado. «Me integré en la red de Osakidetza en medio de la pandemia», explica. Pero en cuanto le llamó Cruz Roja para volver al país africano no lo dudó. Desde el pasado julio está allí, aunque el coronavirus haya protagonizado en la zona olas preocupantes «como la del pasado febrero», o de que la negativa del Gobierno a publicar datos haya sumido a la población en una gran incertidumbre.
Pero la evolución de la pandemia no ha frenado a Álvaro, volcado en tratar de mejorar una realidad que le ha impactado. La situación sanitaria del país es tan precaria que «falta de todo». Medios materiales, pero sobre todo muchos recursos humanos. «Imagina que en Euskadi hubiera sólo 21 médicos para atender a toda la población. Así estamos aquí», resume.
La donación de sangre, en cualquier caso, le ha marcado especialmente. Siempre ha sido consciente de su importancia, pero en países como Tanzania ésta se multiplica por los graves problemas de sida, malaria o hepatitis B que soporta. Por eso se ha centrado en impulsar que la gente colabore con uno de los proyectos que desarrolla.
La otra tarea que le ha encomendado Cruz Roja es la de ayudar al empoderamiento de la mujer, sobre todo en lo relativo a su salud sexual y reproductiva. Porque el drama de la maternidad es angustiosa en Kigoma. «El 27% de las madres son adolescentes y ocho de cada diez no tienen ningún control durante su embarazo porque solo hay tres ginecólogos para cubrir la superficie de Euskadi, Cantabria y La Rioja juntas».
Para sacar adelante estos retos, Cruz Roja ha tejido una amplia red de voluntariado local. «Más de 50 personas transmiten nuestras recomendaciones a sus tribus». Álvaro Paz aplaude el resultado, porque «estos colaboradores hablan el mismo idioma, tienen la misma cultura, costumbres y prejuicios. Son nuestra herramienta más valiosa para derribar barreras».
Formación. Es médico y también tiene un máster en Cooperación y Desarrollo.
Su misión. Reforzar el sistema de donación de sangre y empoderar a la mujer respecto a su salud sexual y reproductiva.
Amaia Laforga | Cooperante en Mozambique
«Después de vivir los 80 y los 90 en Bizkaia yo creía que era la bomba, que lo había visto todo». Pero esta vecina de Trapagaran se desplazó a Barcelona por motivos laborales y descubrió «que hay otras visiones». Entre ellas la de la cooperación internacional, que le cautivó. La conoció a fondo gracias a un plan de ayuda que organizó el hospital catalán donde trabajaba y empezó a colaborar. Desde hace dos décadas no ha dejado de hacerlo. En Cuba y América Latina, y a partir de 2012, también en Mozambique.
Allí le sorprendió la pandemia y, aunque le ofrecieron la posibilidad de volver a Euskadi, optó por quedarse. «El coronavirus nos ha hecho reflexionar a todos y darnos cuenta de que no estamos preparados para estas emergencias, menos aún en países con tantas carencias». Allí también se han implantado la distancia, las mascarillas y la limitación de las reuniones. Incluso hubo confinamientos, «aunque no tan estrictos, quizá porque los efectos del coronavirus no han sido tan devastadores ni las olas tan marcadas como en Europa».
En la provincia de Inhambane donde reside, «todo el personal sanitario ya está vacunado y las dosis empiezan a llegar a la población a través de la COVAX», una plataforma lanzada por la Organización Mundial de la Salud para atender a los países en vías de desarrollo. Eso sí, Mozambique todavía no inmuniza por edades, «sino por enfermedades crónicas».
Así que ha podido seguir trabajando en sus proyectos, el último con Cruz Roja de lucha contra la violencia de género. Apoya a 40 víctimas para que sean autónomas económicamente y no dependan de sus agresores.
La experiencia le ha impactado porque se ha encontrado dos realidades muy distintas en torno a este problema. «En Mozambique hay una ley contra el maltrato bastante avanzada a nivel judicial, policial y sanitario, pero no es efectiva porque no hay recursos materiales ni humanos para implementarla», lamenta. Y, además, choca bastante con las costumbres vigentes en un país donde siguen normalizados los valores machistas.
