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Pilar Ramos llega a la catedral de Santiago, en Bilbao, con una sonrisa que se percibe a pesar de la mascarilla. La misteriosa receta de la espiritualidad tiene algo de esa alegría que le da volver a cruzar las puertas del templo. «Esta semana hemos podido volver a la misa diaria. Yo suelo ir a Begoña, pero los domingos vengo aquí. Tengo ya dentro a mi hija rezando el rosario», comenta. La fe está muy arraigada en su familia desde que era niña.
«Vivía en Mazuelo de Muñó, en Burgos, y mi padre nos reunía para el rosario. Mirando al cielo en el campo sabía que eran las doce, y rezaba el ángelus. Yo soy muy de mi padre», confiesa. Así que hoy, en el regreso de las misas dominicales tras dos meses de seguirlas por televisión, se emociona. Busca asiento en la nave lateral, que está acotada como el resto de la iglesia para reducir a su aforo a 130 personas. Un centenar de feligreses, aproximadamente, siguió un rito religioso oficiado por el Obispo de Bilbao, Mario Iceta.
El deán de la catedral bilbaína, Luis Alberto Loyo, que concelebró el oficio, recordó unas breves indicaciones a los parroquianos antes de empezar. «Los niños pueden estar con sus padres en los bancos, pero no deben moverse por la iglesia. Tras el ofertorio, no habrá colecta y se realizará a la salida. Son cosas de estos tiempos nuevos, pero por lo menos podemos celebrar juntos la Eucaristía», apuntó.
Hay una mejora introducida gracias a la experiencia de las misas diarias. El lunes en El Carmen se constató que la mayor dificultad era mantener las distancias a la hora de comulgar. «Lo vamos a hacer sin movernos del sitio. Quien quiera comulgar se mantiene en pie y nos acercaremos para darle la comunión», precisó. El nuevo sistema funciona mejor. El resto se mantiene igual, con el gel a la entrada y va la salida, espacios acotados y la recomendación escrita de «llegar con tiempo» para evitar aglomeraciones. La inmensa mayoría de los fieles acudió con mascarilla y sólo se la quitó para comulgar. Los celebrantes no, pero mantuvieron la distancia entre ellos.
Iceta habló en su homilía sobre el Espíritu Santo y recordó que la palabra de la que procede en su origen, paráclito, alude «a quien acompaña, cuida, fortalece, defiende, arropa», una labor cuya importancia se ha puesto en primer plano en estos tiempos de pandemia. El Obispo pidió «ver de un modo nuevo» y recordó «a los enfermos, a los ancianos, los que viven sin esperanza, los que se enfrentan ahora a un futuro difícil. Consolémoslos, ayudémonos mutuamente». Al acabar la ceremonia, en la que la media de edad era más baja de lo habitual porque los mayores están eximidos, recordó que «los que no pueden venir y los enfermos pueden pedir que se les lleve la comunión a casa. Háganlo en sus parroquias, que nadie se quede sin recibir la comunión».
Alberto, que se recupera todavía de una operación, fue de los primeros en salir. «Me gusta mucho el Obispo, y es que además soy amigo suyo». Ya no tienen que seguir sus homilias por televisión. «Va volviendo todo, poco a poco».
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