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Caserío Zulaibar, Zeanuri.

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Caserío Zulaibar, Zeanuri. SERGIO GARCÍA

Caseríos de Bizkaia, un tesoro de caliza y roble

EL CORREO ha visitado siete de ellos de la mano de Alberto Santana, responsable de Patrimonio Etnográfico de la Diputación

Domingo, 3 de febrero 2019

Bizkaia conserva alrededor de 14.000 caseríos, de los que 1.752 tienen algún interés cultural y 44 el máximo nivel de protección. Los expertos calculan que se han perdido una treintena de ellos en los últimos años. La batalla se libra en varios frentes; se lucha contra el paso del tiempo, pero también contra el fuego y las malas restauraciones a cargo de contratistas sin escrúpulos. Un mundo que despertó con fuerza en el siglo XVI, como consecuencia de la mejora en la calidad de vida y la derrota de la época feudal y sus agresivos banderizos; y que empezó a declinar con la llegada de la industrialización, cuando a los baserritarras les rendía más plantar pinares que cultivar cereal, mientras cobraban en la fábrica un sueldo a salvo de granizos, inundaciones o sequías. Asesorados por Alberto Santana, responsable de Patrimonio Etnográfico de la Diputación, EL CORREO ha visitado siete de esos caseríos, unos reducidos a la condición de vivienda, las antiguas cuadras convertidas en garajes y trasteros; otros todavía dedicados a la explotación del ganado, o con huertos para cubrir las necesidades familiares. Los hay también convertidos en restaurante o que han sido puestos a la venta, a la espera de reinventarse.

  1. Berriz

    Lekoia Bekoa (s. XVI)

La historia de Gregorio Ybarra, de origen bastardo, continúa viva en Berriatua, lugar que abandonó para buscar en América la fortuna que aquí le negaban. Tenía 14 años cuando emprendió su aventura y acabó convirtiéndose en una de las grandes fortunas del Perú. Lo consiguió explotando minas en Potosí. Desde allí enviaba dinero regularmente a su hermana para que hiciera de Lekoia Bekoa la envidia de todos. El caserío, que ha sufrido varias reformas, se levantó en el siglo XVI. Los Mugartegi entraron en escena hace tres generaciones –su hijo Imanol, el pequeño de cuatro hermanos, ha sido alcalde del pueblo–, primero en régimen de alquiler y desde 1975 en propiedad. Lo más singular de la casa es la fachada, con su escudo de los Ybarra-Ubilla y el arco, sus sillares de caliza y las vigas de roble. El pajar estaba encima de la cuadra y ahora viven allí dos hermanos con sus familias; las vistas a un huerto en las faldas de Zabalamendi, en Milloi, que en primavera dará vainas y puerros, guisantes y habas.

  1. Berriz

    Isuntza Goikoa (1678)

La familia de Mertxe y Pedro Zuazua Leanizbeaskoa ha habitado Isuntza Goikoa durante cuatro generaciones, desde que el bisabuelo llegara de Oñati para hacer carbón y conociera a su mujer en el vecino Garai. Entraron a vivir primero de alquiler, hasta que las dos hermanas propietarias les vendieron el baserri para poder así pagar la dote con la que entrar al convento de Santa Mónica, en Bilbao. Sólo pusieron una condición, que dos de sus cuatro hijas casaran con los primos de ellas. Tras los muros de este caserío barroco han vivido dos familias que cultivaban la tierra y criaban ganado, que se cruzaban por los pasillos con la misma naturalidad y armonía que entrelazaba sus biografías, que seguían el curso de las nubes sentados en el etarte. Destaca la fachada enladrillada, auténtico signo de distinción junto con las tejas, ya que los sillares de caliza y las vigas de roble estaban al alcance de todos en montes y canteras comunales. Mertxe lo ha puesto a la venta –«quiero que siga vivo»– y ya han mostrado interés por habilitar allí un agroturismo. Hace una semana sufrió un robo: entraron por la ventana y se llevaron arcones, un armario, la Biblia...

  1. Zeanuri

    Zulaibar (1707)

Eugenio, 92 años, se protege los pies con gruesos calcetines de lana y calza abarcas. Pertrechado con su guadaña, todavía corta la yerba que rodea el viejo caserío que se levanta entre la carretera de Areatza y el río Arratia, que antaño hervía de truchas y ahora no. La casa, propiedad de la familia Rotaeche, está dividida por la mitad. Se yergue señorial en medio del prado y una escalera de piedra asciende por la fachada de sillares que comparten dos viviendas (antaño la entrada estaba por detrás, lo mismo que el horno, ahora en ruinas). El conjunto lo completan dos nogales, un magnolio, un laurel, unos tejos... El escudo de Bizkaia conserva rastros de pintura bajo un yelmo con penacho de plumas. Eugenio cuidó de joven el ganado de otros en los pastos del Gorbea y luego sirvió en una finca vecina. Desde que conoció a María del Carmen Astondoa, su esposa, la familia ha vivido de alquiler en esta casa rocosa y cubierta de yedra, custodiada por 'Beltza' y 'Thor', dos perros celosos de la intimidad de sus dueños, que se reúnen en torno a la chimenea donde cuelga un calendario del que caen, inexorables, las páginas. Cultivan alubia, algo de patata para casa, maíz para las gallinas... Agricultura de subsistencia. «No necesitamos más».