Aunque en Inhambane hay costa y turismo, es una provincia mayoritariamente rural y donde la estructura social se apoya mucho en los líderes comunitarios, «a los que se les hace mucho caso». El problema es que, si bien algunos empiezan «a tomar partido a favor de la igualdad», otros siguen pidiendo a las víctimas que «aguanten, que se arreglen, que la familia es lo más importante».
Ella está muy ilusionada con su trabajo y las mejoras que logra la mujer. «Yo ya no puedo imaginar trabajar en otra cosa que no sea cooperación; aquí es mucho más palpable lo que logras hacer por ayudar a un niño, a su madre y a su familia».
Formación. Es nutricionista y ha hecho sendos másteres en Salud Pública y en Igualdad y Equidad en el Desarrollo.
Su misión. Favorecer que las mujeres sean autónomas y no dependan de sus agresores.
Paula López | Cooperante en Níger
Paula estaba en Mauritania cuando estalló la pandemia y la repatriaron a Bilbao, su localidad natal. Pero ella lleva la cooperación en la sangre desde 2016 y, en cuanto le llamó Cruz Roja para atender una nueva misión, hizo las maletas a la carrera. Desde principios de año está en Níger, donde ha podido comprobar que realmente el virus no entiende de fronteras y hace más daño donde más puede. «Vivimos la situación sin miedo, pero con mucha cautela», asegura, si bien admite que «aquí todo se está adaptando al covid, incluso los proyectos de cooperación». Hasta se han reforzado algunos para ayudar a los centros de salud a mejorar su capacidad de respuesta ante los contagios. Y «aunque en Níger se vaya más lento», la vacunación también empieza a abrirse camino en la sociedad civil gracias al programa internacional COVAX. «Cada vez son más los que reciben el suero».
Así que esta bilbaína puede darlo todo en su nueva tarea, que le apasiona. Porque se encarga de desarrollar un ambicioso proyecto para luchar contra la violencia en la región de Maradi, donde los nativos conviven con cientos de refugiados del cercano Nigeria. Sabía que la situación que iba a encontrar allí en nada se parecía a lo que había conocido, pero le impacta el enorme abismo que todavía les separa. «En Euskadi es un tema sensible, pero se habla de violencia de género. En Níger, por el contrario, es un tabú y cada pequeño paso que damos es a costa de mucho esfuerzo», asegura.
Hay temas «que en Europa ni nos planteamos», pero que en África forman parte del día a día. Como el matrimonio infantil o el maltrato en el matrimonio, «que no se considera violencia de género e incluso si alguna víctima se atreve a llegar hasta el final y hay una sentencia condenatoria, a veces la justicia tampoco cumple».
Ante esta situación, Cruz Roja ha visto necesario activar este proyecto que busca empoderar a la mujer, para que no dependa de su pareja o de familiares que la obliguen a perpetuar su vulnerabilidad. También para reforzar los mecanismos de apoyo a las víctimas de la violencia sexista y, por supuesto, para afianzar mecanismos de prevención.
Paula reconoce que esta labor sería imposible sin el apoyo de la sociedad local. «Son los propios líderes comunitarios los que eligen a los voluntarios que nos ayudan y se han convertido en los pilares de Cruz Roja en esta región», admite.
Esto ha permitido que en los meses que ella lleva al frente ya empiecen a apreciarse los resultados. «Si no fuera gente del propio entorno, en un tema tan peliagudo como es el maltrato, la comunidad no confiaría en lo que hacemos». Ahora, sin embargo, ya desarrollan actividades de intervención y también de sensibilización en las que, cada vez más, empiezan a involucrarse los hombres.
Formación. Lenguas Modernas y Gestión en Deusto y un máster en cooperación internacional.
Su misión. Asistencia a víctimas de violencia de género para aumentar su resiliencia y capacidades para prevenir agresiones.
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