Mohamed Bouziza reside en una pequeña habitación en la calle San Francisco, en Bilbao. Las condiciones son «inhumanas». No tiene calefacción, las ventanas y persianas están rotas, sufre humedades y su dormitorio (al igual que el resto de la vivienda) está rodeado de cables eléctricos ... dañados que «podrían causar un incendio en cualquier momento». El contrato firmado sólo le permite hacer uso del dormitorio, en el que vive con su mujer, de la cocina y del pequeño baño que tiene que compartir con otras cinco personas. Paga 450 euros sin gastos por un cuarto en un domicilio que no tiene ni salón. El propietario decidió reconvertirlo en otra habitación «para sacar mayor rentabilidad a la vivienda». «Se están aprovechando de la necesidad de las personas. No hay derecho a tener un alquiler tan precario», se defiende.
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Originario de Marruecos, Mohamed llegó a Bilbao en 2021 con la esperanza de construir un futuro mejor, pero la falta de vivienda asequible ha acabado empeorando su calidad de vida. Con un 85% de discapacidad visual, admite estar «condenado» a compartir piso con otros inquilinos que «ni conoce» y cuyos hábitos pueden acabar «perjudicando su salud». «No tenemos otra cosa. ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos a la calle?», se pregunta con voz rota.
El joven, que abre las puertas de su dormitorio a ELCORREO, confiesa que las condiciones de las habitaciones «han ido a peor». A su llegada a Bilbao residió en otros cuartos, pero «ninguno como este». El dormitorio está equipado con una cama de matrimonio, una mesita y un armario en el que Mohamed guarda todo tipo de productos de primera necesidad. Frente a la cama tiene un estrecho espacio que aprovecha para colocar ropa, alimentos o aparatos electrónicos que usa para preparar comida cuando la cocina está ocupada por el resto de inquilinos. «La situación es desesperante. Cuando me pongo en contacto con el que nos gestiona los alquileres la respuesta que me traslada es clara: 'si no te gusta, vete'. Esto hace que me sienta atrapado y angustiado».
En un breve recorrido se observa que la vivienda está equipada con lo justo. Está distribuida a través de un largo pasillo. A cada lado hay habitaciones con cerradura propia, ocupadas por personas de distintas nacionalidades y que no tienen relación entre sí. A final del corredor está la cocina, rodeada de muebles antiguos. En algunos incluso se ve el moho producido por la humedad. Dentro de la misma, en un pequeño hueco, está el baño. Es tan estrecho que Mohamed apenas puede moverse con su bastón. La ducha no tiene ni mampara.
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– ¿No ha pensado en mudarse?
– Muchas veces, no tengo problemas en irme a Bilbao. Incluso he mirado en zonas rurales en los que sí podría alquilar un piso completo. Lo que ocurre es que cuando llamo me preguntan insistentemente sobre mi procedencia y los ingresos. Es muy discriminatorio.
A la «incomodidad» de residir en una habitación se une la dificultad de convivir con compañeros completamente desconocidos. Además, los gastos de agua y luz los comparten entre las cinco habitaciones, sin contar cuánto gasta cada uno. «Al propietario no le importa si fuman, beben... Con que paguemos le vale. No mira más. No sabemos quién entra cuando un dormitorio se queda libre. Si es una persona cívica o un delincuente», explica.
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– ¿Llegan a relacionarse?
– Cada uno va por su lado. Todos tenemos manías, eso es evidente. Yo respeto que fumen, pero me molesta que lo hagan en zonas comunes, como el baño. Mi médica me ha dicho que eso puede empeorar aún más mi situación. Lo normal es que cada uno haga la comida y se la lleve al cuarto.Después volvemos a la cocina a limpiarla. Es horroroso.
