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La Navidad es un tiempo de excesos. Tendemos a exagerar con las comidas, las celebraciones, los regalos. Y al cuerpo todos esos imprevistos le vienen muy mal. Especialmente cuando uno tiene ya cierta edad, porque al desgaste propio del paso del tiempo se suman ... las enfermedades crónicas, que son las que llegan para quedarse. Más del 22% de la población vizcaína supera los 65 años. El que no tiene altos niveles de colesterol, es diabético, hipertenso o tiene problemas de gota. Hay que tenerlo en cuenta a la hora de sentarse a la mesa en fiestas porque, se sufra o no de dolencia alguna, el 7 de enero, quien más, quien menos, todos habremos ganado una media de 3 a 5 kilos.
«El problema no es tanto el exceso de peso, como que sepamos elegir nuestra opción más saludable, sin perder de vista las celebraciones», resume la endocrinóloga Aída Cadenas, especialista del hospital de Galdakao, invitada ayer al foro Encuentro con la Salud de EL CORREO para charlar con los lectores sobre 'La salud en la mesa de Navidad'. «Hay que tirar más al mar. Y cuando tiremos a la tierra, que sea a la huerta», recuerda.
Lo importante es que las fiestas no se nos atraganten. Es posible disfrutar en familia de la mesa y la sobremesa siempre que se tengan en cuenta cuatro o cinco aspectos básicos, que tienden a dejarse de lado.
20% de los mayores de 65 años tiene diabetes. En todas las mesas de navidad hay un paciente.
Un consejo. El producto más insano de las fiestas es posiblemente el paté, una «bomba de colesterol y triglicéridos».
Como norma general, se tenga o no una patología crónica, deberían intentar limitarse los festejos a los días que siempre fueron. Cinco en total: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes. «Ahora tenemos luces, villancicos y polvorones desde noviembre. Los festejos arrancan con Santo Tomás y los restos de las grandes comidas y cenas nos sirven para alimentarnos durante la semana siguiente. Para colmo, tiramos del roscón de Reyes hasta el 10 de enero». No puede ser. Lo mejor es ajustar las cantidades del plato a lo que vaya a comerse esos días o, «si es preciso, tirarlo a la basura». Y el resto de los días, hacer una dieta más limpia, rica en frutas, verduras y pescado.
Los momentos dulces han de limitarse a los postres, porque el resto de la comida permitirá absorber el exceso de azúcar. El alcohol, «aunque ninguno es bueno», mejor fermentado que destilado. Una copa de buen vino, sólo una, con sus menos de 14 grados, puede ser cardiosaludable, pero cualquier licor, que llevan más de 30, no aporta ningún beneficio, más bien al contrario.
La peor papeleta la tienen los pacientes con niveles altos de ácido úrico, los de la famosa gota, porque todo lo típico les sienta fatal: el pescado, el marisco, las vísceras, el alcohol... Incluso los clásicos caracoles, que son todo proteína y grasa, no son una buena opción. En función del grado de su dolencia, deberían hablarlo con su médico, por si fuera necesario adoptar alguna medida terapéutica adicional.
El caballo de batalla para los hipertensos es la sal, que tiene la gracia de ser el mayor potenciador de sabores que existe. Su capacidad única para despertar todas nuestras papilas gustativas (las sensibles a lo dulce, salado, amargo y ácido) la convierte en un adorable enemigo de la salud. Hay que controlarla.
Las personas con altos niveles de colesterol en la sangre han de vigilar las grasas, que inundan la mesa navideña. Y los diabéticos, controlar el azúcar y la publicidad engañosa. Los postres especiales para ellos no tienen azúcares de caña o remolacha, pero sí fructosa, que también dispara los niveles de azúcar. «Es mejor comprar turrón del bueno, disfrutar de sólo un trocito y dejarse de rollos. Eso evitará mucho mejor una visita a Urgencias», advierte la experta.
Aída Cadenas-Endocrinóloga: «Un paseo en familia tras la sobremesa es la mejor receta para evitar los kilos de más».
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