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PELLO ZUPIRiA
Jueves, 2 de enero 2020, 00:57
El que acaba de finalizar seguramente haya sido el año en el que más se ha debatido sobre el cambio climático en el mundo. Movilizaciones de adolescentes como las de 'Fridays for Future' inspiradas por la irrupción mediática de la joven activista Greta Thunberg, la ... cumbre de Madrid... han marcado un ejercicio lleno de protestas ante la incapacidad de conseguir un acuerdo global para hacer frente a este problema que provocará graves consecuencias en el futuro. Mientras, en el presente, el sector que más depende de este factor, el agrario, ya nota en sus carnes los problemas que acarrea la nueva realidad. EL CORREO ha querido repasar con algunos productores las alteraciones que han notado en su trabajo en los últimos años.
José Antonio Zamalloa lleva más de treinta años dedicándose al cultivo de manzanas. Cuenta con seis hectáreas en Amorebieta, y usa el fruto tanto para vender las piezas como para la elaboración de sidra, que luego vende en el baserri Uxarte junto a un menú típico de sidrería durante todo el año. Tres décadas en el negocio le convierten en un testigo directo de la evolución del clima y de las consecuencias en su producción. «Con el paso del tiempo se ha notado mucho. Se constata sobre todo en invierno. Ya no hay heladas y las temperaturas no se mantienen bajas, y eso era clave en todo el proceso», matiza el productor. Ese descenso «deseado» del termómetro es crucial, explica Zamalloa, porque detiene el crecimiento del árbol y evita la circulación de la salvia durante unos dos meses. Después del parón, «la fruta florece con mucha más fuerza y más abundante». «Es muy beneficioso para el campo, y no ocurre desde hace varios años, faltan heladas continuadas», relata.
Los bruscos cambios de temperatura también afectan a las cosechas de Zamalloa. El productor se queja de que ya no son estables, prueba de ello son los días de sol y calor que ha hecho los últimos días de diciembre. «Los árboles autóctonos resisten bien al clima cantábrico: poca luz y mucha lluvia. Eso también ha cambiado. Por otro lado, estamos viendo cada vez más fenómenos meteorológicos extremos, como rachas cortas pero fuertes de lluvia y vientos huracanados, y eso al final, te destroza la cosecha», sentencia el baserritarra.
Esos factores inciden de la misma manera en las huertas de hortalizas. El hecho de que el clima sea cada vez más cálido y la falta de heladas provoca que los insectos campen a sus anchas en las diferentes verduras. «El problema lo tenemos sobre todo con el pulgón. Sin un frío intenso es más difícil de controlar, y hay que actuar más contra él», afirma Helen Groome, una agricultora del centro de Inglaterra afincada en Carranza desde hace más de veinte años. Asimismo, los intervalos de fuertes rachas de precipitaciones y sequías ponen en peligro muchas cosechas, y los productores dudan a la hora de sembrar ciertas semillas. «Si no hay escarcha lo más probable es que las coles o las berzas no salgan bien, entonces te lo piensas dos veces», explica Groome.
Las fuertes lluvias que se han prolongado durante semanas en otoño, detalla, han mantenido la tierra demasiado húmeda como para labrar, lo que ha llevado a retrasar la plantación de muchas especies. «Llevo esperando a poner guisantes desde noviembre, pero no se puede, el campo no está lo suficientemente seco. Los plantaré a principios de año, pero no sé lo que va a pasar. Si cae un chaparrón y no para, los cultivos son muy difíciles de gestionar», relata. Su gran preocupación es que si el clima sigue cambiando de esa manera en el futuro, conllevará que los tiempos de cosecha de varios productos se alteren.
Fuertes lluvias
Después de cursar estudios superiores de Ingeniería Agrónoma, Ainhoa Iturbe se dedicó a la enseñanza, pero desde hace veinte años vive de la producción agraria de un baserri en el barrio Kanpatxu de Ajangiz, al lado de Gernika. Como los anteriores protagonistas, esta agricultora no pone en duda que el cambio climático es una realidad ya palpable; nota las consecuencias en su huerta. «Lo más constatable es que ahora los fenómenos meteorológicos son mucho más extremos que antes. Hace dos décadas sí que había días con calor intenso de hasta cuarenta grados o de lluvias fuertes, pero no tan habituales como ahora, el tiempo era más estable», recuerda la baserritarra.
Esas condiciones inciden indudablemente en los tiempos tradicionales de la agricultura. Por ejemplo, Iturbe confiesa que las típicas plantaciones de otoño, como son las habas, los cereales o incluso, preparar abono verde para el futuro, no las ha podido hacer todavía. Las lluvias provocan que todo se retrase, o que algunas verduras enfermen. «Se me ha podrido la lechuga, las escarolas no están tan bonitas...», precisa. A este paso se plantea hacer cada vez más bancales, y eso significa perder tiempo en otras duras labores del campo. Asimismo, las altas temperaturas de primavera, verano y de los meses posteriores afectan del mismo modo a las cosechas. «El sofocante calor me ha quemado los pimientos y las moras», cuenta Iturbe.
Un sustantivo que sirve para definir el cambio climático es incertidumbre. No saber si el tiempo de la semana que viene se parecerá al de esta, o si será completamente adverso. Eso es, al menos, lo que percibe el ganadero de Carranza César Valera, que depende de una meteorología favorable para producir el alimento para sus vacas: el forraje. Se dedica a la crianza de reses de leche «desde siempre», y cuenta que cuando era joven ese problema era inexistente, y que hoy en día «el no saber qué va a pasar» es un factor determinante en su negocio. «Nosotros hacemos el nuestro propio y, claro, quién sabe lo que ocurrirá en verano y en primavera. En los últimos meses ha llovido una 'porrada' y eso resulta fatal», describe. Ante esa situación, Varela se ve obligado a comprar forraje a otras comunidades, pero el nuevo fenómeno climático afecta en toda la Península. «Lo suelo traer ecológico de Burgos o de Aragón y el año pasado no había cogido nada. En Navarra había cosechas enteras que se habían perdido en invierno por el frío y la falta de humedad», resume.
La mayoría de los cultivos que proporcionan el 90% de la alimentación mundial dependen de la polinización de las abejas. En Euskadi también, pero estos insectos están cada vez más amenazados en nuestro país.
Las avispas asiáticas, que se han ido extendiendo en el territorio y que se alimentan de ellas; la varroa, un ácaro que las enferma, y el cambio climático son los grandes peligros a los que se enfrentan. «Todos esos factores juntos hacen que la población vaya descendiendo», alerta José Ramón García Torre. La alteración del tiempo, según este apicultor de Carranza, provoca que se adelante la flor y en julio se queme por el calor. «Entonces lo que pasa es que no cuaja, y al no tener néctar no polinizan», sentencia con preocupación.
2019 ha sido el año en el que más se ha debatido sobre el cambio climático, pese a no haber un acuerdo global para hacerle frente.
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