Dicen los organizadores del Chatarras Raid que los principales requisitos para disfrutar de la experiencia son el amor por la aventura y «estar un poco tronado». Y a nuestros protagonistas se les ve convencidos de que cumplen de sobra las dos condiciones. No están solos, ... ni mucho menos: el próximo mes de marzo, diez coches de la margen izquierda participarán en esta competición de más de tres mil kilómetros por Marruecos, abierta exclusivamente a vehículos, digamos, muy veteranos. Y aquí vamos a ceder también la palabra a los organizadores: «Os damos ideas: el coche que acaba de estrellar tu primo en una rotonda, el que tiene tu abuelo en un garaje desde hace 54 años, el que va a llevar al desguace tu vecino y, si no, cualquier chatarra que encuentres por internet».
Los baracaldeses Iván Brizuela y Borja García tomarán la salida a bordo de su Seat Marbella del 90, que les ha costado 1.400 euros y al que han bautizado como Imperioso: «Es un Marbella y es blanco, así que lo llamamos como el caballo de Jesús Gil», aclaran, aunque a lo mejor con el caballo iban más deprisa: «Coge los 90 cuesta abajo, cuando sopla viento a favor, y da más problemas que un libro de matemáticas», dicen de su bólido.
Iván, Borja e Imperioso ya estuvieron el año pasado en el Panda Raid, una convocatoria muy similar pero restringida a 'pandas' y a sus primos los 'marbellas'. Aquello se convirtió en una vivencia inolvidable, aunque empezó tirando a regular: «En la primera etapa nos apedrearon unos niños, nos rompieron una luna y le dieron a Borja en la cabeza. Debieron de practicar con todos los que habían pasado antes y nos acertaron justo a nosotros. Fuimos los primeros en usar el camión de repuestos», sonríe Iván. «Luego todos me conocían como 'el de la pedrada'. Menos mal que, como durante unos años tuve un taller de chapa y pintura, pude cambiar la luna con unas cuerdas», suspira su compañero.
La prueba
El Chatarras es un raid de seis etapas por Marruecos, abierto a turismos de más de 15 años y todoterrenos de más de 20, con la ITV vigente y el seguro en regla. En la edición de marzo habrá 222 vehículos.
Solidaridad
Todos los equipos han de llevar diez kilos de material escolar para los niños marroquíes. También deben aportar diez kilos de comida a un banco de alimentos de la ciudad española de donde partan.
Iván y Borja se dedican a vender pisos, de ahí que Imperioso luzca los patrocinios de las inmobiliarias Zárate y Arteaga, y su amistad tiene muchos años de recorrido, aunque empezaron como «archienemigos» en su calidad de oriundos de los barrios de San Vicente y Arteagabeitia. El Panda Raid –con sus jornadas de 14 horas dentro del coche, sus momentos de desánimo desértico y sus precipicios demasiado cerca de las ruedas– los acabó uniendo aún más, hasta el punto de que suelen rematar las frases del otro. Cuentan a dos voces, por ejemplo, la anécdota del pájaro: «Una golondrina desorientada, a 300 kilómetros del pueblo más cercano, tenía tanta sed que se metía en los coches. Nosotros le fuimos dando tapones de agua y, cuando la soltamos, nos hizo una pasada, como un vuelo de agradecimiento». Y también van enumerando averías: «En Merzouga salimos volando: ¡una piedra en el camino! Tuvimos que buscar un taller y estaba al lado del único bar que vendía alcohol en toda la zona, de un catalán», celebran, muy agradecidos también a los madrileños de Huevos Velasco que les echaron una mano. Luego les devolvieron el favor cuando les tocó la china a ellos.
Material escolar y ropa
El Marbellita, un poco dubitativo a la hora de arrancar, emprenderá el Chatarras Raid atestado de todas esas cargas que impone el nomadismo: las tiendas, los sacos, los víveres (latas de bonito, sobres de jamón...) y, en fin, también una bola de espejos y un ukelele para amenizar las noches de campamento. A eso se suma un buen lote de bolígrafos y cuadernos para la chiquillería de las aldeas, ya que la organización, que colabora con asociaciones marroquíes, obliga a llevar al menos diez kilos de material escolar: «Atravesando el desierto se pasa por pueblos que viven en la pobreza mas absoluta. Hace unos meses hubo un terremoto con miles de víctimas, así que nos gustaría realizar también una colecta de ropa, calzado, juguetes...», comentan Iván y Borja (si alguien quiere contribuir, puede escribirles a info@grupoarteaga.es).
–Y, entre pedradas y averías, ¿qué fue lo que les enganchó tanto como para repetir?
–La capacidad de resolución que tienes que desarrollar. Y que la esencia de la carrera es mecánica pura: en estos coches reparas cualquier cosa con una brida.
Egoitz Ibáñez de Opakua, también de Barakaldo, va a hacer su debut norteafricano con un Opel Corsa del 92. El contador marca 34.000 kilómetros, pero nadie se atreve a calcular cuántas veces habrá dado la vuelta al llegar a 99.999. «Un amigo tuvo un accidente con él y se lo regaló a Rubén Terreros, mi compañero en la Chatarras. Él lo arregló y ya ha estado varias veces con él en carreras, incluida esta misma», relata. Al pundonoroso Corsa se le ve bastante remendado, y en un trayecto desde El Regato hasta Ansio emite toda una sinfonía de crujidos de carrocería y bramidos de motor, pero dice Egoitz que va como la seda y que corre más que Imperioso: «¡Está perfecto! La dirección un poco dura, quizá, pero estos coches son muy agradecidos. Gasolina, agua, aceite y... ¡adelante! No hay electrónica, no hay ayudas y, si se rompe, se arregla fácil», va repasando este taxista que está acostumbrado a manejar un Skoda Octavia. Lo que llaman otra experiencia de conducción.
–Con tanto entusiasmo, casi le veo haciendo algún servicio de taxi con el Corsa.
–Tampoco es eso. ¡La primera aventura va a ser llegar con él a Marruecos!
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