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Hay que tomarlo como lo que es, como un voluntariado. Es estar a gusto, te creas un ambiente agradable y además ayudas, no lo ves ... como un trabajo, es casi como un hobby. ¿Que hay que estar aquí a las ocho? Pues llegamos a las siete». Vicente Martín y Félix Lauria, de Bilbao, 65 y 73 años, técnico de inserción y carrocero jubilados, respectivamente, están sobrados de actitud y de energía hasta tal punto que cada mañana temprano, de lunes a viernes y hasta algún sábado, se ponen al volante de uno de los tres camiones que tiene la institución sin ánimo de lucro Banco de Alimentos de Bizkaia para recorrer el territorio en busca de los víveres que supermercados, empresas y particulares les entregan para depositar en las instalaciones de la entidad en Basauri. Una vez allí, la entidad reparte entre los centros asistenciales que dan de comer a los necesitados.
Son de sobra conocidos los problemas generados por el hambre, pero a veces se ignora el constante y creciente despilfarro de alimentos y los problemas sanitarios y económicos que conlleva su eliminación. Ante estas circunstancias, esta entidad que trabaja contra el derroche de alimentos trata de despertar el espíritu de solidaridad necesario para resolver la contradicción 'excedentes-pobreza', acercando «lo que nos sobra a los que lo necesitan». Ahí participan gente como Vicente y Félix. Dos días a la semana también conducen hasta Burgos, ya sea con nieve y a bajo cero, parar traer los productos que les dan varias compañías alimentarias y porque en el Banco de Alimentos de allí tienen de sobra. «Es tal la cantidad que no lo podemos desaprovechar», advierten. La estructura del Banco funciona con seis rutas y dos voluntarios como estos dos vizcaínos en cada una de las siete furgonetas. El año pasado, por vez primera en su historia, alcanzó los cinco millones de kilos de alimentos entregados, 179 por cada uno de sus 28.328 beneficiarios (5.278 de ellos son niños y 748 lactantes), gracias al trabajo solidario de 135 hombres y 41 mujeres.
Se ponen el chaleco fosforescente, donde claramente pone, en letras mayúsculas, 'Voluntarios del Banco de Alimentos', «es algo que hay que dejar bien claro, para que no se piensen que nos pagan por esto». «Además, le voy a decir la verdad, cuando entramos a las tiendas y la gente se nos queda mirando al leer lo que pone en el chaleco, uno siente un poco de orgullo». Luego repasan el organigrama. «Estos son los servicios de cada día, Luego lo que traemos se pesa, se mira lo que vale y lo que no y a clasificar. No nos aburrimos. Hay días que sí que baqueteas bien, eh? ¡A nosotros no nos hace falta el gimnasio! Toda la mañana en la calle, y todo el mundo no está hecho, primero a madrugar, que somos jubilados casi todos..., luego tener que cargar y descargar cajas, hay a quien no le va. Aquí se genera buen ambiente, luego algunos nos tomamos un cacharro juntos, hablamos del día, nos despedimos y luego ya tenemos el día hecho. A nosotros nos gusta acabar la jornada con serenidad y satisfechos por haber hecho algo útil», enseñan en Basauri. «Haciendo un trabajo por el que te valoran y al que tú le das valor».
Es miércoles y son las ocho de la mañana, hay ya un puñado de voluntarios en el Banco, alguno ya trabaja con la carretilla arriba y abajo. «Todos los chorizos y las chistorras que trajimos ayer de Mercadona. Es que la gente ya no come esto...», comenta un grupito. Suena Fito en el hilo musical, la música a tope. «¡Como para no, nos ha dado un montón de dinero, es un hombre muy de barrio que las habrá visto... Pero es muy solidario!». Félix ya trabajaba, recuerda, antes de jubilarse, «con gente que tenía necesidades». Arranca la furgoneta, serán 141 kilómetros hasta casi las dos. Y suerte que habrá buen tráfico y no pillamos caravanas. «El lunes pasado vimos que íbamos a estar dos horas parados en Barazar y decidimos dar una vuelta para no calentar la furgoneta. Encima con niebla y lloviendo... No aparecimos en La Concha de casualidad. Creo que ya estamos en Ermua, pensé, y resulta que era Elgoibar», habla Vicente. «Otras veces hay que hacer virguerías para entrar a Bilbao y las pasamos canutas para llegar a Mercabilbao a tiempo», indican.
