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«Soy franciscano, no agustino, que los agustinos son unos pesados». Es una de las formas que tiene Carlos de romper el hielo en los ... funerales que celebra desde hace años en al menos cuatro tanatorios del Gran Bilbao. «Los hace muy amenos, distendidos... muy cercanos a la gente», asegura un vizcaíno que ha acudido a varios responsos oficiados por este hombre. El problema es que, aunque suela decir que pertenece a la orden fundada por San Francisco de Asís, en la congregación nadie le conoce. «No hay ningún fraile con ese nombre».
El obispado ha informado este jueves de que, cuando tuvo conocimiento que una persona no autorizada por la diócesis estaba celebrando funerales, contactó con los tanatorios «para que informaran adecuadamente a las familias que solicitan estos servicios» de que esta persona no formaba parte ni de la Iglesia de Bizkaia ni de ninguna congregación. La existencia del «falso franciscano» la dio a conocer ayer la 'Cadena Ser', que recoge que esa situación se prolonga «al menos desde 2020» en instalaciones de «Bilbao, Portugalete y Leioa».
Este periódico ha podido confirmar que también trabajaba para una funeraria del mismo grupo en Barakaldo, donde hace un mes protagonizó un momento de tensión durante unas exequias. «Dijo que había pasado el Miércoles de Ceniza, pero todavía no había sido y una monja que se encontraba entre los asistentes le reprochó el error», recuerda un testigo.
La celebración de los responsos oficiados por esta persona entran dentro del precio que ofrecen estos tanatorios, por lo que las familias consultadas desconocen a cuánto ascendía su tarifa. En el caso de las ceremonias a cargo de diáconos o sacerdotes de la Diócesis de Bilbao, los tanatorios deben abonar 100 euros por el servicio.
Las despedidas religiosas, aclaran fuentes del sector de pompas fúnebres, no son funerales como tal, ya que «las capillas» de estos centros «no están consagradas» y porque la Iglesia vizcaína reguló hace años este tipo de celebraciones. Ante la falta de sacerdotes, creó en 2017 un equipo de diáconos -civiles que pueden realizar algunos ritos religiosos- compuesto por cuatro personas y otros tantos refuerzos que se encargan de las exequias, un grupo «perfectamente identificado», con «contacto directo» con los tanatorios y «formado pastoralmente para realizar el acompañamiento en el duelo y con encomienda del obispo», coinciden varias fuentes. En municipios más pequeños, confirman en varias funerarias, «se llama al párroco del pueblo que corresponda y, si no puede, al equipo de diáconos».
El provincial mayor de los franciscanos de Arantzazu (Bizkaia, Gipuzkoa, Álava, Cantabria y Burgos), Joxe Mari Arregi, sostiene además que «ningún compañero o hermano nuestro se dedica a funerales». Solo ofician despedidas si el fallecido «es algún parroquiano o familiar», alguien con quien tienen relación. Desde la comunidad de Bilbao añaden además que, entre ellos, «no figura ninguna persona» con el nombre de Carlos. «Franciscano no es», inciden.
Lo cierto, coinciden en varias funerarias, es que existe cierto «vacío», sobre todo en las grandes urbes. «Hace años, el vicario general nos reunió y nos dijo que no podíamos contratar sacerdotes», explican en el Tanatorio Bizkaia de Barakaldo. Ellos, desde entonces, «solo» celebran funerales civiles. Si una familia quiere que sea religioso, son los propios allegados los que «buscan un cura». «A veces es civil y quieren que se lea algún pasaje religioso, pero se les explica claramente que es una ceremonia civil, que se puede leer pero que no es un funeral católico», añaden las mismas fuentes.
«Se oían rumores, pero yo no me lo quería creer», confirma uno de los diáconos que oficia despedidas en tanatorio, que expone que hace unos años «se crearon equipos de personas que hiciéramos esto de manera más organizada» porque «los sacerdotes cada vez eran menos, más mayores, tenían que atender más parroquias y más dificultades para moverse». Esta persona afirma que tienen «mucha relación con los funerarios, con quienes trabajan allí», y que ellos solo acuden si son «llamados». «Vamos a casa ajena a hacer un servicio en el que tenemos que actuar con prudencia y humildad», señala antes de aclarar que, «como creyentes, le damos mucho valor al hecho de que un ministro enviado haga esta labor, por lo que encontrarse con esas cosas es muy doloroso».
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