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Asuán tiene 16 años y vive en Yemen. Está acostumbrada a escuchar de cerca el estruendo de las bombas pero aquella noche habían caído muchos morteros y sus padres le recomendaron que no fuera a clase, que se quedara en casa. Pero allí tampoco ... estaba a salvo. De lo que sucedió después sólo recuerda que la habitación se llenó de humo y que escuchó muchos gritos. Su abuelo murió y sus padres resultaron heridos por la explosión. Su hermano Samí la encontró tendida en el salón con las piernas amputadas. Cargó con ella al hombro hasta un hospital cercano y logró que no se desangrara. Luego pasó tres meses a su lado. Asuán puede sonreír en una fotografía difundida este miércoles por Unicef gracias a que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia pudo desplegar atención médica en la zona y les hizo llegar medicamentos. Es una de los 51 millones de niños que recibieron su ayuda el año pasado.
Unicef calcula que llegará a los 59 millones en 2020 y que necesitará 3.800 millones de euros, «una cifra histórica que está a la altura de unas necesidades históricas. Afrontamos cada vez situaciones más complejas. Nunca habíamos tenido niños desplazados que pasan en los campos cinco, siete o diez años», según reconoció Isidro Elezgarai, presidente de Unicef en el País Vasco. El llamamiento del año pasado fue de 3.920 millones de euros y recibieron el 57%. «Este es un año especial, en que acabamos de celebrar el 30 aniversario de la declaración de los derechos del niño, el tratado más ratificado y también el más vulnerado», apuntó Elezgarai. Ahora hay un nuevo ingrediente que complica la situación. «Tenemos 500 millones de niños en zonas de preemergencia climática y otros 70 millones afectados por la gran sequía», advirtió. En ese sentido, Blanca Carazo, responsable del comité español de Unicef, subrayó la falta de agua potable que sufren 660 millones de niños y el creciente peligro de enfermedades respiratorias en «ciudades de polución extrema, especialmente en Asia».
A la comparecencia de este miércoles, que sirvió para anunciar sus objetivos nacionales, acudieron, entre otros, los consejeros del Gobierno vasco Beatriz Artolazabal y Bingen Zupiria, la presidenta de las Juntas, Ana Otadui, el presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra, el embajador del Athletic, José Ángel Iribar y Pedro Briongos, adjunto a la dirección de EL CORREO. «El año pasado hemos atendido por desnutrición a 29 millones de niños y a otros 2 millones les hemos vacunado contra el sarampión», concretó Carazo. Este año se centrarán en Siria, con los millones de desplazados interiores y exteriores, en el Congo, azotado por el segundo brote de ébola más mortífero de la historia, las radios de Burkina donde se forman los chavales desde que cerraron las escuelas o Sudán, «el país más joven del mundo inmerso en una gravísima crisis alimentaria». La ayuda de Unicef, que «está sobre el terreno antes, durante y después de la guerra», va desde el apoyo psicosocial a los afectados a «entregas en tarjeta con las que pueden comprar alimentos y medicamentos en la zona».
La guerra ha cambiado y los medios también. Unicef manda drones para ver qué sucede donde no puede llegar y tira del 'big data' para saber hacia dónde se expande el ébola. Pero hay algo que no varía. Uno de cada cuatro niños amanece cada día en mitad de la guerra o en un paraje sacudido por un desastre natural.
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