Subimos al camión. Ruido de carretera de fondo. «Si estás acostumbrada al coche la perspectiva desde el volante es otra», avisa Félix. La última parada es Mercabilbao, y la primera, este miércoles, el Barrio de Altzaa, en Etxebarria. Para a recoger género en Barrenetxe, cooperativa de agricultores profesionales con huertas repartidas entre la costa y el interior de Bizkaia (Lea-Artibai y Uribe-Kosta). La cooperativa produce desde 1980 la «hortaliza tradicional del País Vasco». Vicente y Félix se ponen los guantes y colocan la rampa para rodar los palés hasta el camión. Luego nos metemos en la fábrica como Pedro por su casa.
Allí hay mucha gente trabajando y Roque Barrenetxe, el «segundo de abordo», ha preparado hoy género fresco y variado. Lechuga, vaina, tomate y calabacín. 800 y pico kilos. Atiende Aitor. Comenta que hay otro palé de tomate, pero Vicente y Félix consideran que no habrá espacio en el camión con todo lo que queda por recorrer esta mañana, «no tenemos autorización más que para 1.100 kilos. Nos paran la Ertzaintza y la Guardia Civil, nos meten la báscula y... Nosotros en esta ruta, que son dos días por semana, hacemos mínimo 3.000 kilos. Lo noto como si lo llevara a mi espalda, lo nota el embrague. Esta es muy buena gente, nos dicen que vengamos todos los días, nos dan del orden de dos toneladas por semana, pero no venimos más a menudo porque hay otras rutas y no llegamos», indican los dos voluntarios del Banco de Alimentos. Charlan un rato con Aitor, encargado en Barrenetxe, cruce de manos y «nos vamos con la música a otra parte».
- ¿Hay algún pueblo de Bizkaia que no pisen sus camiones?
- Sí, muchos, jolín. Nosotros, por ejemplo, la zona del Valle del Cadagua, por ahí, no hacemos ningún pueblo, Balmaseda, Zalla..., nada. Nuestras rutas son Margen Derecha, Margen Izquierda, Bilbao y zona de Gernika y la ruta de hoy, que es la más larga, por Etxebarria, Markina, Ermua, Elorrio, Durango, Bilbao.
«Producto no conforme»
«Aupa, egunon», proclama Vicente en uno de los dos Eroskis a los que acuden en Durango una vez aparcado el camión. «Que se nos note que estamos. Sabemos poco euskera pero lo usamos bien», bromean. En la tienda ya conocen a Vicente y a Félix y, sobre todo, saben que es día de entrega al Banco de Alimentos, así que sin más prolegómenos, los dos hombres caminan hasta la cámara de refrigerados del súper y se sirven. Allí les tienen preparadas varias bolsas llenas en un carrito donde hay un cartel con la frase «producto no conforme».
Significa que es género de difícil venta. Imaginemos, un pack de yogures o de huevos con el cartón roto o verduras con alguna tara o con peor aspecto, pero perfectos para su consumo. Pero que cuesta vender, nos entra por la vista, las cosas como son. Este género se separa del resto y se retira de la venta. Sólo desde el pasado mes de junio, por ley, los supermercados están obligados a vender con precios rebajados alimentos con un aspecto menos apetecible o con una fecha de caducidad cercana o vencida para acelerar su venta y evitar que acaben en la basura. Los habrá visto el lector, los ponen en estantes diferenciados, generalmente antes de pasar por caja.
Al ordenar los productos en las cajas del vehículo, en mitad de un chaparrón ya en la calle, Vicente y Félix deciden retirar el pan, «es una pena, pero se queda duro y no se lo puedes dar a nadie». Chocolatinas y huevos de chocolate, «esto va para los críos», observan. En el otro Eroski, otro tanto. Potitos, queso Philadelphia, de Burgos, bricks de leche, cinco cajas de frescos... Hay ratos en el camión para hablar de todo un poco. Del Athletic, de los nietos, de las hijas, de la guerra en Ucrania, «no sé qué será lo siguiente...».
«Mire, a esta calle de Elorrio la llamamos la Avenida de la 'Alcantarilla', porque hay 28 arquetas en la carretera, se dice pronto, y cómo bota el camión», se divierten. «Con las hijas suelo subir al Aitziki. La mayor me llama todos los domingos para ir al monte», apunta Félix señalando desde la carretera. Descubrimos que él veranea en el pueblo de Palencia adonde la periodista iba a colonias de niña. «¡Si es un sitio que no lo conoce nadie!», exclama. Recogen carne y bollería en la Avenida Gipuzkoa de Ermua. Y vuelven a lo suyo. «Hoy en Markina nos han dado menos yogures que otras veces... ¡Ojo, no tenemos queja!», barruntan. «Ay, cuando Mercabilbao se vaya a Ortuella, eso nos va a complicar las cosas...», suponen.
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