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Una mañana ante el convento de Belorado da para declaraciones feroces de don José, el cura barman, y degustaciones de trufas que se pueden pagar por BizumHubo algún momento ayer, delante del convento de las clarisas de Belorado, en el que se echó mucho de menos a don Luis García Berlanga. ¡Cómo la habría gozado el director valenciano con esta historia de monjas 'herejes' que rompen con Roma, obispos cismáticos que ... parecen salidos de una foto antigua, curas ensotanadísimos que también son campeones de coctelería, oscuros chanchullos inmobiliarios y trufas de siete variedades! En el fondo, lo que se dirime en este rocambolesco asunto son cosas muy serias: en el plano terrenal, un valioso patrimonio, con los conventos de Derio y Orduña; en el plano espiritual, el camino hacia la vida eterna de una comunidad de monjas. Pero el desarrollo de todo se escora sin remedio hacia el sainete, hacia la astracanada, hacia lo berlanguiano.
El panel informativo del convento de Santa Clara, conocido también como Nuestra Señora de la Bretonera, explica que su origen se remonta a los primeros siglos de la cristiandad y que, en 1358, una comunidad de mujeres piadosas erigió un recinto monástico. Por aquí han pasado guerras, aquí ha habido drama y destrucción. La última referencia del cartel es que, en 2016, la repostería del monasterio ganó el premio 'Revolución Golosa' en el festival Madrid Fusión. Ahora habrá que añadir que, en 2024, se produjo la ruptura con Roma, se abrió una cuenta de Instagram y se concedió una exclusiva a Ana Rosa Quintana.
Ante el convento estaban concentrados desde primera hora de la mañana una veintena larga de periodistas. La clausura no es precisamente un espectáculo trepidante, así que no había mucho que hacer ni mucho que enfocar: algunos envidiaban a los primeros en llegar, que habían conseguido captar unas imágenes fugaces de tres monjas saliendo en coche hacia Orduña.
En el interior del convento debían de estar las otras doce y también Pablo de Rojas, el 'obispo' excomulgado por Mario Iceta, un nostálgico de la Iglesia preconciliar y de la España predemocrática que niega validez a todos los papas posteriores a Pío XII, pero nadie asomaba la cabeza. Menos mal que, a eso de la una menos cuarto, salió José Ceacero, don José, el cura de la Pía Unión de San Pablo Apóstol -el instituto religioso fundado por Rojas- que hace un par de años estaba aún preparando cócteles de campeonato en bares de Bilbao. De hecho, algunos de los periodistas que le entrevistaban ayer, en su versión de severa sotana a la moda de los años 40, le conocían bien de cuando les servía brebajes sofisticados que sabían a gloria bendita.
Don José salió a regañadientes y se mostró reacio a hacer declaraciones. Si llega a salir con ganas, se quema a lo bonzo: en dos segundos, su intervención se había convertido en una feroz invectiva contra la Iglesia oficial («estafadores», les llamó) y contra el arzobispo Iceta («sinvergüenza», le dijo). «Están acostumbrados a manejar a las monjas como si fueran marionetas, porque son mujeres y se las quitan de en medio. Pero la Madre Isabel es un carácter: por eso se lleva tan mal con Iceta, porque nunca se ha callado ante él», planteó el cura. Don José insistió en que las monjas han tomado la decisión «como una piña» y en que están «felices» y «desbordadas de trabajo»: aunque la venta a través del torno se ha interrumpido estos días, parece que los pedidos por internet se han disparado, porque todo el mundo quiere catar el dulce sabor de la herejía. ¿Y cómo cambiarán las rutinas de las monjas ahora que son preconciliares? «Tendrán que ver qué tipo de vida van a llevar. La liturgia es la de siempre», responde, refiriéndose con ello a la recuperación de la misa de espaldas y en latín. «Una de las monjas mayores, de casi 90 años, me cogió de la mano y me dio las gracias llorando».
Don José salió sin ganas, pero acabó concediendo una docena de entrevistas y entrando en directo en varias televisiones. Eso sí, pese a las peticiones reiteradas, la abadesa no atendió a los medios: tenía lo que internamente llamaban «un compromiso» y externamente se conoce más bien como «una exclusiva» con 'Tarde AR'. Sí comparecieron los familiares de algunas monjas. Julio Mateo es el padre de sor Sion, la madrileña que ha grabado un vídeo para la nueva cuenta de Instagram del convento, y quiso dejar claro que las religiosas no están privadas de libertad ni aisladas. «¡Si estamos aquí los padres de ocho hermanas! Están en un proceso de discernimiento profundo desde hace mucho y esto es el remate final. Son conscientes del tsunami que se está produciendo, no son tontas», declaró Julio, que es farmacéutico como su hija. Y, como católico, ¿qué le parece que la comunidad haya roto con Roma para adherirse a la Pía Unión? «Bueno, yo de crío he sido preconciliar, en mi formación en los Escolapios, así que no me resulta tan extraño».
Alguien propone a los periodistas si quieren probar el chocolate. Y, por supuesto, los periodistas están deseando, así que Julio y su mujer sacan del convento un surtido de trufas: las monjas elaboran siete variedades, desde la crujiente hasta la de cava, todas muy ricas. Pero la degustación se cobra, a diez euros la bolsa de once trufas. Eso sí, se puede pagar con Bizum.
De vez en cuando pasa por allí algún curioso, como María y Ana, de Madrid, que viajan hacia San Millán de la Cogolla. «Bueno, nos pillaba de camino... más o menos. Es que esta es una cotilla. Y el perro se ha colado hasta dentro». De hecho, el animalito estuvo a punto de enredarse con los faldones de don José. ¿Y qué se dice, mientras tanto, en el pueblo? Uno se imaginaba a los beliforanos -sí, ese es el gentilicio- atónitos ante el salto mortal que han dado sus monjas, pero la verdad es que lo contemplan con sano distanciamiento. «Es que estas señoras no están muy integradas en Belorado. Yo no conocía físicamente a ninguna hasta verlas en la prensa. Las mayores, las de antes, tenían más relación con la gente», resume Isabel, que vive en una de las casas más cercanas al convento. Y concluye: «De todo esto lo que hemos aprendido es que el único Dios verdadero es Don Dinero». En el bar del Hotel Belorado, también a tiro de piedra, el tema surge una y otra vez. «¿Qué, vamos allá y les compramos nosotros el convento?», propone uno. «Al menos, el mundo entero sabe ahora dónde está Belorado», agradece otro. «A mí me da todo igual, por mí como si abren un...». Bueno, eso mejor no lo reproducimos.
El hostelero, Miguel, asegura que el asunto le inspira una honda indiferencia: «Ya me imaginaba algo. Las que conocía mi madre no eran como estas. Pero creo que van a terminar volviendo a la normalidad: ayer lo estuve hablando con un tío cura que tengo en el Zaire». Y se queda pensando, con los ojos explorando el pasado: «De chaval, mi abuela me despertaba a las cinco para estar ahí -señala vagamente hacia el convento- de monaguillo en el vía crucis. ¡Si la pobre levantara ahora la cabeza...!».
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