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Abel Verano y José Carlos Rojo
Sábado, 10 de febrero 2024, 00:23
Una de las incógnitas que sobrevuelan el asesinato de la vizcaína Silvia López en Castro Urdiales es el móvil del crimen. Qué fue lo que desencadenó la brutal agresión por parte de uno de sus dos hijos adoptados, de 15 años. Pues bien, según ha ... podido saber este periódico, el menor que está en un centro de internamiento confesó ante la fiscal de menores el crimen y ofreció todo tipo de detalles sobre cómo sucedieron los hechos.
Pero antes de eso, para poner en contexto una acción injustificable a todas luces, el menor relató que tanto él como su hermano sufrían «violencia física y psicológica» por parte de sus padres. En su caso contó que era «maltratado» desde hacía «diez años» (casi a raiz de ser adoptado) y su hermano «los dos últimos años». Este testimonio lo realizaron los dos hermanos en el Hospital Valdecilla, en la madrugada del jueves, horas después de que la Guardia Civil les localizara tras perpetrar el crimen, y lo ratificó el mayor, posteriormente, ante la fiscal de menores. «Las agresiones físicas eran continuas y consistían en bofetadas y en golpes con una zapatilla en los antebrazos, que les dejaban moretones».
Hace cosa de dos años, el hijo mayor de Silvia dice que le contó a su tutor del colegio el calvario que estaba padeciendo, y el profesor llamó a los padres para comentarles lo que refería el menor. La llamada no sentó bien a los padres y eso provocó que el chaval dejase de confiar en los adultos. A partir de entonces solo se «desahogaba» con su hermano y uno de sus amigos más cercanos.
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Una vez que hizo estas referencias a cómo era, supuestamente, el trato que recibía de sus padres, comenzó a detallar el relato de hechos del día de autos, que arrancó minutos antes de las cuatro de la tarde del pasado miércoles cuando se encontraba con su hermano y su madre en casa (su padre estaba trabajando) y esta recibió una notificación a través de Alexia (una plataforma educativa) de una «mala calificación» de su hijo mayor. «Empezó a decirme que eres un inútil, una mierda, no vales para nada... y me pegó una bofetada», afirmó.
El hijo mayor aseguró a la fiscal que sus padres les propinaban bofetadas y golpes con una zapatilla en los antebrazos
El chico afirma que hace dos años relató los abusos a un profesor y que este solo llamó a los padres
Los dos quitaron la ropa a su madre y la tiraron a un contenedor
Tras este altercado, el hijo mayor de Silvia se llevó a su hermano a su clase particular de inglés, a la que llegó con retraso, sobre las cuatro y cuarto, y volvió a casa. A las cinco fue a recoger a su hermano y ambos regresaron a casa. Su madre estaba «muy enfadada». «Nada más entrar empezó a insultarme y me cogió del cuello y me empotró contra el mueble de la cocina. En ese momento, mi hermano se volvió loco y fue hacia mi madre, la enganchó por los brazos y la echó para atrás, lo que provocó que ambos cayeran al suelo a mis pies. Entonces cogí un cuchillo que había en la encimera y se lo clavé en el cuello (en su primera declaración dijo que en la cabeza) y le di otras cuatro o cinco puñaladas».
Esta confesión y el hecho de que la víctima presentara heridas por la nuca fundamenta que la fiscal considere al menor autor de un delito de asesinato por la alevosía que supone un ataque a traición y sin posibilidad de que Silvia pudiera defenderse.
El menor detalla que empezó a apuñar a la madre «a lo loco» y paró cuando empezó a ver que salía sangre. «Me asusté y paré». Cuando le preguntaron, durante su declaración, si tenía intención de dañar a su madre cuando cogió el cuchillo, el chaval respondió que «no quería hacer daño a la madre y que solo pretendía que parara esa situación». Y cuando les plantean por qué en ese momento no decidieron llamar al 112 apunta que «estábamos asustados y no sabíamos qué hacer».
A partir de ahí, según la versión del menor, fue todo improvisado. Al ver que la madre sangraba, los dos hermanos cogieron unas bolsas de basura y le cubrieron «la cabeza» y «le amarramos las muñecas y los pies». Después quitaron la ropa a la madre y también se desprendieron de la suya al estar ensangrentada para luego arrojarla a un contenedor.
Pero antes de todo eso lo que hicieron fue limpiar los restos de sangre que quedaron sobre el suelo de la cocina. Después, decidieron bajar «arrastras» el cuerpo de la madre por las escaleras que conectan la vivienda con el garaje, lo que explicaría que el cadáver presentara golpes, ya que ninguno de los menores apuntó que pegaran a Silvia.
Una vez en el garaje metieron a su madre en el coche «como pudimos» y trataron de arrancar el el vehículo «pero como no sabemos conducir lo empotramos contra la pared». ¿A dónde ibais con el cuerpo?, le preguntó la fiscal. «No lo sé», se limitó a contestar.
Todo esto ocurrió sobre las 17.30 horas y en esa situación los dos hermanos deciden marcharse y cogen unas mochilas en las que introducen algo de dinero, algo de ropa, unos libros y el teléfono de la madre. «Nos fuimos al pueblo y estuvimos viendo escaparates. Compramos unos ganchitos (un aperitivo) y tomamos un Cola Cao». Desde ahí se desplazaron hasta la zona de Cotolino, por el paseo marítimo, donde su abuela empieza a llamar a su hija (la madre de los implicados), pero los dos hermanos no responden en un primer momento, hasta que deciden cogerlo y le cuentan que les han secuestrado y que llame a la Policía.
A partir de ahí, el relato de hechos es el que ya ha descrito este periódico días atrás. Agentes de la Benemérita se presentan en el piso de la calle Monte Cerredo y se encuentran los restos de sangre del cadáver de Silvia. Eran las ocho y media. Entonces ponen un operativo para tratar de localizar a los chavales, que daban por secuestrados. Piensan que el autor del crimen es el padre, pero comprueban que está trabajando en una fábrica de Álava. Al final, acaban por capturar a los dos menores en un parque de Cotolino sobre las dos y media de la madrugada. Se les traslada a Valdecilla, al presentar lesiones. Es en el hospital donde los dos hermanos confiesan lo ocurrido a los sanitarios que les atendieron. El mayor es examinado por un psiquiatra que «no detecta una enfermad psiquiátrica aguda». Y desde allí son trasladado a la Comandancia del instituto armado en Campogiro (Santander). De forma paralela, los agentes telefonean al padre para contarle lo sucedido.
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