

La cuenta atrás de la bomba de Sestao
CALABOR: 40 AÑOS DE SUCESOS EN EL CORREO ·
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CALABOR: 40 AÑOS DE SUCESOS EN EL CORREO ·
Durante muchos años, me he pasado todas las noches de fin de semana patrullando. Es cuando pasa casi todo, así que más vale estar en la calle para llegar a tiempo. Hay que tener en cuenta que hasta el año 2010 en Bilbao había mucha vida nocturna y las madrugadas solían ponerse muy intensas, con un montón de líos: peleas en las discotecas, algún navajazo, accidentes de tráfico dentro de la ciudad... La gente salía mucho, bebía mucho y corría mucho con el coche. Yo andaba toda la noche de aquí para allá, en una mezcla peculiar de trabajo y ocio que me llevaba por un mundo un poco canalla. Solía pasarme por La Palanca para charlar con los yonquis y la Policía, lo más entretenido de la ciudad, y cuando las cosas estaban tranquilas aprovechaba para hacer alguna visita a los servicios de emergencias: los bomberos, la DYA...
Justo allí, en la sede de la DYA, estaba la noche del sábado 15 de diciembre de 2007. En realidad, era ya la madrugada del domingo 16, porque pasaban unos veinte minutos de las doce. Estaba solo con el operador de guardia, que atendía las llamadas: el hombre estaba cenando algo cuando sonó el teléfono y casi se atraganta al escuchar el mensaje. ¡Tuve que darle un golpecito en la espalda y todo! Era la clásica llamada de ETA: que habían puesto una bomba en los juzgados de Sestao y que iba a estallar a la una de la madrugada. Solo faltaban cuarenta minutos.
Salí pitando y llegué en diez minutos. Me encontré en una situación muy extraña, incómoda, incluso agobiante: no había llegado todavía ninguna patrulla, así que yo era el único allí que sabía que estaba a punto de explotar una bomba. Por el cruce paseaba un montón de gente, alegre y despreocupada bajo la iluminación navideña, inconsciente de estar en el escenario de una cuenta atrás. A mí me han explotado cuatro coches bomba cerca, pero curiosamente se me ha quedado grabada con una fuerza especial la sensación de aquel momento, en el que nadie más sabía lo que iba a pasar. ¿Qué podía hacer? No era cosa de ponerme a desalojar a la gente, pero de alguna manera habría tenido que intervenir si no hubiese aparecido la Ertzaintza.
Por suerte, llegó una patrulla cuando faltaban unos veinte minutos. Había que actuar rápido. Acordonaron la zona, pero a la una menos diez descubrimos que había allí un bar lleno de gente. Salieron con las manos en los bolsillos, charlando, en plan 'qué tontería': en aquellos años había muchas amenazas falsas y la gente se lo solía tomar medio en broma, prefería dar por hecho que no iba a pasar nada. Eran ya menos cinco, así que coloqué una cámara en el suelo y me parapeté detrás de una pared, pero un momento antes de la hora todavía salía un vecino de una casa y tuvieron que mandarlo a todo correr para adentro.
A la una en punto, aquello metió un pepinazo de la hostia. El vídeo que grabé desde el suelo muestra un contraste tremendo, porque se ve pasar a los del bar, sin darse mucha prisa, como si estuviesen haciendo el camino normal hacia el siguiente pote, y momentos después se escucha el petardazo y aquello parece una escena de guerra. Se abrió un socavón de tres metros, pero por fortuna no hubo ningún herido. Perfectamente habrían podido reventarle la vida a alguien: nunca he entendido que unas ideas te permitan hacer lo que te dé la gana. ¡La vida de las personas es sagrada!
En mi trabajo, el primer mandamiento consiste en estar en el momento y el lugar adecuados. Alguno podrá decir que estar presente justo cuando ETA anuncia una bomba es mucha chiripa, algo así como rizar el rizo de la oportunidad, pero la chiripa hay que currársela: si no estás en la calle, va a ser imposible que tengas suerte.
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