Jair Gamboa lleva viviendo en habitaciones desde que llegó a Bilbao en 2019, pero describe esta última como «una excepción». «Fue toda una suerte encontrar algo así», dice mientras enseña a EL CORREO las estancias que comprende la vivienda en la que reside. De 26 años y originario de Colombia, Jair trabaja como cocinero en un santuario ubicado en Aránzazu, pero vive en en una habitación en Deusto, a escasos metros de la avenida Maidagan. Paga 355 euros, gastos aparte, y comparte el domicilio con otros cuatro chicos de distintas nacionalidades. Tiene derecho a utilizar su dormitorio, de unos diez metros cuadrados y ventana exterior, el salón, la cocina y los dos baños que dan forma a la vivienda.
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Admite que la convivencia con sus compañeros «es buena» y que «no tienen problemas». «Lo normal es que cada uno esté en su habitación. Todos remamos hacia la misma dirección y si hay un mal entendido, lo intentamos resolver al instante», se explica. Y es que a diferencia de otros inmuebles en los que ha estado, en este el propietario les deja elegir a los compañeros cuando una habitación se queda vacía. «Es un alivio poder hacer las entrevistas. No tenemos tanta rotación, lo que nos hace pensar que todos estamos contentos, pero cuando hay un hueco, nos ponemos de acuerdo para encontrar una persona que sea tranquila, no problemática y con la que se pueda convivir», asegura.
– ¿Y por qué decidió alquilar una habitación en vez de un piso?
– Principalmente por el dinero. En un futuro me gustaría alquilar un piso completo, aunque tenga que subarrendar alguna habitación, pero es que los números no dan. He visto alquileres que llegan hasta los 1.600 euros por dos habitaciones. Arrendar un dormitorio me permite ahorrar y no me piden tantos requisitos que con un piso. Además, cuando llamo para alguna oferta que me interesa y se dan cuenta de que soy extranjero directamente me dicen que ya me llamarán. Nunca vuelven a hacerlo.
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En su opinión, hay propietarios que «no quieren alquilar a inmigrantes por desconfianza». «La ocupación es un secreto a voces y no quieren arriesgarse. Pero creo que no conocen bien a los extranjeros, tienen una imagen peor. En este piso todos trabajamos y luchamos por tener una buena convivencia».
– ¿Es fácil encontrar una habitación para arrendar?
– No del todo. Hay mucha demanda. Damos con ellas por el boca a boca, en locutorios o mirando mucho en internet. Las condiciones que nos piden son pocas, sobre todo poder pagarla, aunque siempre nos encontramos con los mismos tópicos: algunos te ofrecen contrato sin padrón, otros padrón sin contrato. Incluso hay quien eleva el precio por ofrecerte las dos cosas. Saben que hay gente que aceptaría cualquier precio por desesperación y porque no tienen otro piso al que ir. Es difícil encontrar un casero como el nuestro, que nos facilite ambos documentos sin pegas.
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Al contrario que otros inmuebles que también se alquilan por habitaciones, la casa en la que Jair comparte piso está «cuidada». Las habitaciones cuentan con luz exterior y privacidad. Tanta, que Jair confiesa no saber cómo son las estancias del resto de sus compañeros. «Espero que sean como la mía, pero nunca he entrado en ninguna», dice.
Pese a estar rodeado de compañeros, la vida en la vivienda es más solitaria que los conocidos pisos de estudiantes, donde por lo general comparten momentos en las zonas comunes. El joven asegura que se divierte con la televisión del dormitorio, la consola, leyendo o haciendo ejercicio en un banco de pesas que tiene colocado junto a su puerta. Además, participa como voluntario en algunas asociaciones, como Cáritas. «Intento colaborar en proyectos para no sentirme solo. Venir de otro país no es fácil. Con estas actividades conozco a gente y además consigo ayudar a los demás. No quiero estar todo el día encerrado en la habitación».
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A sabiendas de cómo está el mercado, admite «no querer cambiar». «Me siento muy agradecido por poder vivir en este piso y por que mis compañeros me eligieran en su día».
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