  1. Ajangiz

    Auzokoa (1820)

Pablo Martija mira con orgullo el entramado de madera que cubre lo que antaño fueron el establo, el pajar y el camarote donde se secaban alubias y pimientos, imponente como la nave de una iglesia. La luz entra a chorros. El suyo es un orgullo de familia, no en vano levantó el edificio su tatarabuelo, Rafael Pertika, que en boca de Pablo parece investido del aura que rodeaba a los antiguos jauntxos. La restauración a la que se sometió el caserío duró dos años y permitió recuperar un interior devastado y hasta descubrir restos de un primitivo muro sobre el que se levanta el baserri, ahora reducido a su condición de vivienda. El mayor desafío fue respetar las cerchas de la cubierta –ahora con carpintería de castaño– y eliminar los forjados intermedios para mantener las cuadras y el pajar a triple altura. Bajo su techo habitaron durante décadas los señores de la casa y quienes trabajaban la tierra, juntos pero no revueltos. Ah, y una colonia de murciélagos, que hacían de las suyas en el rincón donde se amontonaba el bedarziku, la yerba seca que daban de comer al ganado. De estilo neoclásico, destaca la arcada del portalón, desde donde se ve la iglesia de Ajangiz levantada en la misma época. Una curiosidad, sus paredes albergan el primer 'cagaleku' habilitado dentro de una casa del que se tiene noticia en Bizkaia. Compost para la huerta.

  1. Arcentales

    La Vía (1862)

El ganado es una presencia habitual en los caseríos encartados, casi un requisito. Este de La Vía, donde viven Txaro López Iglesias y su hijo Iker, hunde sus raíces en 1862 y es una casa compacta de piedra, con muros de mampostería y sillería labrada en vanos y cadenas esquineras. Estados Unidos estaba inmerso en su Guerra de Secesión y Lewis Carroll se sacaba a Alicia del sombrero. La cuadra ocupa toda la planta baja del edificio: 30 cabezas de ganado cruzado que calientan la vivienda que se extiende encima. Quizá el elemento más representativo es la doble balconada de madera, una atalaya privilegiada sobre Traslaviña, las montañas y el río Kolitza. Hace frío y el aliento de Iker dibuja remolinos en el aire mientras descarga carretillas de bosta entre pacas de heno. Su madre asoma por la ventana que envuelve la yedra como una segunda piel y es como si a la casa, repentinamente, le salieran ojos.

  1. Markina

    Ormaetxe (1520)

No ha sido el último un año fácil para Alicia ni para su marido, Alberto, del caserío Ormaetxe de Meabe, aunque han demostrado una fortaleza del calibre de los sillares de su casa, un prodigio donde se mezclan los estilos gótico y renacentista, la arquitectura vizcaína y la guipuzcoana. Un incendio devoró el edificio hace ahora un año, cuando el coche aparcado en el portalón cogió fuego. Ahora que la pesadilla ha quedado atrás y el edificio de cinco siglos se ha sometido a un lifting integral –tras el siniestro, mudó su piel de roble por otra de castaño–, toca disfrutar de una vivienda anclada a media ladera del monte, entre las canteras que dieron fama a Markina y el cenobio cisterciense de Zenarruza. También dos familias viven allí, orientadas al sur, a la solana, rodeadas de plantaciones de kiwi que en parte han desplazado a las manzanas con que se elaboraba sidra en el lagar del baserri, como atestiguan las saeteras abiertas en los muros y por donde salían los gases de la fermentación. Destacan dos ventanas conopiales gemelas y sus alféizares tallados con animales perseguidos en la fronda. En el interior, las vigas todavía lucen siris, los clavos de madera con que se apuntalaron las vigas mientras Elcano daba la vuelta al mundo.

  1. Loiu

    Bengoetxe, restaurante Aspaldiko (s. XVI)

También de estilo gótico-renacentista, como el Ormaetxe, pero construido originalmente todo en madera y ahora con mampostería a nivel del suelo para combatir los rigores de la humedad. Bengoetxe, más conocido como 'Aspaldiko' por el restaurante que alberga desde hace 30 años, fue declarado monumento en 1998 y destaca por la carpintería de tablas de roble machihembradas donde se abren seis huecos a modo de galería con decoración geométrica y de cordoncillo. Era una casa con despensa, pajar, cuadra, almacén de aperos... Aunque construido en el siglo XVI, el pilar que atraviesa todo el edificio tiene 900 años. El escenario es deslumbrante. Begoña e Iratxe recorren los comedores y reservados vestidas de neskas, mientras el fuego crepita en la chimenea y los aromas a chuletón, rabo de toro y besugo se deslizan como un magma embriagador.

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