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Xabier Garmendia
Sábado, 30 de marzo 2019, 01:08
Cuando uno se acostumbra a la actual insistencia de los políticos por emplear eufemismos para no decir las cosas tal y como son, sorprende tirar de hemeroteca y retrotraerse a épocas en las que se hablaba claro. Por ejemplo, cuando el entonces alcalde de ... Bilbao, Mario Arana, quiso en 1918 dar respuesta a la acuciante necesidad de vivienda para las clases sociales más desfavorecidas, no se anduvo con rodeos e impulsó la creación de un organismo público con claro objetivo en su propio nombre: la Junta de Casas Baratas. Es el germen de lo que ahora, 101 años después, conocemos como Viviendas Municipales.
A pesar de esa denominación, historiadores y arquitectos reconocen que los inmuebles sociales impulsados por esta entidad han contribuido a enriquecer el mapa de Bilbao en este último siglo. «Estas casas se asocian en muchas ocasiones a malas calidades y planteamientos arquitectónicos inexistentes, pero en realidad son una muestra de los avances en las construcciones, en materiales, en la distribución de los pisos...», ensalza Luis Bilbao Larrondo, historiador del urbanismo y uno de los responsables de la exposición sobre el centenario del organismo público. Hasta finales de mayo se puede visitar de forma gratuita en la segunda planta del mercado de La Ribera.
El primer gran proyecto de Viviendas Municipales fue la construcción de Torre Urizar, 265 pisos con un alquiler mensual de 15 a 45 pesetas. «Es uno de los conjuntos más interesantes por la doble orientación de los pisos y, sobre todo, por la propia disposición en planta. No es una manzana cerrada, que era lo habitual en El Ensanche, sino que tiene una forma de peine que permite más ventilación y luz natural», explica Javier Martínez, arquitecto y comisario de la exposición. «Tiene un fuerte componente sentimental para Bilbao y muchos descendientes de los primeros inquilinos siguen viviendo allí», agrega.
La mano del histórico arquitecto municipal Ricardo Bastida se percibe en varias promociones de viviendas sociales como Torre Madariaga, en Deusto, un ejemplo del aprovechamiento exhaustivo del suelo. «Consiguió el máximo posible de frentes de fachada en una ocupación muy pequeña de terreno cuando lo fácil hubiera sido hacer dos manzanas cerradas», valora Martínez, quien sitúa este proyecto como un exponente de la batalla de Bilbao contra el espacio. «En el 'botxo' hemos tenido y seguimos teniendo un uso muy intenso del suelo por las escasas opciones de expansión», explica mientras alude al plan del propio Bastida para crear una ciudad satélite en el valle de Asua, algo que nunca se llegó a materializar.
Pero si se pregunta a los especialistas por el proyecto estrella de Viviendas Municipales, ambos señalan hacia Otxarkoaga por lo que supuso en un momento de «extrema necesidad». En los 60 se construyeron casi 3.700 viviendas para familias que vivían en chabolas o hacinadas en pisos minúsculos. «Era un momento de cambio profundo en el mercado de la vivienda en toda España y también aquí se percibió con una promoción de esta magnitud», recuerda Bilbao Larrondo. En todo caso, el historiador subraya que los pisos sociales aún guardan retos para el futuro, incluso en ese mismo barrio, que se enfrenta ahora a una gran regeneración urbana: «Ponerle un ascensor a la vecina del quinto puede resolver más problemas cotidianos que hacer de Zorrozaurre una isla».
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